Vanessa Springoraregresa con 'El nombre del padre': «El apellido nos marca una identidad, nos obliga a una patria, a una ideología, a una realidad»

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Podría decirse que la vida de Vanessa Springora cambió de la noche a la mañana. En una fría noche de diciembre de 2019, mientras preparaba la edición de su primer libro, 'El consentimiento', se reunió con una editora amiga. En esa cena le confesó que no creía que el recuento de su relación con el escritor Gabriel Matzneff , cuando ella tenía 14 años y él más de 50, podría interesar a nadie, así que no tenía grandes esperanzas en la repercusión de su primer libro. Sin embargo, la editora le dijo: «Tú prepárate, porque esto va a ser grande». El 2 de enero, a penas tres semanas después, su libro confesional llegaba a las librerías y no sólo fue un éxito instantáneo , sino que se convirtió en todo un fenómeno, poniendo en el centro del debate qué significa la palabra 'consentimiento' cuando el desequilibrio de poder entre las dos partes es absoluto. «Yo lo viví fascinada. El libro estaba en boca de todos. Esto me dejó claro que había un evidente cambio de generación, que el #metoo había cambiado el relato social, y que ahora había espacio para hablar. De pronto, me sentí comprendida, algo que no había sentido hasta entonces. Me llegaban centenares de cartas de gente que compartía conmigo sus casos. Fue un momento muy reparador para mí y ayudó a abrir un debate entorno a los abusos a menores muy necesario», señala la escritora en declaraciones a ABC. Cuatro días después de aquel estreno fulgurante, Springora recibía la noticia del fallecimiento de su padre . Esto la ayudó en no caer en la vorágine de entrevistas y presentaciones, aislándose un poco del éxito que acababa de lograr con su libro. Aquel hombre era todo un misterio para ella. No entendía por qué era como era. Mentiroso, narcisista, mitómano, nunca había podido mantener una conversación con él sin perder los estribos. A los cinco años, se apartó de su vida. A partir de entonces, lo veía una vez cada diez años. Sin embargo, seguía siendo su padre y la idea de su muerte la removió por completo. En una de sus visitas a su antigua casa para tirar o guardar lo que aquel hombre había dejado, descubrió dos fotografías que cambiaron para siempre la idea de sí misma y su familia. Eran imágenes de su abuelo en su juventud, una vestido para una competición de esgrima y en la otra formando parte de un grupo con vestimenta deportiva. ¿Cuál era el problema? En los dos había simbología nazi por todas partes . «Después del primer shock, sentí una especie de alivio porque por fin empecé a comprender la historia de mi familia. Después de años de atormentarme por no entender sus miserias, había destapado sus secretos. Su historia ya no estaba cubierta de mentiras absurdas y fantasías increíbles. Ahora podía saber de verdad quién era mi padre y quién fueron mis abuelos», asegura. Esta investigación en busca de la verdad de su apellido, Springora, es la base de 'El nombre del padre' (Lumen) , el nuevo libro de autoficción de la escritora francesa en la que vuelve a vaciarse emocionalmente esta vez en busca de comprender a su padre y su fracaso vital. «Siempre me decía las mentiras más absurdas, que trabajaba para el ministerio, que era espía, que era detective privado. Cuando vi las fotografías comprendí que su tendencia a vivir en la fantasía no era más que una consecuencia de tener que aceptar que su propio padre no era el hombre de familia, honrado y trabajador que aparentaba, sino que debajo se escondía un cómplice de los mayores criminales de la historia. Mi abuelo se inventó un mundo para poder ocultar su vergüenza y dar un futuro a sus hijos . Mi padre siguió inventando, a partir de allí. Su vida fue una mentira, sin tener nada que ver con la realidad, sintiendo simpatía por el nacionalsocialismo y avergonzándose de su homosexualidad», reconoce Springora. Su abuelo era checo, de la parte germanófila . Cuando acabó la guerra, viéndose en el bando de los perdedores, fue a Francia y se borró su apellido alemán. El propio 'Springola' que ella sustenta es un nombre inventado que crearon sus abuelos para bautizar de una forma que no resultase sospechosa a su hijo. «Yo admiro mucho a las personas que pueden escapar de su apellido. Esa es la razón del libro, cómo el apellido nos marca una identidad, nos obliga a una patria, a una ideología, a una realidad. Tengo amigos con apellidos judíos y otros árabes y no saben escuchar al otro más allá de su realidad», asegura Springora. Ella logró escaparse del embrujo del apellido, tal vez porque su padre siempre fue una figura esquiva y totalmente ausente en su vida. «Si pensamos en las mujeres, adoptamos el nombre de nuestros padres y después de nuestros maridos. La única forma de acabar de una vez por todas con el patriarcado sería borrando nuestros apellidos y rebautizándonos nosotras sin el lastre que nuestros nombres nos obligan a ser», afirma. Después de esta segunda novela de autoficción, ahora se va a tomar su tiempo antes de volver a ponerse a escribir. No sabe lo que hará a continuación, pero duda que pueda escapar de sus referentes más memorialísticos. «Me encantan los diarios, las memorias, todos los ejercicos de autoficción. Mis referentes son Proust, Annie Ernaux, Hervé Guibert. Me gustaría dar a mis textos un toque más novelesco, pero dudo que escapen de la referencia a mi vida», concluye.