Hace tiempo que la vida pública se ha convertido en feroz batalla por el control del mercado de la opinión pública, que en un sistema democrático sabemos que es el pórtico del control del poder político. La irrupción de internet, como complemento o sustitución de los medios tradicionales, ha dado un vuelco importante en los equilibrios de ese mercado y, en cierto modo, ha acelerado también los procesos. Umberto Eco decía en una entrevista poco antes de fallecer, que las posibilidades que ofrecía internet en relación con la opinión pública debían asumirse, que en verdad no aportaban nada nuevo porque todos sabemos que el mundo está repleto de imbéciles, aunque no sabemos si son una mayoría o una minoría, pero que con internet ese grupo ahora tendría más visibilidad que nunca y que tomáramos por tanto nota de ello. Charlie Kirk no estaba desde luego entre los imbéciles ni era exactamente un producto de internet. Se encontraba, eso sí, entre una nueva clase de creadores de opinión que había superado a los periodistas o tertulianos de nuestra generación, hoy prácticamente desconocidos para el nuevo público. Era, por tanto, un nuevo comunicador que, entre otras cosas, había sido profundamente odiado por los viejos comunicadores. No sólo por sus contenidos, de una evidente y antagónica posición, sino por el desplazamiento de la atención en sus oficios. Imposible olvidar a este respecto aquella periodista de la CNN quejándose de los creadores de opinión en redes sociales porque les estaban robando su trabajo, que no era otro que el control de la opinión pública. En cualquier caso, Charlie Kirk, en este nuevo oficio, si no era el mejor era desde luego uno de los mejores. Aunque desconocido en Europa, porque aquí nos contentamos con cualquier cosa y porque desconocemos prácticamente todo de Estados Unidos, era de las pocas personas capaces de congregar a miles de participantes en un aforo simplemente para discutir. Miles de personas sin ser una estrella del deporte, de la música o el reguetón. Miles de personas ante alguien que simplemente estimulaba al debate y la confrontación de ideas, que ponía frente al espejo a todos aquellos que reproducían el argumentario izquierdista o woke, convencido de que no había pregunta que no pudiera hacerse en público ni un dato que debiera tampoco ocultarse. En términos de libertad de opinión, me recordaba aquel señor de aspecto desaliñado que reunía decenas, a veces cientos, de personas la vieja Piazza Maggiore de Bolonia, para debatir sobre el ejercicio del poder en tiempos de Silvio Berlusconi. Y no precisamente a favor de este, todo sea dicho. Los temas de debate de Charlie Kirk, eran los grandes temas de nuestra actualidad, pero no se engañe nadie, eran los temas que nos ha traído una izquierda irracional y delirante, en búsqueda de un argumentario de control social y político en ausencia de argumentos tras la caída del marxismo en los años noventa. Ni Gustave Le Bon habría imaginado el nivel de sobreexcitación que la izquierda contemporánea ha traído a nuestras vidas en esta última mutación. Y de ahí precisamente la reacción de algunos a modo de batalla cultural, que es la otra denominación triunfante del estado de situación. Batalla que, como vemos, ya ocasiona víctimas mortales. ¿Y por qué el aquelarre con ocasión del crimen? En Estados Unidos parece más que evidente. Era una némesis. Un auténtico portento que dejaba al mejor Obama y otros grandes oradores en aprendiz, consiguiendo algo insólito y también preocupante para no pocos sectores: un rápido desplazamiento de la posición política, especialmente entre los más jóvenes, hacia tesis republicanas. En cambio, en Europa ¿por qué esta inquina y desprecio, además de justificación del crimen? El renovado y exacerbado antiamericanismo, al cual Jean- François Revel dedicó atento análisis el siglo pasado, explica seguramente el desarrollo de un pensamiento que ahora lleva a este Occidente moribundo preferir y simpatizar con terroristas y subversivos de todo signo y pelaje, con tal de criticar un gobierno, el del innombrable, que trata a sus ciudadanos como adultos y que además cumple lo que dijo en su programa electoral. Algo insólito y censurable, por irreverente, para nuestros demócratas pata negra. No olvidemos tampoco la posición de los autodenominados moderados en estos autos. Ellos censuran la fatalidad, pero sancionan igualmente la falta de moderación. Estos, como bien nos enseñó Graham Sumner, no son más que sujetos a quienes les encanta sentirse más cultivados y morales que ninguno de sus semejantes. Sólo ellos alcanzan a ver lo que el común de los mortales no vemos, tienen además la especial habilidad de detectar las amenazas y proponer también las soluciones. Pero lo cierto es que todos ellos son tan ignorantes e impertinentes como los demás, como aquellos a los que pretenden aleccionar. Quienes conocen bien la historia norteamericana y la actualidad política estadounidense, saben que Charlie Kirk era, en esencia, un moderado. El crimen y el espacio que deja, eso sí, no le quepa duda a nadie, será ocupado por voces más radicalizadas, y puede que no les falte razón. ¿Es esto una defensa de la radicalización? No, es simplemente un análisis de acontecimientos y una intuición sobre su devenir. Este es precisamente el gran logro de la izquierda fanática y analfabeta, aún titulada universitaria. Porque es el nutriente que queda ante la ausencia total de argumentos racionales, que son los que permiten la convención y la paz social. A diferencia de la estimulación de los sentimientos, que antes o después lleva, inevitablemente, al conflicto y la violencia, que no se puede descartar ya como objetivo político. ¿Por qué? Pues porque el estado de agitación continua, que ya adelantaba y defendía Kamala Harris hace años y al que me referí precisamente en ABC en agosto de 2020, apunta precisamente en esta dirección. Para quienes no estén familiarizados con la actualidad estadounidense, piense que la defensa de la agitación continua pertenece a la misma matriz que actuaciones de «los motorizados» de Chávez en Venezuela, que son, en definitiva, los loteadores del Partido Demócrata en Estados Unidos. Reciben la alerta y saben que su función no es otra que el acoso y asedio a personas y propiedades identificadas como peligro para sus objetivos. Así las cosas, en este contexto, si le preguntan a un conservador norteamericano quién le gustaría que recogiese el relevo o el espacio que deja Charlie Kirk, por el momento, seguramente le responderá que un Shapiro o Candance Owens, pero si le pregunta a un socialista, no sé, incluso a sus pares como Aaron Parnas, Mehdi Hasan, Hasan Piker, la misma Alexandra Ocasio, pues con seguridad les dirán –o pensarán– que Nick Fuentes. Y así es como se alimenta el guerracivilismo y la tragedia. Pero no le quepa duda a nadie de que a Charlie Kirk le han matado los hombres del nuevo fascismo porque era un absoluto peligro para los constructores del nuevo totalitarismo.