La Vuelta ciclista a España terminó ayer como un escaparate de activistas antijudíos, que han sabido aprovechar la publicidad de un evento deportivo tradicional para exhibir, bajo la apariencia de un sentimiento solidario con el auténtico sufrimiento terrible e injustificable de la población gazatí, lo que es básicamente una pulsión extremista contra Israel. Lo más lamentable es la participación activa del Gobierno, con su presidente a la cabeza, en el boicoteo de una carrera que no solo puso en peligro la integridad de los corredores sino que terminó por frustrar la última etapa. La extrema violencia de los manifestantes obligó a neutralizar la carrera, ofreciendo un espectáculo lamentable ante todo el mundo, una auténtica 'kale-borroka' propalestina, con destrozo en las infraestructuras preparadas para salvaguardar a los deportistas, de todo la cartelería publicitaria, con destrucción de vallas y la toma efectiva por parte de la muchedumbre del recorrido en lo que supuso una manifestación no autorizada. El horror en Gaza es una excusa para que la izquierda extrema renueve su credo antiisraelí, que es simbólico de su credo antioccidental y absurdamente proislamista. En todo caso, esto es lo que cabe esperar de grupos ultras y de activistas ociosas, pero no de cargos institucionales del Gobierno. Y aquí habremos de criticar la gravísima irresponsabilidad del presidente del Gobierno, que apenas unas horas antes de que comenzase la etapa, y en un mitin político en Málaga, jaleó las protestas, incluso animó a que se celebraran, colaborando activamente en el incendio de la última jornada de la Vuelta y en los lamentables sucesos que se vivieron ayer en las calles de Madrid. Naturalmente, Sánchez no hizo ninguna alusión en ese mitin a la violencia previa que en anteriores etapas demostraron los manifestantes. No se podía arriesgar a que no triunfase el boicot a la Vuelta, no quería que toda la estrategia desplegada por su Gobierno para contaminar políticamente una competición deportiva no culminara con la suspensión de la carrera. No solo se puso en riesgo la seguridad de los corredores y los cientos de personas que trabajan en la carrera, también la de los espectadores que se acercaron a ver el discurrir de los ciclistas y la de los agentes de Policía Nacional y Municipal preparados al efecto. No fue admisible, por ejemplo, que una ministra, la de Sanidad, animara a una manifestación «masiva» para recibir al pelotón de ciclistas en Madrid. No menos insólito fue que el delegado del Gobierno en Madrid anunciara que la Policía también protegería «a los manifestantes que quieran protestar frente al genocidio que está cometiendo Israel en Gaza», lo que más parecía una invitación a sumarse a la protesta que una indicación para preservar el orden público normalmente roto por los activistas antijudíos. El mundo al revés. El Gobierno se propuso terminar con la Vuelta, como una descarada cortina de humo para que la actualidad judicial que afecta a la familia de Sánchez y a su entorno profesional pasase a segundo plano, y lo consiguió. Lejos de la satisfacción expresada por el líder socialista, que dijo sentirse muy orgulloso de la reacción de los españoles ante lo que ocurre en Gaza, España dio una imagen lamentable al mundo. Sánchez y el resto del Gobierno, y sus socios, terminaron creando un problema de orden público en las calles de Madrid.