En el final de la vilipendiada La resistencia de los muertos, George A. Romero terminaba su filmografía con una imagen de dos hombres enfrentados en vida, ahora convertidos en zombies, disparándose como en un duelo, sugiriendo una rivalidad tan fuerte que traspasa la frontera de la muerte, haciendo una pantomima de la situación en los EE UU del fin de la era Bush, que ahora se ha convertido en una división cercana a la guerra civil.Esa imagen, aparentemente tosca en su ejecución, pero profética en su mensaje, anticipaba el clima de polarización cada vez más extrema que definiría la década siguiente. Romero usaba la rivalidad de Horizontes de grandeza y la perfumaba en los tropos visuales del western tradicional, evocando películas donde el odio entre familias se perpetuaba generación tras generación, quizá inspiradas en las pugnas violentas de los Hatfields & McCoys, esas vendettas ancestrales que Ari Aster busca traducir a la era covid en Eddington.El western como espejo deformado del presenteSi la carrera de Romero se desarrolló en el cine de terror, no fue enteramente por su voluntad, por ello acabó usando a los muertos vivientes como su comodín para poder trabajar y hacer las películas que no le financiarían de otra forma. Aster, que ha logrado seguir trabajando dejando el terror a un lado, no tiene el mismo problema, pero sí se ha acercado al western "porque es el género nacional. Trata en gran medida sobre el sueño americano y, en el mejor de los casos, también se enfrenta a la realidad de EE UU", señala a Letterboxd. "Quería hacer una película que funcionara como un western tradicional, pero con influencias del realismo moderno. La gente hoy en día está muy paralizada por la historia. Todos la utilizamos para reforzar nuestras creencias específicas, pero, al mismo tiempo, somos increíblemente conscientes del pasado cultural de EE UU". La mitología americana vista como un campo de batalla perpetuo, es la esencia de un género basado en la conquista y el asentamiento, y ambos autores lo usan como piedra Rosetta de su presente.Es bastante curioso que Romero lo propusiera en plena epidemia zombie y Aster haya elegido la pandemia de covid, porque la única diferencia en el dilema que hace explotar todo es ponerse o no la mascarilla, en vez de matar o no a familiares revividos, que pueden contagiar a otros. La conexión no es casual: ambas exploran cómo el tribalismo americano vive una eclosión por el auge de internet, en el caso del de Pittsburgh, de los móviles en el del director de Midsommar. No son películas tecnófobas, pero desconfían de cómo los humanos la usan.Lo viral y la interacción asocial mediaEn las promociones de El diario de los muertos, que hablaba precisamente de cómo la nueva sociedad de la información en las redes sociales crea burbujas, el director afirmaba que internet le aterraba porque "cualquier lunático puede publicar cualquier cosa. Si Hitler estuviera vivo hoy en día, no tendría que ir a la plaza del pueblo, solo tendría que crear un blog. Si Jim Jones estuviera aquí ahora, de repente habría un millón de personas bebiendo Kool-Aid. Por eso me parece peligroso, y también esa obsesión de que todo el mundo es periodista".Era 2007, y la gente aún subía sus vídeos a Myspace y no a su canal de youtube, ni imaginaba lo que serían los influencers como Joe Rogan, Ben Shapiro, Andrew Tate, o Charlie Kirk. Aster sólo ha tenido que mirar a su alrededor para crear el personaje de Austin Butler, un gurú que parece, efectivamente, el próximo Jim Jones. Él y sus seguidores son solo una parte de las piezas del tablero de Eddington, que, según Aster, es "la película que Twitter escribió", haciendo referencia al clima de desencuentro que surgió en 2020.Un clima que, efectivamente, refleja el tribalismo al que ha llegado la sociedad pospandemia, donde cada verdad o fake es la que uno percibe, y que refleja las tensiones del lejano oeste, donde se manifestaba en ciclos de violencia que empezamos a ver replicados en el 2025. Un pedacito de apocalipsis que pudimos tocar con los dedos hace cinco años, por lo que tiene aún más sentido que Aster eligiera esa época