L.O.L.

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El primer párrafo de Anna Karénina, de Leon Tolstói, está considerado como uno de los comienzos más brillantes de una novela en la historia de la Literatura: "Todas las familias felices se parecen. Las que son desgraciadas, lo son cada una a su manera". Con las soledades ocurre lo mismo. Cada soledad llega motivada por una circunstancia o un hecho que sucede en la vida de una persona, y que provoca en ella una sensación de aislamiento. Los demás dejan entonces de ser semejantes, compañías que reconfortan, y se convierten en presencias incómodas. Incluso, amenazadoras. Maribel Lolo es vecina de mi barrio, tanto por vivienda como por negocio. Tiene una floristería pequeña, coqueta, con un escaparate siempre bien vestido, igual que su propietaria. Las dos llevan el mismo nombre porque la esencia de la tienda está en su propietaria y al revés. No es un negocio más. Es un trabajo llevado a cabo con pasión. Allí se mima a sus clientes, tanto humanos como perrunos. Es además punto de reunión y charla. Ha traído a nuestra zona algo que extrañábamos: la pausa necesaria en medio de tanto ruido y tantas prisas. Una tarde noche de viernes, compartimos una cena improvisada. Acabamos contándonos nuestros proyectos vitales y una parte de nuestra historia personal. La historia de Maribel impacta por su dureza y porque aún puede ser contada en primera persona. Es una historia que habla de una soledad concreta. El padre de Maribel estuvo delicado de salud durante muchos años y murió. Hasta ahí la historia de orfandad es similar a muchas otras. La falta de un padre que duele y deja el corazón al aire para el resto de la vida. Lo que diferencia esta orfandad de otras, es que los problemas de salud del padre de Maribel fueron provocados por un disparo que le dejó postrado durante veinticinco años en una silla de ruedas. Ese disparo fue efectuado por un joven etarra y destrozó la médula de Jesús Lolo. Trastornó por completo su vida y también las de su mujer y su hija, que entonces tenía cuatro años. La mayor parte de su infancia la recuerda visitando a su padre de hospital en hospital por toda España. Hasta ese momento en el que Jesús Lolo Jato, policía local de Portugalete (Vizcaya) en el cumplimiento de su deber le dio el alto a un joven para registrar su mochila y éste le disparó a bocajarro, su familia, como todas las felices que decía Tolstói, tenían planes y sueños. A partir de entonces, con un padre postrado en silla de ruedas, dolores constantes y un horizonte de operaciones, conocieron la infelicidad a su manera, esa de la que hablaba el gran escritor ruso. Y la valentía, a su pesar. El disparo que recibió Lolo Jato se hizo un quince de abril de 1978 por alguien cuya identidad, al menos públicamente, se desconoce. En 2025, la soledad de su hija tiene además de las consecuencias de aquel hecho, otro componente que la hace más profunda: El olvido de las administraciones, pero sobretodo el olvido de los demás, del mundo en el que ella sigue viviendo. En esta sociedad polarizada, somos tuertos voluntarios. Vemos solo con el ojo izquierdo o con el derecho, el que más se ajuste a nuestros intereses, pero nunca abrimos un ángulo de visión completo. Los demás son semejantes solamente si los consideramos "de los nuestros". Los niños y jóvenes de hoy estudian en los libros de Historia el horror de la Guerra Civil y de la Dictadura, contenidos obligatorios por motivos obvios. Pero una gran mayoría de ellos no tienen ni idea de quiénes eran Ortega Lara o Miguel Ángel Blanco. Éste último era poco mayor que ellos cuando fue asesinado por la banda terrorista. No tiene el lugar que le corresponde en esos libros. Ni en la vida, que sigue para ellos y para nosotros. No para Miguel Ángel, uno de entre los 850 muertos en España a manos de ETA. Su secuestro y posterior asesinato lo recordamos todos los de nuestra generación. Creo que nos acordamos