El ocaso del orden liberal InternacionalLa segunda Administración Trump ha acelerado la erosión del orden liberal internacional basado en reglas. Dicho orden no era plenamente liberal, fue compatible con momentos de caos y, ni mucho menos, era plenamente global. Sin embargo, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el concepto del orden liberal internacional ha servido para conceptualizar las relaciones internacionales, especialmente en Occidente. Sobre la base de principios liberales-institucionalistas que estructuraban la relación entre Estados soberanos (no necesariamente democráticos) mediante regímenes supranacionales, permitió el avance de la cooperación internacional y la integración económica global. Instituciones como las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por mencionar tan sólo algunas, lograron que primara al derecho internacional y al sistema de reglas sobre la ley del más fuerte, lo que permitió el avance de la globalización bajo una lógica de ganancias mutuas sostenida por cierta provisión de bienes públicos internacionales.(…) asistimos al surgimiento de un orden híbrido en el que estos grupos de élites personalistas, articulados por redes de riqueza y poder, organizan la política global mediante jerarquías, tributos y narrativas de excepcionalismo.Aunque las instituciones de este orden fueran ganando autonomía, siempre estuvieron bajo la tutela de Occidente, e incluso sirvieron para enmascarar y legitimar la hegemonía estadounidense. Los países europeos, sus ciudadanos y sus empresas, se encontraban especialmente cómodos bajo este orden –que en cierto modo se reprodujo e intensificó en Europa con la Unión Europea (UE). Representaba sus valores –multilateralismo, cooperación y apertura económica bajo un sistema de reglas– y les permitía defender sus intereses, que tendían a ser convergentes con los de Estados Unidos (EEUU) y dieron lugar a una sólida relación transatlántica anclada en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Tras la caída del muro de Berlín en 1989, el orden liberal internacional pareció convertirse en el único sistema posible. Además de extenderse geográficamente, aumentó su legitimidad al generar buenos resultados económicos: crecimiento de la producción global y notables aumentos de bienestar en muchos países emergentes, sobre todo en Asia. Sin embargo, con la crisis financiera de 2008, el auge de China, las enormes desigualdades económicas generadas por el cambio tecnológico y la globalización (que los Estados no fueron capaces de redistribuir) y el rechazo al multiculturalismo que llevó al retorno de los nacionalismos identitarios, el sistema hizo aguas. El vaciado del centro político en los principales países occidentales, el aumento de la polarización y, finalmente, el auge de los partidos de extrema derecha está acabando con las bases ideológicas e institucionales domésticas que sostenían el orden liberal internacional.Así, la incertidumbre geopolítica en la que estamos inmersos tiene su origen en las dinámicas políticas internas de las principales potencias, y muy especialmente de EEUU. El Partido Republicano liderado por Donald Trump rechaza el globalismo, las instituciones internacionales, la inmigración y el libre comercio. Incluso los conservadores, que solían defender la apertura de mercados, parecen cada vez más descontentos con los efectos sociales del neoliberalismo, al que atribuyen la desindustrialización, la ruptura de la cohesión social y el abandono de los valores tradicionales. Desde el centroizquierda, cuya versión más radical siempre fue crítica con la globalización económica –especialmente con su vertiente financiera–, también se argumenta que el liberalismo no ha sido capaz de dar respuesta a las necesidades materiales de los perdedores de la globalización en los países avanzados. Y algunas de sus propuestas en materia política y social caen, en ocasiones, en el autoritarismo anti-liberal. Por último, el expansionismo ruso y el miedo al retorno de China justifican en Occidente un cuestionamiento de las lógicas liberales con el objetivo de garantizar la seguridad nacional. Pero las necesidades de más gasto en seguridad y defensa en un mundo donde la geoeconomía y la geopolítica son cada vez más relevantes chocan con las demandas de sostenimiento