El fino arte de crear monstruos de Silvana Vogt: «un texto que, hasta su inesperado final, no deja de sorprendernos»

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Ya sabemos que un buen diseño o una buena ilustración de portada pueden sustituir, como reclamo para el posible lector, a la imagen de marca de una editorial de prestigio o al nombre de un autor consagrado, garantes, en principio, de una calidad esperable por ya demostrada. Esa estrategia visual puede ser más necesaria en el caso de editoriales jóvenes o autoras noveles.Hablamos de H & O Ediciones, con menos de diez años de existencia, y de Silvana Vogt, con tan solo una obra publicada anteriormente. La ilustración, que reclamará nuestra atención desde la mesa de novedades, es de Martín Burgos, convecino de la autora en la ciudad argentina de Morteros, y a quien esta incluye en el texto mediante un joven alter ego dibujante y admirador de Dalí.Si, una vez en nuestras manos El fino arte de crear monstruos, leemos la contraportada o, mejor aún, las primeras páginas, es muy probable que caigamos en el hechizo añadido de una narración que arranca con una de las inundaciones del pueblo, aquella que sacó flotando los féretros del cementerio para disfrute de unos niños que, subidos a ellos, entablaron combates navales y carreras sobre las aguas, mientras los adultos intentaban encontrar y poner a salvo los restos de sus difuntos.Y es que en Morteros ocurren todo tipo de desgracias y cataclismos naturales además de inundaciones sin causa aparente: desde incendios y tornados a accidentes ferroviarios o aeronáuticos. Pero no se trata, como Vogt ha afirmado en más de una ocasión, de realismo mágico, por mucho que las vacas floten o vuelen y alguna familia huya cada vez que se acerque una tormenta, o que cierto personaje se adelante siempre a los acontecimientos, incluso a su propia muerte. Sencillamente es que esas cosas pasaban en su pueblo. Lo único que hacía falta era una voz que las contase, y un personaje que las viviese, y la autora los encontró para configurar una novela tremendamente refrescante y divertida.La protagonista es la niña Vidria, nombre que le dio su padre por los cristales que el viento huracanado le arrojó, y sus peripecias y conflictos con familiares y amigos van gestando una suerte de aprendizaje cuyas enseñanzas ella interpreta a su personal modo. Le ayudan, sin embargo, a distinguir la mentira de la ficción de la de la vida real, o le llevan a concluir que escribir es como mentir, o que lo fundamental en la vida no son los hechos, sino cómo nos los contamos: “lo realmente importante es el relato que emana de esos hechos (…). La voz, el ritmo, el tono y la forma a través de la cual nos narramos el mundo”. Ya lo avisó, de otra manera, Lola López Mondéjar en su premiado ensayo Sin relato. A ese ritmo y esa forma contribuyen ciertas frases e imágenes que, como un estribillo, se repiten a lo largo del texto, como la del motorista al que, a la vista de la decoración de su potente máquina, los niños le atribuyen el nombre de Harley Davidson, y al que esperan ver aparecer algún día por el llano horizonte. O  ese párrafo sobre un tenedor perdido con un pato grabado que Vidria busca sin descanso y que se repite obsesivamente.De modo que dejarse atrapar por ese señuelo en forma de ilustración sugerente puede avocarles a quedar también atrapados en el mundo de Vidria, ese que Silvana Vogt ha querido compartir en un texto que, hasta su inesperado final, no deja de sorprendernos.Rafael MartínLa entrada El fino arte de crear monstruos de Silvana Vogt: «un texto que, hasta su inesperado final, no deja de sorprendernos» aparece primero en El Placer de la Lectura.