La estrategia siempre es la misma. Los agitadores del odio, vinculados con la extrema derecha, algunos de ellos bien conocidos (varios tienen incluso acceso libre al Congreso de los Diputados), fabrican un acontecimiento convocando a sus seguidores y, después, las televisiones —muchas veces en horario prime time— programan emisiones especiales y transmiten una señal en directo, a menudo sin filtros, que los ultras utilizan para multiplicar sus mensajes.Poco importa que, con mucha frecuencia, sean muy pocos, apenas unos centenares que, en circunstancias normales, no darían lugar ni al desplazamiento de cámaras al lugar de la convocatoria. Lo hemos visto en las inmediaciones de la sede del PSOE en Ferraz, desde donde las televisiones españolas, públicas y privadas, han transmitido en directo en los últimos años concentraciones ultras con independencia de su tamaño.Son performances políticas, trampas diseñadas para instrumentalizar a los medios dirigiendo su mirada hacia eventos prefabricados. Y las televisiones —así como cualquier medio con capacidad de emitir imágenes en directo— siguen picando el anzuelo.De nada sirve que sea un fenómeno tan antiguo que ya fue descrito hace más de sesenta años. Lo hizo por primera vez el historiador y ensayista norteamericano Daniel J. Boorstin en el libro The Image: A Guide to Pseudo-events in America (Vintage, 1962), en el que explicó detalladamente cómo funcionan los eventos creados exclusivamente para obtener cobertura mediática, sin una realidad sustancial detrás.Son acontecimientos planeados y escenificados con el propósito de ser reportados o reproducidos. No suceden de manera espontánea, sino que son fabricados; están diseñados para llamar la atención de los medios. Su razón de ser es convertirse en noticia más que su contenido real. Por eso tienen guion (y autor), protagonistas y puesta en escena, y se pueden repetir, ampliar y dramatizar. Y pocos manejan tan bien esa lógica ene estos días que los agitadores de la extrema derecha.No hay mejor manera de describir lo que ha pasado estos días en Torre Pacheco, donde determinados agitadores ultras han utilizado las redes sociales para convocar a sus seguidores y escenificar disturbios y enfrentamiento social en un pueblo involuntariamente convertido en epicentro de un falso enfrentamiento racial. El objetivo: atraer de la atención de los medios en general y de las emisiones en directo de las televisiones en particular para así multiplicar sus mensajes y crear la ficción de un conflicto social violento que no estaba teniendo lugar.Lo ocurrido pone de manifiesto la distancia entre la evidencia académica y la dependencia de los ratings de audiencia de los medios, conscientes de la fascinación que el directo tiene para los telespectadores. Ya lo vimos en los años del procés, cada vez que se convocaban protestas o movilizaciones potencialmente violentas en Barcelona. O antes, cuando toda una generación se congregó ante el televisor para ver en directo el bombardeo de Bagdad gracias a las cámaras de la CNN, aunque en realidad apenas se veía otra cosa que pequeñas líneas de luz en la oscuridad de la noche.En el caso de la cobertura informativa sobre los hechos ocurridos en Torre Pacheco, la profesora de Periodismo de la Universitat de València María Iranzo-Cabrera asegura que los medios deberían haber empezado por preguntarse si la cobertura respondía a uno de los principios fundamentales del periodismo: “Contribuir al bienestar social”. Este fundamento, explica, “establece que la labor informativa debe orientarse a servir al interés general, promover la justicia social y favorecer una ciudadanía informada y crítica”.De ahí que, antes de decidir si se va a transmitir algo en directo, haya que preguntarse: “¿Voy a sumar positivamente a la sociedad? ¿Qué le voy a aportar?”. Porque “el periodismo ético”, subraya, “no puede limitarse a informar de lo que pasa sin evaluar los efectos de esa visibilidad”.No toda cobertura es ética solo por el hecho de informar, advierte Iranzo-Cabrera. Si el tratamiento de los hechos no aporta un valor añadido a la sociedad (visibiliza una vulneración de derechos o permite comprender fenómenos complejos), si simplemente “amplifica el suceso por su impacto visual o por su potencial sensacionalista”, estaríamos ante “una lógica de espectacularización de la información que contradice el compromiso ético con el público”.Las coberturas en directo en las que los medios se limitan a comentar imágenes a medida que se producen (y que, cuando ya no pasa nada, repiten en bucle acontecimientos