para ubicar su historia, y es que el fin del mundo y el género del oeste siempre han hecho buenas migas.Cine cínico para el apocalipsisMás allá de la convergencia obvia del mundo zombie, con The Walking Dead convirtiéndose poco a poco en una serie con tipos a caballo defendiendo su fuerte, podemos ver que los postapocalipsis siempre han cuajado bien con el western. Así, los mundos de Mad Max son como versiones motorizadas de La diligencia, aunque es la primera, Salvajes de autopista, con la que Eddington tiene más en común, puesto que aquella dibujaba un mundo al borde del precipicio, a un paso de agotar la gasolina y la estructura social.Las calles del pueblo están desoladas, la nueva normalidad es el vacío, y nuestro punto de vista es el de un republicano religioso cuyo mundo se viene abajo cuando su autoridad de sheriff se desploma cuando las reglas con las que nos regimos se diluyen. Joe (Joaquin Phoenix) es la desintegración del hombre blanco americano frente a un mundo que ya no comprende, con un poquito de Arthur Fleck (Joker) y de Michael Douglas en Un día de furia, señores cuya percepción distorsionada de la realidad los convierte en cronistas poco fiables de su propia caída.Los temas típicos del cine del Oeste pasan a un entorno moderno, traduciendo el antagonismo de los colonos en la esencia misma de los EE UU, una pugna de miradas irreconciliables que Aster se atreve a diversificar, hablando del fracaso del individualismo, lo que ha dejado el mismo barro en las lecturas políticas que acusan a una neutralidad aparente donde parece que debe aparecer Trump en alguna esquina para que quede claro quiénes son los malos. Se podría también pensar que la causa es una herramienta de observación sardónica.La postverdad en tiempos de coronavirusPero pensar que Aster evita la diatriba directa es ignorar el punto de vista subjetivo del protagonista, una advertencia de que lo que vemos tiene un sesgo claro que revela más de lo que hace falta. La narrativa funciona como un caleidoscopio de perspectivas fragmentadas, donde cada personaje habita su propia burbuja de realidad, incapaz de comunicarse con los demás, y en parte es por una histeria mediática tan caldeada, que la propia noción de realidad objetiva se ha vuelto obsoleta.El virus tiene también algo de metáfora de la desinformación, propagándose igual de rápido, transformando a las víctimas en transmisores. La idea de volver al covid como desencadenante de la deriva social total en la que nos encontramos es incómoda pero valiente, y Eddington busca afrontar que el virus fue la gota que le faltaba al vaso de las conspiraciones, las ideas preconcebidas y el autoconvencimiento capaz de borrar las certezas y convertirlas en fantasía. Un macguffin, un catalizador de todas las tensiones latentes de una sociedad ya fracturada.Similar al papel que cumplía la sequía en Chinatown o el alcohol en Despertar en el infierno —que Aster cita como una de sus influencias— tenemos eventos que revelan la verdadera naturaleza de los personajes bajo presión, en realidad, marionetas de una trama que se desarrolla ajena a ellos, como dice el director: "La película trata sobre la construcción de un centro de datos. Comienza y termina con ello. Para mí, ese es el núcleo de la historia", Esto abre uno de los puntos comunes con sus otras películas.El teatro de títeres de Ari AsterSi Hereditary comienza con un plano a la casa de muñecas y Midsommar con un fresco que dibuja todo lo que pasa en la película, Eddington nos muestra un cartel anunciando el SolidGoldMagikarp, el centro de datos que finalmente se construye en el pueblo. El determinismo y la ausencia de control autónomo es el centro del discurso de toda la obra de Aster, y en este caso entabla una conversación más estrecha con Beau tiene miedo, puesto que si en sus películas de terror ese control se establece por cultos y sectas, en la anterior es una corporación con su propio logo.Aunque sea en la cabeza de Beau, es MW Industries la que controla su mundo, y funciona igual que la empresa del centro de datos, manejando los hilos de disputas y tensiones entre personajes en Eddington, para