En 2013, un equipo de arqueólogos liderado por Carl Lipo, de la Universidad de Binghamton, y Terry Hunt, de la Universidad de Arizona, publicó un estudio que daba respuesta a un enigma arqueológico: cómo los antiguos rapanui podían mover los moais , sus gigantescas estatuas de varias toneladas, a través de la Isla de Pascua. Sus habitantes tallaron la mayoría de las esculturas en la cantera del volcán Rano Raraku y algunas de ellas eran transportadas hasta una distancia de 16-18 kilómetros en sus plataformas ceremoniales. La hipótesis era sorprendente: no las arrastraban ni las transportaban boca abajo sobre dispositivos de madera, sino que «caminaban» verticalmente gracias a un método ancestral. En ese experimento, el equipo creó una réplica de 4,35 toneladas de un moai y mostró cómo, con relativamente pocas personas, se lograba un movimiento de «caminata». Los investigadores desplazaron la réplica en posición vertical gracias a un movimiento oscilante mediante tirones laterales alternos de cuerdas con una inclinación hacia adelante de 5 a 15° grados. El equipo apoyaba su teoría en el patrón de distribución de estatuas rotas cerca de la cantera, que sugería fallos de transporte ocasionales, y en la forma de los caminos que facilitaban la estabilidad de los moais mientras se desplazaban. Sin embargo, surgieron surgieron críticas que apuntaban a las limitaciones del terreno, la disponibilidad de cuerdas, así como los patrones de erosión y los mecanismos de transporte alternativos. Más de diez años después, un nuevo estudio de Lipo y Hunt que se publica en el 'Journal of Archaeological Science', aporta más evidencias basándose en modelado 3D, experimentos de campo y análisis físico. Los investigadores analizaron 962 moais. Para explorar cómo podría moverse una estatua más grande, el equipo de Lipo creó modelos 3D e identificó las características de diseño que hacían que se desplazaran gracias al balanceo. Llegaron a la conclusión de que los rapanui tallaban los moais con bases anchas en forma de D y una inclinación hacia adelante, lo que facilita el movimiento en zigzag. Los experimentos que llevaron a cabo pusieron de manifiesto que ese diseño permitía transportar las estatuas 100 metros en 40 minutos con un equipo de 18 personas . «Una vez que comienza a moverse, no es difícil en absoluto. Solo hace falta tirar con un brazo», explicó Lipo en un comunicado. «La física tiene sentido: cuanto más grandes son, más eficiente es el movimiento». También analizaron la ubicación de los moais a lo largo de la isla, especialmente los 62 que se encontraron en los caminos desde la cantera de Rano Raraku. Encontraron que el 51,6 % de las estatuas estaban dentro de un radio de 2 kilómetros de la cantera. Además, hallaron que, cuanto más lejos del volcán, menos esculturas había, lo que apoyaría el hecho de que se quedaron por fallos en el transporte , no por razones ceremoniales, como se creía hasta ahora. El diseño de los caminos, con 4,5 metros de ancho y secciones cóncavas, respalda asimismo esta teoría, a juicio de los investigadores, ya que estabilizaba las estatuas a medida que avanzaban. «Cada vez que mueven una estatua, parece que están construyendo un camino. El camino forma parte del movimiento de la estatua», señaló Lipo. «De hecho, vemos que se superponen, y hay muchas versiones paralelas. Probablemente, lo que hacen es abrir un camino, moverlo, abrir otro, abrirlo más y moverlo en secuencias específicas». Los investigadores apuntan a que fuentes históricas respaldan su interpretación. Desde fines del siglo XIX, investigadores como William Thomson (1889) y Alfred Métraux (1940) registraron testimonios orales rapanui que describían a los moais moviéndose por sí mismos o «caminando» hasta sus plataformas.