Una llamada de auxilio desde Grazalema: la oveja merina agoniza y cada vez la cuida menos gente

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Por los rincones más recónditos de la escarpada Sierra de Grazalema —también de la Serranía de Ronda y más esporádicamente en pequeños rebaños en la Sierra Sur de Sevilla y en la Sierra de Huelva— se pasea, trepa y vive desde hace siglos una oveja que es única. No se sabe a ciencia cierta desde cuándo se puede hablar de esta raza, pero sí que entre los siglos XVII y XIX se tiene constancia de la existencia de la que ahora se conoce como oveja merina grazalemeña.Es una de las cinco razas ovinas autóctonas de Andalucía. Hace dos siglos llegó a haber 20.000 cabezas de ganado. Ahora quedan menos de 5.000. Por eso quienes entienden, como el ganadero Cristóbal Yuste, no dudan al afirmar que está en peligro de extinción. Y que hay que cuidarla.Esta oveja es especial por muchas razones. Presenta una gran rusticidad, es capaz de soportar bajas temperaturas e inviernos húmedos y de la leche que produce salen unos quesos exquisitos, del reconocido queso de Grazalema, incluido en el Catálogo de Quesos Españoles. Los de las cabras de raza payoya tienen más fama, pero estos no le van a la zaga. SOS de las ovejas merinas de Grazalema.“Esta oveja es especial. Es la única raza autóctona de Andalucía de aptitud lechera. Es ruda, escaladora, hecha para la sierra. Donde otra oveja no llega, ella trepa y encuentra pasto”. Así la define Yuste, un enamorado de esta raza, que es a su vez el presidente de la Asociación de Criadores de la Raza Ovina Merina de Grazalema, creada en 2001 en Villaluenga del Rosario. La oveja merina de Grazalema no produce mucha leche, apenas un litro diario de media, pero es de altísima calidad, muy concentrada, perfecta para la elaboración de quesos. A menudo, se elaboran mezclando la leche de la oveja merina con la cabra de raza payoya. Aunque por sí sola, “no tiene comparación”, define Yuste. En su mejor momento, llegó a haber 35 explotaciones ganaderas con ovejas merinas en la zona. Ahora quedan 28, que suman menos de 5.000 cabezas de ganado. “Eso significa que la raza está en peligro de extinción, porque para no estarlo tendría que haber más de 7.000 u 8.000 cabezas”, añade el ganadero y presidente de la asociación que cuida a esta raza. Yuste, con parte de su rebaño de ovejas.  JUAN CARLOS TOROPara que no siga descendiendo esta cifra, hay que activar varias palancas. La primera y más obvia, la del relevo generacional. “La mayoría de pastores somos mayores. Hay que hacer el campo atractivo, tener explotaciones con comodidades, apoyos reales, que los jóvenes puedan tener tiempo libre. Hoy la juventud quiere otra vida, y si no se les da un motivo para quedarse, se marchan”, reflexiona Yuste. De hecho, la edad media de los socios de la entidad que preside es de 55 años. La mayoría, hombres mayores de 50. El 78% de las explotaciones son de carácter tradicional y en el 79% la ganadería representa la principal actividad económica. En el 65,7% predomina la oveja merina.Mientras conversa con lavozdelsur.es, en la finca que gestiona su familia desde 1988 de forma ininterrumpida, cerca de la localidad serrana de Benaocaz, entra por la puerta su vecino Moisés Mangana, un joven de 25 años que es la excepción en este ecosistema. Le surgió la ocasión hace seis meses y desde entonces gestiona una explotación ganadera. En su caso, de cabras de raza payoya. “Siempre quise dedicarme a esto”, sostiene Mangana, que se encontró casi por casualidad con una oportunidad que no desaprovechó. “Hay muy pocas explotaciones que estén adecuadas; en la mía no puedo llegar en coche”, cuenta.“Lo que ha hecho Moisés, gestionar una explotación sin heredar de un familiar, es una gota de agua en el mar. Es muy difícil”, señala Yuste, que alaba la valentía del joven, que dice que asumir una explotación “normalita”tiene un coste que supera los 100.000 euros. “Eso sin oficina, ni nada”, aclara, antes de irse rápido. Solo visitó a Cristóbal para pedir prestado un remolque. El experimentado ganadero da de comer a sus ovejas erinas. JUAN CARLOS TOROEl presidente de la Asociación de Criadores de la Raza Ovina Merina de Grazalema, una vez se ha ido, prosigue: “Si las Administraciones no se vuelcan con él, puede llegar un momento en el que tenga que cerrar la explotación”. De