conseguir llevar a cabo la construcción de lo que, real o figuradamente, está manejando a cada habitante del pueblo a través de sus móviles, la fuente de información y distorsión del entorno de cada uno, dejándonos entrar en el de Joe, el Agamenón manejado por los dioses de esta historia.Llegado un punto de la película, lo que vemos deja de tener una perspectiva fiable, es como entrar en la visión paranoica del mundo de Walter de El Gran Lebowski, cuyas teorías conspiratorias sobre Vietnam nos resultaban graciosas en los 90, pero ahora representa a todo un sector de estadounidenses, incluso los nihilistas que mataban a Donny se parecen al grupo “terrorista antifa” con el que lucha Joe, que parece un grupo de mercenarios a sueldo para hacer un ataque de falsa bandera (ojo a sus logos y pintadas).La ansiedad de un 'regular Joe' desencantadoY es que hay en Eddington un constante homenaje a los Coen que va desde uno de los crímenes más torpes jamás ideados, digno de Fargo (cuya quinta temporada hace un retrato de la América trumpista muy compatible), a ese tramo final noir rozando el horror de Sangre fácil, pasando por su rendición al western crepuscular y alguna que otra imagen concreta que funciona como guiño directo de No es país para viejos. Y es que el Oeste también vive en cómo ve el mundo Joe, que cree ser Gary Cooper en Solo ante el peligro.Aunque nosotros le vemos más como el Sean Penn de El asesinato de Richard Nixon, con un ataque de locura paulatina mientras él se ve como el cowboy héroe de su película. El director ha comentado que está muy influenciado por JFK: "Una de las grandes películas sobre el pensamiento conspiranoico, con teorías desacreditadas, pero con una paranoia en su propio ADN que anticipa la atmósfera en la que vivimos actualmente". Con ecos de las páginas de Hunter S. Thompson o Kurt Vonnegut, Joe es casi como el protagonista de La conjura de los necios.Inspira tanto risa como horror, un bufón trágico cuya incompetencia resulta aterradora en su contexto, una performance que oscila entre lo patético y lo amenazante. Phoenix es de nuevo el sparring del sadismo de Ari Aster, que parece disfrutar haciendo sufrir a su peón. Por ello, no es una obra política per se, sino que explora el efecto de esta sobre un antagonismo de fábrica. Podría tratar de fútbol y ser la misma película, aunque algunas elecciones como el Black Lives Matter puedan ser hirientes o interpretadas de forma unilateral.El circo político de un avispero zarandeadoEddignton tiende a universalizar el conflicto y siempre pone más énfasis en el efecto de las protestas en la psique de Joe, la constante presencia de estímulos, prohibiciones y contradicciones empapa la atmósfera hasta hacerla irrespirable, con una tensión creciente que se alterna con la comedia absurda, a la que no se puede uno aferrar. Para cualquier duda, convierte al chico blanco, que se mete en protestas para ligar, en un ídolo accidental de la ultraderecha, siguiendo el camino de Kyle Rittenhouse.No se le escapa un momento a Aster para imprimir alguna imagen de impacto de la vida reciente en USA que tendemos a olvidar, como cuando el mismo chico hace un livestream de su tiroteo como los asesinos de los atentados de Christchurch. Aunque tenga un carácter de comedia negra, siempre hay algo demasiado oscuro en la siguiente escena, hasta que se convierte en un psycho thriller, siniestro pero tan idiota como los protagonistas de la clásica crónica negra, de esos sucesos surgidos por la lucha por una linde tan de nuestra España profunda.Las dinámicas no son tan diferentes de los Cabanillas e Izquierdos de El séptimo día, con la que Eddington tiene más que ver en fondo y forma de lo que seguramente Aster supiera al concebir su tercer acto, donde se convierte en un western nocturno infernal. Su media hora final certifica un cambio de género radical: de la comedia negra de observación social pasamos a Infierno de cobardes o Red Hill, como si Aster hubiera decidido cambiar de Nashville a Grupo salvaje, en una secuencia de enfrentamiento final filmada con precisión quirúrgica.Las migas de pan de una obra de autorLas tomas