Llegamos a la fecha clave del 20 de noviembre. Hace 50 años que oímos de madrugada aquella famosa frase del presidente del Gobierno Arias Navarro: “Españoles, Franco ha muerto”. Las efemérides se celebran o se sufren porque, como dice la canción del grupo Jarabe de Palo, “depende, todo depende, del color con que se mire, todo depende”.Quienes me siguen en infoLibre saben cuál es mi tendencia en este caso y a ella me apego para escribir en esta ocasión. Les recomiendo un artículo de Pablo de la Serna publicado en estas mismas páginas el pasado 14 de noviembre. Habla de cómo la ultraderecha maquilla el franquismo en las redes con el objetivo de influir en los más jóvenes. Advierte de que el grupo situado entre 18 y 24 años es el más proclive a aceptar un régimen autoritario, según el CIS. Otras encuestas, como la de 40dB, sitúan a Vox en la intención de voto mayoritaria en la franja de 18 a 44 años. A mayor abundamiento, como decimos los juristas cuando queremos insistir en un razonamiento, el autor recoge cómo el periodista experto en neofascismos Miquel Ramos advierte de una ofensiva reaccionaria que tiene a la juventud como objetivo prioritario, aunque matiza que esto no significa que "los jóvenes sean de derechas". "Hay miles de jóvenes con ideas progresistas, militando y organizándose, pero no reciben la misma atención mediática. Llaman mucho más la atención cuatro niñatos haciendo el saludo nazi que chavales parando un desahucio". Estoy de acuerdo con ambas posiciones, pero no puedo evitar preguntarme qué hemos hecho mal para llegar a 2025 con la rémora de un régimen cruel y despiadado que se reivindica por demasiadas personas. Ello, en un país que está a la cabeza del desarrollo económico europeo y, sin embargo, no es capaz de estarlo también al frente de la defensa de los derechos humanos y del entendimiento político y social. Desde mi punto de vista, son muchos los factores que inciden en esta vulnerabilidad institucional en la que nos movemos, arrastrada desde la dictadura, que no sanó la Transición y no ha sabido resolver la democracia hasta el momento. Falta de concordia y encuentro políticos de los diferentes partidos sobre problemas básicos y comunes como el modelo territorial, la diversidad, el acceso a la vivienda, la inmigración, la igualdad, la sanidad pública, la lucha contra la corrupción, la memoria, entre otros.En este contexto hay que otorgarle relevancia especial en los últimos 20 años a la ofensiva global de la extrema derecha, hasta el punto de haberse configurado, a día de hoy, como una verdadera internacional de esa idolología que aglutina ideas ancestrales del fascismo, con una renovación de aquellos postulados centrándolos en la xenofobia y racismo, la discriminación por razón de género, negación de los derechos reproductivos de la mujer y ultranacionalismo galopante en contra del estado del bienestar. Cada vez son más los países en los que estos principios están arraigando y se convierten en postulados atractivos para sectores amplios de población con la cooperación inestimable, para su propagación, de las nuevas tecnologías de la comunicación. La extrema derecha, europea, sin ir más lejos, en Polonia, Hungría, Italia, Francia, Alemania, Países Bajos, se expande de forma transversal y nos describe una realidad y un futuro inquietantes. América Latina es un laboratorio importante de esta resurrección de las ideas y políticas fascistas y de este “amor” por lo retro, entendiendo por tal lo más retrogrado y casposo que pudiéramos imaginar. Para mí, en este sentido, las elecciones presidenciales y parlamentarias chilenas, donde dos de los candidatos han hecho gala de sus ideas pinochetistas e incluso más allá, son un ejemplo de la deriva peligrosa en la que estamos sumidos. Esto, tras conocer los efectos de la motosierra de Milei sobre la sociedad argentina, o la perturbadora política del presidente Noboa en Ecuador, de momento contenida por la ciudadanía ante un referéndum trampa del mismo; o de Bukele en El Salvador, que ha convertido su país en sede de cárceles ilegales de EEUU para migrantes ilegalmente expulsados, a cambio de un precio. Además, asistimos al espectáculo del genocidio en Gaza a manos de autoridades y ejército israelíes con fines de ocupación. Y somos testigos de la propia impunidad del presidente estadounidense al desplegar una flota de dimensiones espectaculares con la que atacar embarcaciones en el Caribe y en el Pacífico bajo la excusa de combatir el narcotráfico en la República Bolivariana de Venezuela y en