de un Estado del bienestar que se tambalea por el declive demográfico en Occidente y los elevados niveles de deuda.En definitiva, en la medida en que las coaliciones políticas domésticas en las que se apoyaba el orden liberal internacional se ven acorraladas electoralmente, el sistema internacional va mutando. Pero la irrupción de Trump 2.0 lo podría estar llevando por caminos hasta hace poco impensables.Nuevos reyes en el sistema internacionalLa erosión del orden liberal internacional ha abierto un debate sobre qué tipo de sistema lo reemplazará. Una alternativa sería el retorno a una lógica “westfaliana” de grandes potencias, basada en la soberanía nacional y el concepto de equilibrio de poder, que imperó en Europa desde el Congreso de Viena de 1815 hasta la Primera Guerra Mundial generando estabilidad mediante sistemas de alianzas en ausencia de instituciones de cooperación supranacional.Sin embargo, en un reciente trabajo de próxima publicación en la revista International Organization (“Further Back to the Future: Neo-Royalism, the Trump Administration, and the Emerging International System”), los politólogos Stacie E. Goddard y Abraham L. Newman, plantean que el mundo podría caminar hacia lo que denominan neo-royalism o “neo-monarquismo” (en alusión a los reyes absolutistas previos al orden westfaliano).El planteamiento de Goddard y Newman es tanto especulativo como sugerente. Sostienen que el orden westfaliano del equilibrio de poder sería insuficiente para explicar algunos comportamientos de la Administración Trump. Por ejemplo, en lugar de fortalecer alianzas y competir con rivales estratégicos, la Casa Blanca ha buscado acuerdos con Rusia y China, mientras socavaba la soberanía de aliados como Canadá y Dinamarca. Además, su enfoque se centra en cómo se determinan las relaciones internacionales en un mundo cada vez más dominado por la coacción y la bilateralidad (recordemos que Newman es, junto a Henry Farrell, el autor del concepto de “weaponized interdependence”, clave para entender la coacción en sistemas interdependientes como la economía global).Su propuesta es que el sistema internacional no estaría articulado por Estados soberanos iguales, sino por grupos cerrados de élites hiper-concentradas, que buscan extraer rentas materiales y simbólicas, así como legitimar su poder mediante narrativas excepcionalistas.Así, en el «neo-monarquismo», los actores principales ya no serían los Estados soberanos, sino grupos de élites político-económicas articuladas en torno a líderes personalistas que cuentan con una corte de fieles. El propósito que subyace al nuevo esquema no es la igualdad jurídica ni la provisión de bienes públicos como factores de estabilidad y legitimación, sino la consolidación de jerarquías materiales y simbólicas. Para ello, en vez de instituciones y reglas, dominan las relaciones de renta, patronazgo y tributo como mecanismos de poder. Esta lógica transaccional se funda en la excepcionalidad del soberano y no en el consentimiento ciudadano ni en principios universales.Los autores recuperan el concepto de “reyes” porque remite a órdenes pre-westfalianos, como los sistemas dinásticos europeos, donde la política internacional se organizaba en torno a familias, cortes y alianzas patrimoniales. Trump encarna esta lógica de forma paradigmática. Sus acciones deslegitiman las estructuras tradicionales del Estado y ningunean la división de poderes, al tiempo que se fortalece su círculo de confianza, que se compone de familiares, clientes y leales ideológicos, con la presencia cada vez más influyente de figuras de la industria tecnológica.Los nuevos monarcas obtendrían legitimidad de sus cualidades personales y su tratamiento como deidad por parte de su base. Además, utilizarían la política exterior para consolidar relaciones con otros soberanos personalistas dentro de una lógica de áreas de influencia de las grandes potencias. No es casual, en este sentido, la comodidad de Trump con la realeza y con líderes autocráticos, ni tampoco la incomodidad de una UE que estaría en las antípodas de estos postulados.Bajo esta óptica, además, se entenderían mejor los intentos de Trump por adquirir Groenlandia –incluyendo el maltrato a un histórico aliado como Dinamarca–, rebautizar el “Golfo de México” como “Golfo de América” y el