Cuando la tuberculosis dejó paralítico a su padre, Astride, sus hermanos y su madre fueron a las minas de cobre de Lualaba, en la República Democrática del Congo. Por 12 horas de trabajo peligroso y extenuante, recogiendo y lavando mineral, esta niña recibía dos dólares. “Trabajar en una mina siendo mujer significa vivir con miedo constante”, afirma Astride, hoy convertida en soldadora en un taller.Seguir leyendo