El Festival de Lucerna y Michael Haefliger se dicen adiós con una gran fiesta musical

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No es habitual estar al frente de un gran festival durante más de un cuarto de siglo. Las ideas se acaban, los políticos de turno suelen tener un supuesto mejor candidato al que colocar, los enemigos y envidiosos siembran minas por el camino, el paso del tiempo dicta su ley o, simplemente, llegan ofertas más atractivas que invitan a un cambio de aires. Nada de esto ha sucedido en Lucerna, donde Michael Haefliger ha conseguido hacer realidad lo que, en su momento, podría haberse tenido por ideas descabelladas o, simplemente, irrealizables. Su doble condición de músico (finalizó sus estudios como violinista en la Juilliard School de Nueva York con los legendarios profesores Ivan Galamian y Dorothy DeLay) y gestor (con títulos obtenidos en San Galo y Harvard) le han permitido conjugar arte y finanzas, dos elementos imprescindibles que conviven cotidianamente en la agenda del director de cualquier festival. Y Haefliger, que con un padre tenor y una madre arquitecta ya había vivido en casa la confluencia de ambos mundos, ha sabido atraer por igual al Lago de los Cuatro Cantones a grandes fortunas (individuales o corporativas) y a las mejores orquestas, directores, cantantes, compositores e instrumentistas del planeta.Seguir leyendo