despreciar e intentar humillar a Canadá, de quien Trump dice que debería convertirse en un estado más de EEUU. Las Américas son, al fin y al cabo, el área de influencia estadounidense, donde el nuevo monarca ejercería su poder territorial, al tiempo que dejaría a otros reyes hacer lo propio en sus respectivas áreas de influencia. En definitiva, la lógica de los “nuevos reyes”, que guarda semejanza con ciertos aspectos del imperialismo, especialmente dentro del área de influencia de cada “reino”, daría lugar a un nuevo sistema que normalizaría la jerarquía y en el que estos núcleos de élites serían reconocidos como pares; al tiempo que los demás ocuparían posiciones subordinadas. El nuevo quid pro quo, plantean Newman y Goddard, sería el de reglas por rentas. En vez de cooperación institucionalizada, prevalecería un modelo basado en concesiones arbitrarias, amenazas de exclusión y pago de tributos para obtener acceso o protección.La política comercial proteccionista de la Administración Trump muestra también esta dinámica: no intentaría solamente fortalecer la competitividad de las empresas estadounidenses –especialmente de las tecnológicas que pertenecen a su corte–, sino también multiplicar espacios de negociación en los que empresas y gobiernos ofrecerían concesiones para evitar sanciones. De hecho, Trump ha convertido la política comercial en un instrumento personalista, despojándola del carácter técnico o institucional que tenía. Los aranceles se establecen de manera arbitraria y diferenciada, dependiendo de la lealtad o sumisión de cada contraparte. Las excepciones y exenciones a empresas o países se convierten en tributos personales, reforzando la lógica de grupos de élites cerrados. Mientras tanto, el Congreso, que constitucionalmente tiene la competencia sobre comercio, queda marginado, consolidando la concentración de poder en la figura presidencial.En el plano interno, el complejo militar-tecnológico desempeña un papel cada vez más importante como nuevo centro de poder oligárquico. Así, por ejemplo, la empresa Palantir, donde participa Peter Thiel, el principal valedor del vicepresidente J.D. Vance y una de las voces más influyentes en la Administración Trump, se está convirtiendo en un actor clave al pasar a ser uno de los principales proveedores (y modernizadores, gracias a la tecnología) del “Departamento de Guerra”, antes Departamento de Defensa.Esta fusión público-privada aparece como un deber patriótico de la élite tecnológica para mantener la hegemonía estadounidense frente al auge de China. Así, los intereses privados se ponen al servicio de un nuevo interés nacional, al contrario de lo que pasaba en tiempos de la hegemonía del neoliberalismo, en que las grandes empresas influían más sobre la política económica del gobierno, pero no formaban parte de la corte de ningún monarca.En definitiva, asistimos al surgimiento de un orden híbrido en el que estos grupos de élites personalistas, articulados por redes de riqueza y poder, organizan la política global mediante jerarquías, tributos y narrativas de excepcionalismo. Si la lógica pre-westfaliana se basaba en el derecho divino o el mandato celestial, el neo-monarquismo impone un marco en el que se fortalece la idea de líderes que apelan explícitamente a un destino providencial al tiempo que los tecno-optimistas plantean una aceleración del progreso material de la mano de la inteligencia artificial sin preocuparse demasiado por el futuro de la democracia.Afortunadamente, no está asegurado que el sistema de los “nuevos reyes” vaya a imponerse. Todavía perduran elementos del orden liberal internacional, que además la UE está intentando reforzar mediante un renovado liderazgo. Asimismo, existen importantes resistencias dentro de los Estados a los “nuevos reyes”. De hecho, si el Partido Demócrata ganara las elecciones legislativas de noviembre de 2026, el Congreso podría ser un contrapeso más sólido a las políticas de Trump. Pero incluso si el neo-monarquismo no triunfa, su lógica dejará huellas en el orden internacional que está emergiendo: jerarquías personalistas, rentas transnacionales y una mayor erosión de las ya debilitadas normas universales.Autor: Federico SteinbergLa entrada Los “nuevos reyes” y el futuro del sistema internacional se publicó primero en Real Instituto Elcano.