nocturnas de Darius Khondji alcanzan momentos de belleza apocalíptica que contrastan con el gore bestial y los momentos de trauma encefálico que, de alguna manera, siguen siendo marca Aster. El despiadado epílogo muestra su lado más cruel, su habitual falta de compasión por sus personajes, a los que parece que disfruta torturando, pero no es el único momento que regurgita sus temas e imaginería habituales. Cuando Joe llega a casa y cree ver a Louise parece una escena de terror, rodada como la aparición de la abuela en Hereditary.El personaje de Emma Stone carga con un trauma como el de Dani en Midsommar, encontrando como ella su nueva familia en una secta, aunque su herida interna parece tener que ver con el abuso de su padre, un hombre que solo vemos en una foto tratada como un altar, que recuerda, de nuevo, al de la abuela en Hereditary. Pausa para volver a las figuritas de aquella en las creaciones de Louise, que nos cuentan su historia e incluso predicen lo que va a ocurrir: uno de sus peluches tiene un cuchillo en la cabeza, como si fuera un muñeco vudú.El secreto y la posible agresión incestuosa está también implícita en Beau tiene miedo, que parecía la solicitud para adaptar una obra perdida de Daniel Clowes, autor del logo de Square Peg, la productora de Aster. Además de su obsesiva atención al detalle, ese interés por los autores de cómic underground americano se traduce aquí en una sintonía con Peter Bagge, no solo en su habitual sátira social, como los pijillos blancos que increpan al policía negro por no unirse a ellos en su manifestación, que podrían ser personajes de Odio o Mundo Idiota.También en la manera del dibujante de retratar el absurdo de la violencia alimentada por la paranoia, desde la afición a las armas del hermano de Buddy Bradley o la muerte de Apestoso a la pesadilla febril survivalista de Apocalipsis Friki, uno de los retratos más oscuros de la descomposición social americana de este siglo, que encaja como un guante en la mirada nihilista de Eddignton al apocalipsis real de la pandemia. Pero su actitud similar de ridiculizar a todos por igual no tiene tanto que ver con la mofa, como con la distracción.La desintegración del sueño americanoSu plano final disipa dudas para los que las tuvieran, la construcción del SolidGoldMagikarp nos muestra cómo el capitalismo ha ganado la partida, Joe consigue ser alcalde, pero, inmovilizado, ve cómo el centro es finalmente impuesto en su terreno. El director parece adivinar lo que está pasando en el mundo real. Las corporaciones enfrentan y manejan la conversación a través de servidores, se acaba con el sueño del viejo Oeste para convertirlo en un despojo para sus negocios, las aspiraciones de películas como Gigante son impensablesLa conquista del Oeste, sea por reses o por petróleo, ya no tiene sentido, el sueño americano ha sido secuestrado y el final funciona como un puñetazo en el estómago, una vuelta de tuerca que convierte toda la película en una elegía por una América perdida. Como Paul Thomas Anderson en Pozos de ambición o Martin Scorsese en Los asesinos de la luna, Eddington reconvierte el mito fundacional americano en un weird western imposible y desagradable donde lo que se transforma es la forma de la violencia que genera la polarización.Las disputas por el terreno ya no son tan importantes como la disensión y ruptura social absoluta. Los dos zombies de Romero disparándose hasta la eternidad o la foto del grupo de asalto orgulloso con el Presidente de los EE UU asesinado de Civil War son imágenes potentes que leen un estado de miedo y manía que podemos seguir día a día en las noticias. Un tema que hasta Stephen King trató como una guerra civil postpandémica en su Apocalipsis.La cultura del odio se ha aliado con la manipulación y para Aster, la cuarentena supuso un punto de no retorno, como los bisontes cayendo en la famosa foto de David Wojnarowicz elegida para su póster. No es extraño, pues, que muchas reacciones en redes sociales al asesinato de Charlie Kirk hayan sido algo similar a "vivimos en Eddington", un comentario digno de salir en el feed del móvil de alguno de sus personajes.