No sé si realmente la fe puede mover montañas, pero sí que las canciones de Ozzy Osbourne conseguían que Fernando Politra, un anciano tremendamente delgado y con una aparatosa dificultad para moverse, se levantara de la silla para aplaudir mientras daba gritos de emoción con una sonrisa mellada. Antes de conocernos, Politra, pintor de brocha gorda y un rotulista de precisión de Casar de Cáceres, nunca había pasado de la dureza instrumental de Los Indios Tabajaras. Tampoco sabía una palabra de inglés y mucho menos se hacía una idea de quién era Black Sabbath cuando mis colegas y yo se lo intentábamos explicar. Nosotros cavilábamos con lo que pasaba por su cabeza esos momentos: “¿Quién cojones es Ozzy? ¿Será del pueblo?”. Politra solo repetía la misma frase cuando mi banda le dedicaba en el local de ensayo Paranoid o Crazy Train: “¡Buena gente!”. Solo eso. Y se marchaba a casa. De eso hace más de 15 años, una época en la que no había nada más revolucionario que un señor mayor que vivía en la Barriada de las Eras se fuera cada noche cargado de ilusión por descubrir música nueva. Seguir leyendo