ahí que reivindique la importancia de las subvenciones. “Sin ellas no podríamos mantener las ovejas, porque el precio en origen no da para vivir”, señala Yuste. “La lana ya no vale nada, al contrario, nos cuesta dinero esquilar, así que solo nos queda la leche y el cordero. Y con eso, sin ayudas, no se vive”, agrega. Y da otro apunte más Yuste: “Ahora que está de moda hablar del ganado bombero, la oveja también lo es, vamos a cuidarla”.Una familia echada al monte La familia de Cristóbal Yuste lleva varias generaciones echada al monte. Su abuelo ya fue ganadero, también su padre, y en cuanto tuvo edad para ayudar a criar ovejas, pero también cabras o vacas —incluso cerdos—, se afanó en la tarea. “No tuve otra opción”, comenta. “Nací en 1959 y en aquellos años, en los pueblos, los niños éramos mano de obra en nuestras casas”, dice. Aunque empezó por “obligación” familiar, asegura: “Acabas enganchándote”. Y se explica: “El campo tiene algo especial, estás en contacto con la naturaleza, trabajas con lo tuyo, nadie te manda… pero eso significa también que nunca tienes vacaciones, porque a los animales hay que atenderlos todos los días”.Yuste, en un momento de la entrevista con este periódico.   JUAN CARLOS TORO“Pero engancha porque siempre quieres mejorar, que tu rebaño sea mejor, que tus animales estén más fuertes, que la explotación crezca”, añade Yuste, un ganadero de pura raza, que sin embargo en sus hijos no ha encontrado relevo. “Ellos siempre me han visto salir muy temprano y llegar de noche, sin descanso, y prefirieron estudiar. Quise darles lo que mi generación no tuvo: estudios. Han elegido otro camino, y me parece bien: para estar en el campo tienes que quererlo de verdad”.Hoy tiene una explotación con más de unas 250 ovejas merinas, unas pocas cabras de raza payoya —“en plan romántico, porque mi familia siempre ha tenido”— y algunas vacas. “Mi compromiso fuerte es con la oveja merina de Grazalema, que es la raza que hemos criado siempre en la Sierra”.“A mis 66 años podría haberme jubilado, pero me da pena cerrar una explotación en la que he trabajado toda mi vida. Por eso sigo aquí, luchando, aunque sé que el futuro es incierto”, apostilla.Moisés Mangana, en primer término, un joven con una explotación ganadera, una 'rara avis' en la zona.   JUAN CARLOS TOROUn programa para conservar una especie única Pero la oveja merina de Grazalema tiene un plan. Concretamente, uno de conservación y mejora de la raza, impulsado por la Asociación de Criadores de la Merina de Grazalema, el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (Ifapa) —adscrito a la Junta de Andalucía—, la Universidad de Córdoba, la Consejería de Agricultura y la Diputación de Cádiz.Este plan, comandado por un equipo de investigadores y técnicos del centro Ifapa de Hinojosa del Duque, en la provincia de Córdoba, busca mejorar la calificación genética de las explotaciones. Para ello, obtiene semen de machos de diferentes ganaderías, que se insemina en ovejas de distintos rebaños.“Contamos con un almacén de material genético. La idea es tener variabilidad de diferentes machos para ese acopio de material genético, como si fuera una librería”, explica gráficamente Francisco Arrebola, técnico del Ifapa que trabaja en este proyecto, en conversación con lavozdelsur.es.Yuste reivindica a una raza que es única.  JUAN CARLOS TORO“Ante esta raza, que está en peligro de extinción, hacemos acopio de material seminal por si hubiera que recuperarla”, explica Arrebola, quien asegura que con este plan se está aminorando el descenso de población en los últimos años.El técnico sigue explicando: “Valoramos genéticamente a los machos que la asociación designa como sementales, buscando la producción lechera manteniendo la morfología de estos animales, para que sean rentables y con una producción lechera sostenida”. Para el técnico del Ifapa, como también piensa el ganadero Cristóbal Yuste, “el relevo generacional es complicado”, porque “los sistemas extensivos son exigentes, y eso hay que encajarlo con el concepto de vida y de trabajo que tienen los jóvenes”. De ahí que también llame la atención sobre la importancia de conservar esta raza autóctona con siglos de historia. “La oveja juega un papel social y cultural, ligado a unas labores medioambientales; es un complemento al hábitat en el que está, forma parte del círculo vital”.