incluso de lo que estábamos haciendo el día que supimos que le habían matado. Tan grabado se nos quedó. Hace seis meses salió al mercado la novela de Íñigo Coppel titulada A mayor gloria de nadie. Sin una promoción que la haga conocida por usted o por mí. Cuenta la historia de Alan Sauvage, un chico de diecisiete años huérfano de padre en los años del plomo en el País Vasco. La novela refleja cómo era aquella época sin autocensura. Alain Sauvage está inspirado en un amigo y vecino de Coppel, cuyo padre, José María Lidón, profesor universitario, jurista y magistrado de la Audiencia Nacional de Vizcaya fue asesinado en presencia de su hijo a la salida del garaje familiar el 7 de noviembre de 2001. El mes que viene hará veinticuatro años. Lidón había dado unas charlas sobre legalidad e independencia cuyo contenido era considerado peligroso por la banda armada. Dice Coppel, que después de aquel suceso se fue a vivir EEUU, en una entrevista concedida a Jot Down Cultural Magazine, que la violencia de aquellos años se ha rodeado por algunos de un halo de romanticismo. De épica gloriosa. No ha escogido el título de su novela al azar. Afincado desde hace veintiún años en Madrid, cuando el escritor y músico, que sigue tocando, da un concierto y se identifica como cantautor vasco, aparece alguien que lo considera "de los suyos". "Te dicen: "A mí ETA me parece de puta madre". Y yo me quedo helado. Les cuento historias reales de lo que viví en los noventa y al final acaban diciendo lo mismo: "Bueno, ETA equivocó los objetivos". Esa frase, dice Coppel, la he escuchado mil veces. "Lo que intento explicar es que no hubo nada de romántico en aquello. Solo horror, miseria y vidas destrozadas" Cuenta también que la hija de una amiga suya, que tiene ahora veinte años le preguntaba a su madre hace poco: "Esto de ETA, ¿Qué fue?" y explica: "Esa generación no lo vivió y ahora se encuentran con discursos que intentan blanquear ese pasado. Algunos presentan a Otegui como un hombre de paz, pero yo lo recuerdo brindando con champán cuando alguien era asesinado" Esa es la realidad que viví y la que quería contar en el libro". Tanto Coppel como mi vecina Maribel Lolo, son personas que recuerdan, como testigos vivos, esa parte de la Historia que algunos sectores de la izquierda intentan borrar de un plumazo porque les resulta incómoda. La intención de las familias afectadas por el comando terrorista no es vengar, porque la venganza no trae de vuelta a los muertos ni cura las heridas que sufren los vivos. Su empeño es igual que el de los que defienden la llamada Memoria Histórica. Solo que desde otro lugar. Esa es la única diferencia. Quieren incluir e integrar en esa Historia con mayúsculas, la que se ha escrito en minúscula o se ha borrado. Todos los que han sido asesinados por defender sus ideas merecen el mismo trato. Todos. Las víctimas de Eta se sienten solas y ninguneadas. Muchas de ellas aún esperan por indemnizaciones que nunca llegaron, por un reconocimiento institucional y social a la altura de lo que han sufrido. Por una justicia que impida que sigan cruzándose por la calle con los asesinos de sus seres queridos y que individuos responsables de atentados ocupen escaños en el Congreso sin haberse arrepentido de aquellos asesinatos. A Maribel, sus amigos vascos la llaman L.O.L. (abreviatura del apellido de su padre). Esas siglas también son las del acrónimo de Laugh out Loud, que se utiliza en los chats y que significa en español "me parto de risa". Triste casualidad que refleja cómo se trata a las víctimas del plomo etarra: riéndose en su propia cara. Con una soberbia y una falta de compasión que abochorna a cualquiera que no justifique todo en nombre de una ideología. La soledad que sufren estas personas es distinta a la de cualquiera de nosotros. Y su infelicidad, al recordar, es doble. Por lo que han perdido y porque ese recuerdo no se ve acompañado con la dignidad y la justicia que se les deben.