A Consuelo Fernández apenas se le ve tras la barra de su bar en esquina, en plena plaza del Pintor Amalio García del Moral, en el corazón del sevillano barrio de Nervión. Le pasa como al propio establecimiento, que disimula su presencia en un recoveco de la ciudad especialmente agraciado por los parques coquetos y las zonas verdes.Pero ella, que acaba de cumplir diez años en este proyecto, que es el sueño consolidado de su vida, sí lo controla todo desde detrás de la barra, e incluso desde una cocina que es el corazón efervescente de este pequeño restaurante en el que toda la clientela —diversa, de oficina, de barrio, familiar o de paso— coincide en que “se come como en casa”. Seguramente mejor, y por eso lo llenan a diario."A mí me gusta ver que mi clientela disfruta lo que sale de mi cocina", asegura muy sonriente, muy consciente, muy suya esta mujer de 62 años a la que le gusta la cocina desde que su abuela Carmen le ponía una silla frente al anafe para vigilar la olla de leche que se ponía para hervir. "Mi abuela Carmen me lo enseñó todo", recuerda ella nostálgica, viéndose tan pequeña encima de aquella silla, huérfana de madre tan pronto y tan alejada de su padre, camionero de largas rutas.Esa memoria de los olores, de los sabores y de las texturas sigue fluyendo por la imaginación de esta emprendedora sevillana, del Polígono San Pablo, que ha trabajado "de todo, hasta limpiando escaleras", antes de que un conocido le diese una oportunidad laboral en lo que realmente le apasionaba en un restaurante del Mercado de San Bernardo.Consuelo, detrás de la barra del bar que lleva su nombre. MANU GARCÍACon el tiempo, y la ayuda financiera de otro conocido, montó otro establecimiento hostelero, justo enfrente del actual, pero aquella aventura fue demasiado breve porque el otro socio abandonó el barco, de modo que Consuelo se vio remando sola y con la ilusión de llevar a buen puerto la oportunidad definitiva que le estaba concediendo la vida."Con los proveedores del café, los albañiles, los escayolistas y los pintores rematando la reforma que le hicimos a esto surgió, de pronto, el nombre", cuenta ella ahora, diez años después de aquellos comienzos. Porque tal vez pensaban en un nombre sonoro, rimbombante, pintoresco para bautizar el nuevo bar. Tal vez, pero "uno de ellos le preguntó al resto dónde había venido y todos coincidieron en decir lo mismo: ¿yo?, a casa de Consuelo”. Y así se le quedó, tan fácil como evidente: Casa Consuelo. Hasta hoy.El primer grumete que se subió a bordo fue su propio hijo, Fran García, el camarero que hoy conoce a la perfección a la clientela, hasta el punto de adivinarle el tipo de café, su temperatura exacta y con qué quiere la tostada por la mañana. Porque Casa Consuelo abre cada día a las 7.00 horas para los desayunos, si bien su fuerte son los almuerzos que salen de unos fogones tan experimentados con el cuchareo de toda la vida como con la innovación de la mejor materia prima de la tierra, el mar y el aire.Solo con proveedores de confianza y de tanto tiempo, insiste Consuelo, podría garantizarse este espectáculo de sabores bien presentados que alterna los productos ibéricos (presa, solomillo, carrillada, lagartito) con los mejores pescados (incluidos los de roca): desde el salmonete al cabracho pasando por el pargo, el sargo, el San Pedro, el borriquete o el pez araña.El munudo, uno de los platos de cuchareo que más salen de los fogones de Casa Consuelo. MANU GARCÍACasa Consuelo presume cada día, en sus pizarras, del producto fresco que entra, y luego demuestra con qué amor y con qué oficio es capaz de ofrecerle a la clientela que se coma la tierra o que se beba el mar. Y todo pasa por las manos de Consuelo, que cuenta con una trabajadora en cocina y otra camarera en barra para echarle una mano a Fran.Como una mamá grandeConsuelo, en su Casa, hace de comer para su clientela como si fuera para su familia. El mimo en cada ingrediente, en cada elaboración y en cada servicio es más que evidente. Sus espectaculares croquetas de cocido no llevan leche, con lo cual evitan un peligro para los intolerantes. Prietas y sabrosas como ellas solas, contienen cabeza de lomo, chorizo y morcilla. Como para no estar sabrosas.Delicioso atún, en Casa Consuelo. MANU GARCÍALa innovación constante de Consuelo, con sus muchos guisos, con su cola de toro, con su bacalao frito con salsa de pimientos asados, alioli y gratinado incluye esos arroces melosos que hacen la boca agua desde antes de imaginar el sofrito, especialmente ese arroz con langostino jumbo que ha hecho famoso al bar incluso fuera de Sevilla.Por otro lado, el pescado frito lo sirve al estilo gaditano, es decir, limpio de espinas y troceado, solo para que el cliente se lo lleve a la boca. Y además con ese color que solo posibilita un aceite absolutamente limpio.La clientela habitual le tiene tanto cariño, que una chica pintora que se casó y colocó en las mesas de los invitados acuarelas con sus restaurantes preferidos, no dudó en poner en una de ellas la de Casa Consuelo, y después de la boda le llevó el cuadro a Consuelo en persona. Y aquí luce, en la estantería que se ha convertido en biblioteca mitad para inspiración de la clientela que se presta a la lectura, mitad para compilación de una bibliografía culinaria que Consuelo, después de tantos años, domina bien.“Lo importante es la familia”Consuelo tiene claro que, más allá del trabajo, lo importante es la familia, y ejemplifica con la cara de asombro que se le quedó a su camarera Raquel, que acaba de marcharse, la primera vez que le anunció que los días 5 y 6 de enero cerraban. “A ella se le cayeron dos lágrimas porque me dijo que su hija mayor tenía ocho años y jamás había podido llevarla a la Cabalgata de Reyes”. La jefa lo hacía principalmente por sus nietos, y lo cierto, según relata Fran, es que toda esa flexibilidad en el horario llegó después de los dos primeros años, “cuando no cerrábamos jamás”.Consuelo cumple una década regentando su Casa, uno de los establecimientos más populares del sevillano barrio de Nervión. MANU GARCÍAPasada la dureza de los inicios, Casa Consuelo se decidió a cerrar un día que sigue sorprendiendo a la clientela, aunque lo respete: los sábados. “Pensamos en cerrar los domingos, pero es verdad que los niños tienen cole al día siguiente y de todas formas no salen por ese motivo, así que decidimos que, para disfrutar de verdad de la familia y poder ir a alguna parte, nada como un sábado”, explica con sencillez Consuelo.De modo que Casa Consuelo será de los poquísimos bares que cierran el día clave del fin de semana, los sábados. Por lo demás, solo ofrecen cenas los jueves y los viernes.Pero es tan familiar esta casa, que ya hay gente del barrio cuyos chiquillos hacen la próxima primavera la Primera Comunión y “como todas caen en sábado, haremos excepciones porque yo a mi gente de toda la vida no le puedo decir que no”, asegura Consuelo, mientras su hijo Fran asiente, comprensivo con una filosofía de negocio que demuestra su carácter social incluso en unos precios tan razonables.