Cuando Bill Murray encarnó a Phil, un periodista gruñón que se ve condenado a revivir, una y otra vez el mismo día, no pensó que Atrapados en el tiempo iba a contar con tantas analogías. Nuestra querida Jerez, como la Pensilvania donde todos esperaban el despertar de la marmota, se ha quedado atrapada en el tiempo. Lejos de las comparaciones fáciles y de los reproches políticos de uno u otro signo, los jerezanos y las jerezanas ya hemos interiorizado, para nuestra desgracia, la máxima de que nada cambie. Vivimos anquilosados en las rémoras del pasado, las de una ciudad que fue próspera y vitalista y que acuñó marca propia y fama mundial.Tristemente, no hablamos de nada nuevo. Los librepensadores griegos ya hablaron de la inmutabilidad y quietud del ser —que puede relacionarse con una idea de un tiempo inmóvil donde nada cambia ni se mueve—, tal y como predijo Parménides de Elea, en el siglo VI a. C.Esta suerte de inmovilismo vital tiene su máximo ejemplo en la sempiterna trilogía festiva local: Semana Santa, Feria del Caballo y Navidad; eventos que nos ocupan y entretienen buena parte del año, pero que nos coloca una venda en los ojos que nos impide ver más allá. De hecho, los prolegómenos de estos eventos y los análisis ulteriores acaparan gran parte del debate público, restando posibilidad a la creación de proyectos más novedosos donde se evite la excesiva dependencia del sector servicios que, hoy por hoy, es lo máximo a lo que aspiramos como ciudad.Fuera de nuestras fronteras, la vida sigue. Mientras otros municipios cercanos y no tan próximos evolucionan generando desarrollo industrial, tecnológico e incluso cultural, en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera nos aferramos en “cambiar todo para que nada cambie…”Al 10% de tasa de desempleo actual con unas 21.000 personas sin ocupación conocida, sumamos una población que envejece a pasos agigantados. Según el Sistema de Información Multiterritorial de Andalucía (SIMA), la edad media en Jerez alcanza ya los 43,2 años, lo que refleja una población en claro proceso de envejecimiento y, por ende, una juventud que decide emigrar en busca de un mejor futuro.A esta situación se suma el problema de la vivienda. Atrás quedaron esos años, no muy lejanos, donde Jerez presumía de tener el suelo y la vivienda más barata y accesible de España. Esos tiempos donde el propio Ayuntamiento, a través de la Empresa Pública de Vivienda, se constituía en promotor público, esquivando la especulación actual de las promotoras y constructoras privadas. Desde la segunda fase de la barriada Cerrofruto en 2011 nada más se ha levantado por Emuvijesa, a la que sostenemos a pulmón sólo para gestionar alquileres sociales.En el ámbito industrial, el malogrado cierre de la fábrica de botellas, y los infructuosos intentos por crear un polo aeronáutico en La Parra, dibujan de otro lado un panorama ciertamente desolador, donde sólo los parques industriales y las grandes superficies comerciales son lo más parecido a las industrias que tanto añoramos.Y finalmente unas infraestructuras obsoletas, que no terminan de aprovechar la centralidad de Jerez. El mal endémico de la A-4, sin una autovía alternativa; una ronda sur mil veces prometida que duerme el sueño de los justos… Y mientras, el Puerto de Algeciras, el primero en tráfico de mercancías de España, aprovecha el transporte marítimo para dar salida a sus productos, obviando que la estación de mercancías de Jerez bien podría ser un nudo intermodal de contenedores aprovechando los inmejorables accesos por tren, carretera y avión.Es evidente por tanto que la ciudad necesita un proceso participativo para acordar un proyecto de ciudad a medio y largo plazo, explicar qué queremos ser en 5, 10 o 20 años; donde se fijen objetivos estratégicos de ciudad (infraestructuras, equipamientos, crecimiento poblacional, industria y empresas, diseño de ciudad...) y los futuros gobiernos sabrían por dónde ir y a qué puerta llamar a reclamar.Mientras tanto, como Phil, seguimos despertando cada día con el mismo horizonte. La misma ciudad lánguida y atrapada en sí misma que vive de la autocomplacencia, pensando cuál es la siguiente fiesta en la que nos sumerjamos que esquive nuestra dura realidad. Así, y sólo cuando algo cambie en la mentalidad de la ciudadanía, y en la de quienes nos gobiernan, comenzaremos a evolucionar. Feliz Día de la Marmota.