El año 2025 está relamiéndose en la dulce sensación de llevarse a lo más granado de los palaciegos que sonreían detrás de un mostrador. La primavera nos arrebató a la confitera Pepita Vázquez, el verano hizo lo propio con el carnicero Manolo Agüero y este otoño que no termina de serlo acaba de llevarse al patriarca de los confiteros: Manuel Navarro Sutil.El consuelo, empezando por el que tienen sus tres hijos, sus nueras y sus siete nietos, es que también él ha vivido una vida plena y que se marcha de este mundo a los 92 años, dejando un legado envidiable en su familia y en su pueblo, donde la misa por el eterno descanso de su alma, este martes a las 12.30 horas en la parroquia de Santa María la Blanca, se espera multitudinaria.Si Los Palacios y Villafranca ha consolidado esa marca turística que es Destino gastronómico, no lo es solo por sus encantadores restaurantes, sino por esas históricas confiterías que luego de cualquier almuerzo llevan desde mediados del siglo pasado poniendo en bandeja lo mejor de sus otras joyas para el postre.Precisamente la decana de todas las confiterías palaciegas es la de Navarro, fundada en 1954 –el año de la nieve-, cuando el padre de Manuel, Francisco Navarro Navarro, vino desde su Mairena del Alcor natal, al calor de sus primos los Mauri, y montó una panadería en el mismo lugar que hoy luce la famosa confitería, en la calle El Duro, luego renombrada como Joaquín Romero Murube.En el principio fue el verbo, que dice un Evangelio, y en el caso de los Navarro fue La Fábrica, como se siguió conociendo durante décadas para la gente del centro por la histórica razón de que el establecimiento de los Navarro fue al comienzo una fábrica de harina en la que entraba el trigo virgen que toda la familia molía. Cuando contrataron a un buen profesional de Alcalá (de los Panaderos) fue cuando empezaron realmente a panificar, de día y de noche, y esto lo contaba hasta hace poco Manuel, recordando a su padre y a sus hermanos, José y María.Manuel Navarro con su esposa, Crista, en una imagen cedida por la familia de hace casi medio siglo. Lo de la confitería empezó a gestarse algunos años después, y en ella ofreció siempre su mejor sonrisa Crista, la esposa de Manuel que falleció hace ahora 32 años. En rigor se llamaba Cristobalina, pero nadie la llamaba así. “Mi madre murió demasiado joven, a los 56”, lamentan ahora sus hijos, Francisco, Miguel Ángel y Manuel, llorosos por la marcha de su padre y nostálgicos por el buen recuerdo que gran parte del pueblo conserva de su madre, siempre afanosa con su delantal detrás del expositor de aquellos pasteles que empezaron a popularizarse: los San Antonio, las sultanas, las cuñas, las palmeras y toda esa gama creciente de creatividad montada sobre la nata, el chocolate y el tocino de cielo con que toda la familia, tan trabajadora, fue conformando las habituales colas de clientes durante todo el fin de semana para llevarse una bandeja bien surtida.“Mi padre trabajó siempre dentro, en el obrador”, recuerdan ahora sus hijos. A Manuel Navarro lo caracterizó siempre esa sonrisa de persona afable, entregada y nada vanidosa a la que jamás le importó enseñar lo que sabía a otros vecinos que se prestaron a aprender. Algunos de ellos fueron los Carmona, más conocidos en Los Palacios y Villafranca como los Distinguido, otra saga de confiteros –con dos establecimientos en el pueblo- que fueron aprendices de Navarro.Lo más sorprendente es que, tantos años después, los viejos Manuel Navarro y Antonio Carmona hayan seguido siendo tan amigos, como si entre ellos primara más la atávica relación caballerosa de aquellos años de necesidad que el carácter de competencia que pudieran haber dibujado los tiempos modernos. “Todavía hoy nosotros nos llevamos estupendamente con los Distinguido, y nos prestamos lo que nos haga falta”, aseguran los hijos de Navarro, herederos no solo de un céntrico edificio donde viven todos o de la emblemática confitería que sigue llamándose igual sino de unos valores que les imprimió, hasta ayer mismo, el viejo Manuel Carmona Sutil.“Valoraba a los demás más que a sí mismo”Manuel se convirtió, hace ya una década, en el alumno de más edad de la sede palaciega del Aula de la Experiencia, ese programa de extensión universitaria (de la Universidad de Sevilla) que ha encontrado en este municipio del Bajo Guadalquivir tanto entusiasmo que actualmente, con más de 200 alumnos, es la sede más numerosa de todas las provinciales. Manuel tenía una curiosidad infinita por todo. “Era capaz de ver un documental de lo que fuese, de animales, de religión o de historia, y seguir haciéndose preguntas durante días”, asegura su hijo Manuel, el responsable desde hace un par de décadas de la confitería. ”Después tenía otra cualidad: sabía escuchar”, añade. Después de jubilarse, Manuel Navarro no solamente siguió yendo por la confitería que él había engrandecido, sino que se metía en el obrador como uno más “y aunque yo no quería echarlo, me daba apuro que trabajase tanto sin tener por qué”, cuenta su hijo con una sonrisa que revela el cariño infinito por su progenitor. Pero le podía el sentido de la responsabilidad, de los compromisos adquiridos por sus herederos. De modo que siguió amasando y confeccionando delicias con que las que el obrador seguía innovando hasta muchos años después de su jubilación. Con el tiempo, fue dejando de visitar la confitería como una obligación y ya solo hacía recados con los que se entretenía por la calle, por ese cariño que le profesaban todos los palaciegos."Le daba mucha importancia a todo el que sabía hacer algo y lo hacía bien", relata su hijo. "Y éramos nosotros los que teníamos que recordarle que su trabajo era también muy importante", añade. Humilde como pocos, ahora descansa en paz.