Huawei, soberanía tecnológica y la decadencia de un aliado que ya no lo es

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El revuelo mediático comenzó cuando un medio español informó de que el Ministerio del Interior había adjudicado a Huawei un contrato de 12.3 millones de euros para custodiar las escuchas judiciales mediante sus servidores OceanStor 6800 V5, integrados en el Sistema Integrado de Interceptación Legal de Telecomunicaciones, conocido como SITEL. No hablamos de antenas, de dispositivos de comunicaciones, de terminales ni de 5G: hablamos de almacenamiento seguro y auditable, contratado tras un procedimiento de subasta pública transparente, y con todas las bendiciones del Centro Criptológico Nacional, integrado por profesionales de muy buen nivel técnico y muy actualizados. La reacción al otro lado del Atlántico fue inmediata. Los presidentes de los comités de Inteligencia de la Cámara de Representantes y del Senado enviaron una carta a la directora de Inteligencia Nacional exigiendo revisar los acuerdos de intercambio con España, y la presión se amplificó en Washington y Bruselas a través de Politico, que retrató a nuestro país como un supuesto «eslabón débil» frente a lo que consideran «la amenaza china». El Gobierno confirmó el contrato y respondió con calma: la parte que ocupa Huawei en el sistema es «menor, estanca, certificada y sin conexión exterior»: es decir, ni puerta trasera ni transferencia de datos, y el CNI, por si fuera poco, ya ni siquiera utiliza esa tecnología. España no dudó en vetar a Huawei en el núcleo 5G cuando se lo pidieron, a pesar de que la tecnología de la compañía era sensiblemente mejor y más barata, siguiendo la ortodoxia de Bruselas dictada por Washington, pero ahora mantiene a la compañía en la capa de almacenamiento de intercepciones legales. ¿Una paradoja? No, simplemente es que la misma Comisión que alertó sobre supuestos «proveedores de riesgo elevado» nunca amplió su veto a ese ámbito, y esa grieta es la que ahora cuestiona todo el relato de seguridad occidental.Lo que conviene claramente preguntarse es quién señala a quién. Los mismos Estados Unidos que hoy nos tachan de irresponsables y nos acusan de deslealtad son los que amenazan – y esa es la palabra, «AMENAZAN», no otra – al bloque europeo con aranceles generales del 15 % al 20 %, con posibilidad de llegar al 30 %, si no se pliega a sus exigencias comerciales antes del 1 de agosto. Esa, y no otra, es la lealtad y la actitud chulesca que se nos ofrece desde Washington. No, esa, decididamente, no es la actitud de un aliado, ni de nadie que pretenda serlo. A los aliados no se les amenaza, no se les intimida, no se les desprecia con actitudes estúpidas de matón de patio de colegio.En lo climático, la deriva es aún más descarnada. La recientemente aprobada «One Big Beautiful Bill Act« es un paquete legislativo demencial que reduce los incentivos a las renovables, encarece la electricidad y obliga a mantener centrales fósiles que ya deberían estar jubiladas desde hace tiempo. Retroceder medio siglo en política energética mientras el planeta arde no es liderazgo: es puro e irresponsable negacionismo climático. Con amigos así, no necesitamos enemigos. El desmantelamiento regulatorio se extiende a la salud pública: con Robert F. Kennedy Jr. al frente del HHS, la vacunación infantil ha caído, la cobertura de refuerzos COVID se ha limitado y los brotes de sarampión han alcanzado ya máximos de tres décadas. No, quien no sabe proteger ni a sus propios niños no es quién para darnos lecciones de seguridad. Ni de seguridad, ni de lealtad, ni de nada. Mientras tanto, China instala casi cien paneles solares por segundo y bate récords eólicos: solo en la primera mitad de 2025 redujo las emisiones del sector eléctrico por debajo de 500 gr. de CO₂/kWh, seis años antes del objetivo fijado para 2030. La industria que necesitamos, desde baterías a paneles fotovoltaicos pasando por aerogeneradores o vehículos eléctricos, se está gestando y produciendo allí a una velocidad que la miopía occidental ni siquiera alcanza a procesar. Huawei, por su parte, es una compañía que genera más patentes que nadie en sus ámbitos, y que ofrece una relación precio-prestaciones imbatible que muchos países emergentes y ahora también España han sabido aprovechar… y por cierto, lo hace bajo los mismos riesgos, ni más ni menos, que históricamente hemos asumido con proveedores estadounidenses, que jamás dejaron de espiarnos. Demonizar a la empresa china mientras se pasa por alto el espionaje masivo de la NSA a sus teóricos aliados, es sencillamente hipocresía estratégica. Y es insostenible. Viví cuatro años en California mientras estudiaba mi doctorado en UCLA, en aquella América que lideraba el mundo con talento, innovación y convicción. Nadie, absolutamente nadie puede acusarme de antiamericanismo. Pero la nación que hoy amenaza, presiona e intimida, y que retrocede en ciencia, derechos, salud y clima no se parece en nada a la que conocí: es una versión siniestra y, sobre todo, profundamente decadente. Pretender que España siga atada a ese carro, renunciando a la competencia abierta y a la diversificación de alianzas, sería un suicidio geopolítico. Huawei no es el problema: el problema es confundir lealtad con vasallaje.