“¡Fijese! Todos estamos tristes. No solo porque muchos han perdido su trabajo o se han visto abocados al exilio, sino porque lo más valioso que tenemos, se muere ante nuestros ojos." Sentado con las piernas cruzadas junto a un canal seco de Chibayish, una pequeña ciudad desolada a orillas de las marismas mesopotámicas, Haidar, de 42 años, se desespera. Con la mirada perdida, este antiguo pescador dice haber dejado ya de contar a los familiares y vecinos que se marcharon conforme las aguas descendían. Él aún no ha dado ese paso, pero sufre de lleno los cambios en curso. Proveniente de una familia de pescadores, tuvo que abandonar su oficio. “Todo ocurrió muy rápido. En 2014 me fui, como muchos hombres del gran sur iraquí, a combatir al Estado Islámico, que amenazaba al país. Cuando regresé tres años después, el nivel del agua había bajado tanto que, con el alma rota, me vi obligado a cambiar de vida. Sentí que traicionaba a mis antepasados, pero no tenía elección”, comenta con voz plana, casi resignada.Seguir leyendo