Unos maños muy bravos

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Descastadísima, y es casi un piropo, estaba resultando la novillada de Pablo Mayoral. Todos salían abantos, desentendidos, unos con mala baba, otros menos… Hasta que salió el quinto, que para ahorrarnos tiempo en escudriñar cómo embestía e iba embestir, decidió salir parado directamente. Eso sí, era ver la puya, y salía corriendo al amparo de toriles. No le había rozado el hierro, pero intuía el animalito que aquello no le iba a gustar, y se iba en dirección contraria. El caballo venga a perseguirle por la plaza, el novillo venga a huir. Si el piquero en toriles, el novillo entonces en cuadrillas… Es que no llegó a dejar que el caballo se acercara, era pasmosamente manso. Ante aquello, sólo había una solución: pañuelo rojo, como asomó del palco. La verdad es que, excepto para los responsables de su lidia, Aarón o su cuadrilla, era hasta chusco el animal, perseguido por todos, incluida la bravura, pero él siempre era más rápido. E iba con odio a los de plata que intentaban clavarle, como fuera, las banderillas negras. De aquella manera, muy de aquella manera, como si hubieran sido tiradas a la diana con dardos, quedaron tres rehiletes, cada uno en un sitio más extraño de la anatomía del animal. Pero es que era imposible de otra manera que no fuera en esa «suerte» de arco con flechas… Así llegó a la muleta el último novillo en la carrera del prometedor zaragozano, que se dobló con él para poderle. Salía suelto, desentendido, pegando siempre un gañafón feísimo… Creo que nadie se habría cambiado por Palacio, pero ahí estaba el chaval, dispuesto a plantar cara al imposible ejemplar. Y vaya si se la plantó, y hasta le pegó unos naturales estupendos… Muy solvente y capaz estuvo Palacio frente al utrero que, al sentir el acero, cumplió su sueño por una última vez: ir corriendo hacia toriles. Abantísimo salió el segundo, que dio como tres vueltas a la rectangular plaza. Sólo que, visto en retrospectiva, era un dechado de bravura al lado del otro del lote de Palacio. Logró pararlo Aarón, y pegarle unas verónicas y dos medias de categoría. Se quería quitar el palo en varas, mostrando escasa fuerza; y nula fijeza y parado anduvo en banderillas. Así llegó a la franela, en la que Palacio comenzó por ayudados por alto, e intentó por todos los medios sacar algo del deslucidísimo novillo, que o se caía o no iba. Tenía mejor intención que el primero, pero tan poquito de todo… Muy por encima estuvo el zaragozano, porque incluso sacó algún natural bueno y un cambio de mano excelente, aunque pareciera imposible. Muy torero fue el final de faena, previo a dejar una estocada en la que tuvo que hacer todo él, porque el de Pablo Mayoral se quedó quieto, echándole la cara arriba en el momento del embroque. Ya empezó el festejo de modo accidentado con el primero de la tarde, que sólo tenía fachada. Era un guapo cárdeno, manso que se quedaba cortísimo desde el capote. Lo citaba con distancia Cristiano Torres, y la primera tanda fue poderosa. Pero en la segunda, mientras ligaba, se quedó al hilo, y el manso, con su mala idea, le propinó una tremenda paliza, que le dejó medio KO. Fue llevado a la enfermería, mientras Palacio se hacía cargo del burel y le bajaba la mano, pudiéndole, pese a no entregarse en ningún momento el de Pablo Mayoral. Pero salió Torres de la enfermería sin la chaquetilla, así que se retiró Aarón, intentando Cristiano por todos los medios sacar algo de un novillo que sólo se quería rajar, muy parado, sin recorrido, con sentido y sin humillación. Una alhaja. Tuvo más raza el chaval que el novillo. Tras pasaportarlo, volvió a la enfermería el zaragozano. El cuarto fue un novillo de salida muy distraído, rematando en todos los burladeros, muy bruto, pegándose chocazos en cada uno varias veces. Y cada vez que podía en el segundo tercio, remate que te crió, pese a la gran brega de Juan Carlos Rey. Claro, así debió llegar viendo pajaritos en el aire el bueno de Atrevido, a la franela de Torres, que, ya recompuesto, comenzó con un pase cambiado de rodillas. Le daba distancia el novillero, y la verdad es que el novillo se fue centrando más en los engaños, aunque tardeaba y tenía un recorrido corto. Intentaba dejarle la muleta puesta el maño y tirar de la embestida, pero poco tenía el utrero. Le echó alegría con circulares invertidos, pero el animal cerró la persiana, porque, después de tanto golpetazo, nada bueno se podía esperar. Pese a que la petición no fue mayoritaria, la presidencia otorgó una oreja. Chocolatero salió, se dio una vuelta, vio que aquello no le gustaba nada, y se quedó mirando fijamente a los chiqueros. Le llamaba todo el mundo, pero él a lo suyo, solo quería volver a su hogar. Viendo que la puerta estaba cerrada, se puso a escarbar. Ni Ferdinando se atrevió a tanto. Con desgana embistió al capote de El Mene, que compuso muy bien y le dejó una media buenísima. No auguraban muchas esperanzas las embestidas de este tercero. Por supuesto, tras ser picado muy a su pesar, volvió a toriles. Para quitarle la tontería, comenzó Iker doblándose con él. Pero entonces el animal sacó otro defecto nuevo: ser pegajosísimo. Así se hace imposible coger la distancia adecuada… Y medio metía la cara al inicio del muletazo, para pegar un feo cabezazo al final, muy deslucido. El Mene, fiel a su buen concepto, no perdía su temple ni su verticalidad, improvisando con molinetes, cuando el animal no se le iba tras los pases de pecho. Además, hacía viento… Todo a la contra. Sobre todo el incomodísimo novillo, que ya se empezaba a quedar corto. Macheteo, y a esperar al siguiente. Y ese siguiente fue Dulzón. Claro, después de la extraordinaria y sin igual mansedumbre del quinto, un manso corriente tenía menos chispa. ¡Hasta se dejó picar! Eso sí, ir al capote ya le daba más perecilla… Pero bueno, el animal iba a su manerita. Brindó Fernández a sus compañeros de cartel y paisanos, que venían de pasar sus fatigas, y comenzó por bajo, pero cuidando la 'dulzona' embestida de su oponente, parado, manso, soso, y que deslucía el final del muletazo. Intentaba esbozar unos pase muy bonitos, como él sabe, pero el derrote inoportuno final de cada muletazo era tremendamente incómodo. De nuevo, estuvo muy, muy por encima del de Pablo Mayoral.