anteriores, a menudo sin aclarar que se trata de vídeo grabado) “suelen obedecer más a una necesidad de rellenar minutos en la parrilla informativa —típica de una lógica televisiva basada en la urgencia y el espectáculo— que a una verdadera intención de contribuir al debate público o a la mejora de la convivencia social”.Tal como denuncian diversos estudios sobre infotainment, recuerda esta especialista de la Universitat de València, “los informativos actuales tienden a espectacularizar la violencia o el conflicto, desplazando el foco del análisis estructural o contextual en favor de un enfoque episódico, emocional, fragmentado y de alto impacto visual”.Además, si la movilización no es masiva, está controlada por las fuerzas de seguridad del Estado y su eco informativo no se justifica por su trascendencia, “el riesgo de sobrerrepresentar el conflicto o amplificar discursos marginales (cuando no discriminatorios) es elevado”. En este caso, “el periodismo no estaría informando: estaría creando un foco de atención artificial, potencialmente dañino para la cohesión social”.Esa es la razón por la que el Código Deontológico del Col·legi de Periodistes de Catalunya, actualizado en 2016, señala en su anexo D sobre recomendaciones en las coberturas de conflictos: “Los medios tienen que evitar el sensacionalismo y también impedir la emisión sin control de mensajes en línea que sean belicistas, xenófobos, racistas y sexistas”. O de que, en los principios de actuación del código deontológico de la FAPE, se señale que “el periodista establecerá siempre una clara e inequívoca distinción entre los hechos que narra y lo que puedan ser opiniones, interpretaciones o conjeturas, aunque en el ejercicio de su actividad profesional no está obligado a ser neutral”.Sin embargo, prosigue Iranzo-Cabrera, en estas piezas en directo, apoyadas por mesas de debate entre tertulianos, “se mezclan verdades factuales con verdades testimoniales, verdades ideológicas o verdades narrativas”. Ante ello, “hoy debería ser una obligación de los periodistas detectar los diferentes sentidos de verdad y, tras ello, no sopesar discursos basados en verdades diversas”. Esto es: no acumular “verdades lógicas, empíricas, afectivas, ideológicas y autoritarias para interpretar un hecho o acontecimiento”, porque “una verdad empírica no puede contraponerse a una verdad ideológica como si se tratase de las dos caras de un argumento”, añade citando al profesor de Periodismo Perry Parks en su ensayo Sentidos de la verdad y la crisis epistémica del periodismo, publicado en 2022 por el Journal of Media Ethics.Según Parks, “la relación de los periodistas y el público con la verdad es tan desordenada” que, “cuando los periodistas no logran identificar los sentidos en competencia incrustados en diferentes afirmaciones de verdad, reproducen la confusión en cuanto a la validez y verificabilidad de tales afirmaciones y contribuyen a una crisis epistémica en la esfera pública”.Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política y Opinión Pública de la Universidad Rey Juan Carlos, va más allá. La premisa, antes de cubrir hechos como los de Torre Pacheco, debería ser entender lo que busca la ultraderecha: “secuestrar nuestra atención, degenerar el debate público y paralizar la respuesta social y política que se merecen y que desactivaría esta amenaza a la libertad y la convivencia”. Por eso, subraya, “el racismo usa la violencia, que es el contenido que atrae a más gente y más diversa. Al margen de nuestra edad o género, una pelea o un insulto nos arrebatan más que un abrazo a hombres y a mujeres, a niños y ancianos”.Hay que tener “cuidado”, añade, “porque si esa violencia no se desactiva, primero es verbal y simbólica”, pero “después se transforma en agresiones físicas”. Al comienzo se quiere hacer pasar por una “respuesta ciudadana justificada”, que en realidad ejercen “unos enmascarados que no dan la cara para no justificar sus gritos ni sus linchamientos” y que, por tanto, “desmienten ser verdaderos ciudadanos”.En el paso siguiente, los violentos “institucionalizan su ideario de odio” en forma de políticas racistas y leyes de inmigración que vulneran los derechos humanos. “Todas lo hacen, en mayor o menor medida. De hecho, la legislación contra los migrantes se endurece año tras año. Y, si esto parece una exageración”, señala, “es que los xenófobos han logrado su objetivo”.“Nadie toleraría que a su hijo le llamasen MENA. Porque implica que es una aMENAza. Y que, en lugar de tratarlo como un niño, se le debe encerrar en un centro de detención”. Es el resultado, concluye, de haberlo deshum sor, delincuente o violador.