Colombia e, incluso, amenazando con acciones militares por tierra contra la primera. Suman, en síntesis, más de 80 ejecuciones extrajudiciales en ambos casos, prescindiendo de cualquier atisbo de legalidad.Sin duda hay relación. Nuestra ultraderecha patria se ha visto reforzada por estas fuerzas oscuras del imperio, que a su vez están al servicio de grupos económicos que aspiran a mayores beneficios. El dictador dejó dicho en su discurso de Navidad de 1969: “Todo ha quedado atado y bien atado con la designación como mi sucesor a título de rey del príncipe Don Juan Carlos de Borbón”, pero no podía imaginar el empujón que iba a llegarles a sus herederos medio siglo después de su muerte. Unos herederos que alimentaron su propio rencor y lo amplificaron, el 24 de octubre de 2019, cuando el Gobierno exhumó los restos mortales de Franco de la tumba de lo que el régimen conocía como Valle de los Caídos, hoy Cuelgamuros.Estos jóvenes que hoy ven el franquismo como algo romántico, deseable o ilusionante, están mal informados. Probablemente el 99% de ellos ni saben un ápice de lo que representó la dictadura y la violación sistemática de los derechos humanos que supuso durante casi 40 años. Pero la culpa no es enteramente suya, porque ha faltado una verdadera pedagogía institucional al respecto. La asignatura de memoria no llegó a establecerse debidamente en las aulas y su implantación ha sido beligerantemente boicoteada en las comunidades gobernadas por el PP y Vox. Por su parte, la acción de la justicia o no ha existido o ha sido negativa y persecutoria de la memoria y de quienes han pretendido investigar los crímenes cometidos, garantizando con ello el olvido de las víctimas, su revictimización y la impunidad de los perpetradores. Por lo demás, la postura poco beligerante de un progresismo inane de militancia por la verdad, la memoria y la reparación durante tantos años, ha adormecido las conciencias de miles de jóvenes hasta borrar la obligación que tenemos como demócratas de consolidar la pacífica convivencia basada en la dignidad, como base de cualquier Estado de derecho. Los jóvenes no saben que, hasta que hace 50 años falleciera Franco, había reinado el silencio impuesto sobre el golpe de Estado que este protagonizó en 1936, sobre cientos de miles de personas que murieron o sufrieron exilio por defender la democracia, y que dio inicio a un exterminio selectivo desde entonces hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975. La delación, las denuncias falsas, los chivatazos de vecinos o ajenos que pretendían quedarse con sus bienes o que lo hicieron por pura maldad, venganza y odio ideológico, fueron la norma para viabilizar y sostener la dictadura. Tampoco han oído hablar del calvario de mujeres y niños señalados con el dedo por ser viudas o esposas o hijos de rojos. Desconocen cómo la mujer perdió derechos de manera fulminante –ahí están las trabajadoras del Metro o de la Telefónica que debían abandonar la empresa cuando se casaban– o la imposición de que el padre o el marido tuviera que autorizar sus estudios universitarios, su pasaporte, su acceso a la vida laboral.La mujer debía cargar con ese sufrimiento en silencio pues esa era su obligación en el matrimonio, como la Iglesia se encargaba de recordar. Por supuesto, la violencia de género era inexistente, a la vez que la persecución de la homosexualidad formó parte del Código Penal hasta la Transición y el estigma social hasta hace bien poco, incluso contra las leyes de igualdad.Me decía un joven taxista no hace mucho: “Vivimos en una dictadura”. “No sabes lo que es una dictadura –le contesté–. Si viviéramos en una dictadura, tú no podrías expresarlo jamás bajo pena de ir a la cárcel por tal opinión. Y lo más probable es que tu cliente te denunciara al escucharte”.Así se las gastaban en aquella época. No se opinaba. Libros, revistas y películas estaban censurados. Había países a los que estaba prohibido viajar (los comunistas) e infringir cualquier norma no adepta a lo establecido podía llevar a la temible comisaría de Vía Laietana en Barcelona o a los calabozos de la Dirección General de Seguridad del edificio de la Puerta del Sol que hoy ocupa la presidencia de la Comunidad de Madrid, donde se torturaba con saña y cuya existencia niega la presidenta Ayuso.Desconocer la realidad que durante tantas décadas sufrimos los españoles conduce a que la ultraderecha imbuya a nuestra juventud del ansia de un ideal equivocado. Es un señuelo, una falsedad, un peligroso espejismo que puede llevarnos al desastre.