El próximo jueves 20 está marcado en rojo en el calendario. Cádiz se sumergirá en una realidad paralela: el día de la gran parafernalia apocalíptica simulada. Si es de los que se enteran tarde y mal, no se asuste cuando las sirenas comiencen a aullar, si su teléfono móvil empieza a vibrar de forma incesante, descuide, no serán notificaciones de cupones del Shein por el Black Friday, sino alertas a la ciudadanía. Tampoco se altere cuando vea a una muchedumbre corriendo en tropel hacia las zonas de evacuación.Más allá del tono jocoso, vale la pena reconocer el esfuerzo por propulsar este tipo de iniciativas, no me malinterpreten. Practicar es vital, pero el verdadero hito, si no es pedir tanto a nuestra clase dirigente, no reside tanto en que la gente sepa dónde correr, sino en simular que las cosas se hacen bien de verdad por parte de los que toman decisiones. Que los protocolos, más allá del papel lustroso, son ágiles. Que las infraestructuras de las vías de escape no son la calle de siempre con un rótulo torcido de “zona segura”.Rezaba un sabio (o quizá fue un cínico) que no es tan importante serlo como parecerlo. Y esta simulación vívida, la impresión que deja es que la máxima se ha tomado al pie de la letra… pero a la inversa. Esto es, los participantes correrán para parecer preparados, mientras que los dirigentes y/o responsables, con sus chalecos reflectantes, estarán allí para parecer que lideran la respuesta.[articles:345706]Ergo, el éxito no será que el último individuo llegue a la Plaza de San Antonio. Más bien se medirá en la calidad de las muchas fotos de prensa, o que el timing oficial cuadre con el guion sin olvidar lo más importante, que el político de turno salga bien guapo en el selfie post-catástrofe.Porque, en el fondo, esta proeza de disciplina civil y logística oculta un pánico más abisal que el de las propias olas gigantes: el miedo escénico a no dejar más “Mazones” por el camino. La sombra de la tragedia en otras latitudes acecha en cada rincón, como un fantasma que planea amenazante; como una espada de Damocles dispuesta a cercenar cabezas y cavar tumbas políticas.Y es aquí donde entra la tramoya. Tras la escenificación de las sirenas y de los vehículos de emergencia, ¿quién sabe si se esconde la necesidad de anticiparse a una supuesta fatalidad con un estratégico “yo lo advertí” susurrado, como solemos decir por estos lares, con la boca chica?El simulacro, en sí, es un gran paraguas legal y moral. No es preciso ver mucho más allá.Esto puede resultar trágicamente cómico cuando se es plenamente consciente de las carencias. Aquí van las preguntas de difícil e incómodas respuestas. ¿Están actualizadas todas las infraestructuras? ¿Están los hospitales de referencia realmente preparados para acoger un desborde de este tipo? ¿Existe un plan de contingencia unificado? ¿Es la comunicación con los municipios colindantes tan hábil como nos hacen ver? A sabiendas de que la práctica totalidad de respuestas se aproximan peligrosamente al ‘no’, el simulacro se convierte en una especie de póliza de seguro. Un “nosotros hicimos nuestra parte” mientras que la mierda se oculta y acumula bajo la alfombra.Conforme esperamos a que la realidad supere a la ficción, el 20-N toca correr. Coja sus mejores deportivas, lústrelas y átese bien los cordones. Y si no hay olas de verdad, que al menos le coja prevenido y en buena forma.Gracias por la lectura y feliz lunes.