Donald Trump apareció el martes en una situación en la que no debería estar un presidente -y comandante-en-jefe- de EE.UU.: descolocado ante una decisión militar de un aliado y con impacto directo en las prioridades de la política exterior de EE.UU. Ocurrió por el ataque de Israel contra líderes de Hamás en territorio de Qatar, un episodio que complica la posición de Trump frente a dos aliados en la región -lo es sin duda Israel, pero también Qatar- y que convierte en tendencia algo que debería ser excepcional: que el Gobierno de Benjamin Netanyahu actúe de forma unilateral en decisiones que afectan a la primera potencia mundial. Durante el martes, Trump trató de recomponer la situación ante una operación militar en la que, en su versión, no tuvo nada que ver y de la que no recibió aviso a tiempo para poder detenerla. Emitió un comunicado lamentando profundamente el ataque, criticando su localización, calificándolo de «desafortunado». Habló después por teléfono tanto con Netanyahu como con el emir de Qatar, al que prometió que «algo así no volverá a ocurrir». Por la tarde, camino de un restaurante en Washington, insistió en que estaba «muy descontento» por lo ocurrido. También dijo que ayer ofrecería una explicación más amplia y detallada sobre qué conocimiento había tenido sobre el ataque. Al cierre de esta edición, no la había ofrecido. Pero nada indica que un nuevo comunicado al respecto cambie la dinámica establecida con Netanyahu y su agresiva política regional, tanto en la guerra de Gaza como en sus ataques a enemigos de Israel. Trump ha optado por un 'laissez faire' a su declarado amigo 'Bibi' -el mote de Netanyahu-, aunque a veces le deje fuera de juego. Ya ocurrió en un episodio de mayor relevancia, como el ataque de Israel a Irán. En un principio, EE.UU. reaccionó asegurando que había sido una decisión «unilateral» de Netanyahu, como defendió el secretario de Estado, Marco Rubio. Pero poco después, Trump vio una oportunidad en los ataques para exigir a Irán que acabe con su programa nuclear, primero, y después atacarlo en una operación aérea contra sus instalaciones. Que la reacción ante el ataque a Qatar haya sido poco más que una reprimenda verbal se enmarca en esa línea que ha seguido Trump respecto a Israel y la situación en Gaza. El presidente prometió acabar con rapidez con la guerra e incluso sus negociadores -encabezados por su amigo Steve Witkoff- consiguieron un alto el fuego antes incluso de que pusiera el pie en la Casa Blanca. Pero el cese de hostilidades apenas duró unas semanas y la catástrofe humanitaria en Gaza solo se ha agravado con el paso de los meses. Alguna referencia de soslayo por parte de Trump sobre la hambruna que viven los palestinas en Gaza, de la que algunas organizaciones humanitarias acusan a Israel de provocar, solo han sido pellizcos a Netanyahu. A falta de explicaciones más amplias de Trump, lo que se sabe es que EE.UU. notificó a Qatar cuando conoció el ataque. Pero, para entonces, las bombas ya caían en territorio del aliado en el Golfo Pérsico. Según aseguraron fuentes militares a la agencia AP, Israel dio notificación a EE.UU., pero de forma vaga, sin ni siquiera apuntar la localización, lo que también ha ocurrido otras veces. De forma frecuente en otras operaciones en la región, la notificación israelí «consiste en que alguien llama a la embajada o al Pentágono cuando los aviones ya están en el aire». Pero en este ataque a Qatar -que además apunta a no haber conseguido su objetivo, acabar con esos líderes de Hamás- algunos analistas dudan de que EE.UU. no estuviera más al corriente. En especial, por la importancia estratégica del país para EE.UU. y para la Administración Trump. Allí está la mayor base militar estadounidense en la región, Al Udeid, con cerca de diez mil soldados, la misma que atacó Irán como represalia -muy comedida- al bombardeo de sus instalaciones militares. Pero además Qatar es un aliado económico para EE.UU. -y para la familia del propio Trump, que desarrolla negocios allí- y es la figura clave en las negociaciones entre Israel y Hamás. Qatar -que tiene una relación cercana tanto con Hamás como con Trump, a quien acaba de regalar un avión de 400 millones de dólares- ha sido el facilitador de negociaciones indirectas entre Israel y el grupo terrorista. Y también es pieza clave para la ampliación de los Acuerdos Abraham, la normalización de relaciones entre Israel y sus vecinos árabes.