Nadie es profeta en su pueblo, ni Antonio Machado

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Tal día como hoy de hace 150 años, un 26 de julio seguramente tan luminoso como este mismo cielo sevillano que no terminamos de perder, nació en el Palacio de las Dueñas Antonio Machado, un poeta al que todos los políticos de hoy suelen citar con ese mal gusto de los gremios iletrados, es decir, tomando por las hojas algunos versos que han oído no saben dónde. Da igual que el político sea de la extrema izquierda o de la extrema derecha; le servirá algún verso de don Antonio para sostener una cosa y la contraria. Es lo que tiene la dictadura del fragmentarismo al que las redes sociales nos tienen acostumbrados: que todo puede significar lo que el citador pretenda y lo único que deja de ser importante es el contexto del propio creador o el universalismo al que está llamada su obra. Es un sacrilegio convertir a un poeta tan global en un hacedor de pegatinas, de tatuajes, de frasecitas cuquis para citar en el mitin.Antonio procedía de una estirpe de Machados de la que siempre se cita a su abuelo, también Antonio, Machado Núñez, que era médico, zoólogo de vocación y que ejerció de profesor universitario hasta para ser rector de la Universidad de Sevilla e incluso político (fue gobernador civil de Sevilla), y todo con tanto afán que él solo pudo sostener a toda la familia, aquí y en Madrid, incluso cuando su hijo Antonio, Machado Álvarez, quien firmara luego sus trabajos de folklorismo como Demófilo, se había casado con la trianera Ana Ruiz y formaron una familia numerosa. Antonio Machado fue, pues, el tercer Antonio de una tríada de Antonios importante para la cultura de nuestro país.Su madre, Ana, lo parió por tanto el día de su santo, y hoy, exactamente 150 años después, no deja de ser emotivo el contraste entre aquel luminoso 26 de julio en el que vio su primera luz el niño Antonio y aquel otro tenebroso 22 de febrero, en un pueblecito del Pirineo francés en el que el avejentado Antonio se despidió de la escasa luz de aquel momento tan tétrico, en 1939, después de haber dejado escrito, sin embargo, ese alejandrino tantas veces traído a colación: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Me llaman la atención los demostrativos de cercanía, allá tan lejos: Estos días, este sol. Como si aquellos días tan lejanos y tan azules de su infancia los hubiera tenido al alcance de la mano el poeta Antonio en sus últimos momentos, como si aquel sol tan lejano y tan infantil hubiera deslumbrado al poeta Antonio un rato antes de morir. Estos días, este sol. Hoy es siempre todavía. Como si no hubieran pasado 150 años.Antonio Machado se buscó la vida como profesor de francés, se enamoró y dejó que la vida le fuera pasando por encima poco a poco. No triunfó ni como docente, ni como poeta ni como amante. Enviudó antes de apreciar su propia felicidad por debajo de los versos. Se convirtió muy pronto en un viejo poeta al que los jóvenes de la nueva poesía apenas le tuvieron aprecio. El 27 surgió pisando fuerte, con el liderazgo disimulado de Juan Ramón, que vivía en la Residencia de Estudiantes, editaba revistas y vivió después del exilio hasta para ganar el Nobel. Machado, en cambio, apenas escribió libros, más allá de aquellas Soledades que reeditó varias veces porque las galerías de su propia alma le ayudaban a sonsacarse otros recuerdos y aquellos Campos de Castilla que no terminó de convencerlo ni siquiera cuando se fueron convirtiendo en sus Obras completas. Es verdad que luego, ya tan viudo, tan madrileño y tan señor del café vespertino, publicó Nuevas Canciones, y que un alter ego llamado Juan de Mairena le fue dictando sus mejores sentencias, pero Machado no fue nunca un profesional de la poesía, un autor reverenciado ni un académico que tuviera prisas por revolucionar nada. Tuvo siempre su propia música interior, labró despacio sus inolvidables versos de métrica pautada y se fue de este mundo defraudado con la evolución de lo que todo lo que veía a su alrededor.Murió con solo 64 años, que es una edad en la que hoy se hace mucho deporte. Machado era para entonces un viejo fumador entre las ruinas de su propia inteligencia, y si hoy levantara la cabeza volvería a sonreír de medio lado para confirmar hasta qué punto llevaba razón en sus versos fundamentales: Caminante, no hay camino / se hace camino al andar, por ejemplo. Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón, por ejemplo. La verdad es lo que es / y sigue siendo verdad / aunque se piense al revés, por ejemplo.Podrían ponerse muchos más ejemplos, pero corremos el riesgo de convertirnos en plasta machadiano, que tanto sobra hoy, 150 años después de que naciera el auténtico Machado que tanto se cita y tan poco se lee. Porque aunque a Machado lo terminaran defraudando todos los sistemas políticos que vivió en su país, por mejorables, hay que recordar para navegantes que el único que lo terminó expulsando hasta del suelo del país que había comprendido mejor que nadie fue el de una dictadura que concentró en su razón de ser las antípodas de todo el mensaje machadiano, de todas sus ansias de libertad individual, una dictadura que era todo lo contrario de la política, aunque los nostálgicos que hoy siguen recordándola y que dicen estar en contra de la política tengan la poca vergüenza de citar igualmente a Machado. “Haced política”, nos dijo el poeta, “porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”. Antonio Machado también murió sin saber que era un profeta.