“Así que dejar el micro abierto o la cámara enfocada”, como han hecho las televisiones esta semana, “es una forma de validar y extender (por tanto, azuzar y jalear) una violencia que niega la humanidad a una parte de la sociedad. Ahora pueden ser los moros… luego será cualquiera que les haga frente”.Para que esto no ocurra, además de entender y aplicar los códigos deontológicos, Iranzo-Cabrera sostiene la urgencia de “establecer pautas editoriales claras y consensuadas dentro de las redacciones que protejan a los medios de caer, consciente o inconscientemente, en la función de escenario mediático o amplificador de estrategias de agitación política, especialmente cuando estas se apoyan en discursos de odio, desinformación o provocaciones diseñadas para captar atención mediática”.De nada sirven los códigos si los editores toman la decisión de desplazar a sus profesionales para cubrir estos focos de odio, que sin la cobertura mediática quedarían reducidos a un grupo de ultras. “La diferencia está en pasar de los principios generales a las decisiones editoriales prácticas en la rutina diaria. Y ahí, personalmente —y ojalá me equivoque—, si las empresas periodísticas no tienen ningún tipo de penalización, no van a dejar de hacerlo”. Y, entretanto, seguirán “dañando nuestra credibilidad como profesionales”.Esta profesora extiende, además, sus críticas a las empresas periodísticas como responsables también de las agresiones a sus reporteros. “La normalización de la precariedad (especialmente en periodistas jóvenes, freelance o mujeres) se agrava cuando se les exige cubrir estos contextos hostiles, que se engrandecen con las coberturas mediáticas. Esto no solo es una negligencia, sino que traiciona los principios fundamentales de cualquier cultura profesional ética”.Lo cierto es que no todo el mundo improvisa cuando se enfrenta a situaciones como la de Torre Pacheco. La BBC, por ejemplo, tiene en vigor una guía completísima sobre cómo actuar en relación con los directos que sus periodistas están obligados a aplicar también en caso de eventos prefabricados. En ella se establecen límites claros para evitar que la cobertura en directo amplifique actos escenificados, especialmente de grupos extremistas o violentos, de fuentes que buscan notoriedad o manipulación mediática, o que consisten en protestas prefabricadas diseñadas para provocar.La guía advierte del riesgo que conllevan los directos de impulsar el racismo y los estereotipos, transmitir comentarios despectivos o difamatorios y engañar a las audiencias. Incluye consejos sobre cómo tratar un incidente serio durante una transmisión en vivo, como por ejemplo, en caso de manifestaciones, disturbios y motines: “Cortar y grabar material para uso en un reporte editado, si el nivel de violencia o desorden se vuelve demasiado gráfico”, o activar un retraso en la emisión para evitar retransmitir lo que los protagonistas de los disturbios desean.La misión del periodismo, añade Sampedro, “no es responder a la violencia xenófoba, sino abortarla, prevenirla e impedir que tenga lugar”. En el caso de que se produzca, tendrá que promover políticas de seguridad y bienestar social “que impidan estos sucesos execrables”. Hay que entender, defiende, “que estamos ante propuestas antipolíticas que nos conducen a totalitarismos más o menos crueles. Su meta es quitarle los corchetes a la (ultra)derecha. Es decir, que el PP asuma la agenda y la retórica de Vox. Precisamente, lo que está pasando”.¿Qué hacer, entonces? El profesor de la Rey Juan Carlos propone cinco medidas. Primero, exigir una respuesta policial contundente, tolerancia “cero” e identificar a quienes debieran ser objeto de investigación policial y castigo penal. Después, denunciar la financiación, las subvenciones y apoyos institucionales de las organizaciones que niegan los derechos humanos de ciertas minorías, así como visibilizar y dar voz a los colectivos atacados. Rehuir los estereotipos buenistas, precisa, reconociendo las tensiones o conflictos de intereses que tienen lugar en su seno y en sus entornos, escapando del simplismo maniqueo (buenos contra malos) y reconociendo la diversidad humana, también del colectivo migrante.Por último, propone generar el debate público, la movilización ciudadana y las políticas “que nos protejan de los intolerantes, aislándolos, acallándoles, combatiéndoles con todo el peso del Estado de Derecho” y las formas de autodefensa ciudadana compatibles con él, con la democracia y la convivencia que quieren destruir.