El cansancio de las democracias: bioenergética de la polarización política

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La policrisis contemporánea ,económica, ecológica, política y cognitiva, suele describirse mediante categorías sociológicas o psicológicas que, aunque útiles, resultan insuficientes para captar la raíz profunda de la desestabilización actual. Una lectura más amplia permite entender que la crisis que atravesamos es, al mismo tiempo, una crisis energética ampliada: de combustibles, de cadenas de suministro, de infraestructuras materiales, pero también de energía metabólica, de capacidad cognitiva, de regulación emocional y de cooperación social. No son dos crisis distintas, son dos niveles del mismo fenómeno.La Escuela de Viena de estudios metabólicos, con Marina Fischer-Kowalski a la cabeza, demostró hace décadas que las grandes oleadas de cambio histórico, desde el siglo XVII hasta hoy, están íntimamente ligadas a las transformaciones de los regímenes energéticos. El tránsito del metabolismo agrario al fósil no solo modificó la producción, sino que alteró la forma de vivir, de pensar, de construir ciudades, de organizar instituciones y de imaginar el futuro. La energía disponible es el sustrato invisible de las dinámicas sociales visibles. Toledo y González de Molina ampliaron este marco mostrando cómo el metabolismo social, alojado en flujos constantes de energía, materia e información, condiciona la estabilidad de los sistemas políticos y el bienestar de las poblaciones.Pero ese metabolismo no es exclusivamente exosomático. También es endosomático: está en las células, en las mitocondrias, en la regulación del sistema nervioso autónomo, en la capacidad de sostener atención, deliberación, cooperación y pensamiento complejo. De ahí que la crisis económica ,cuando destruye seguridad material, empleo, expectativas o redes de protección. no sea únicamente un proceso social, sino un proceso bioenergético. Aumenta la incertidumbre, disminuye la estabilidad y activa respuestas fisiológicas profundas los cuerpos que deben enfrentarse a entornos hostiles.Los trabajos de Lam y Ravussin ofrecen un marco para entender por qué. El metabolismo humano es un sistema de regulación extremadamente sensible a las variaciones del entorno. Bajo condiciones de estrés prolongado, el eje hipotálamo/hipófisis/adrenalina se activa, el cortisol se eleva de manera sostenida y el organismo entra en un estado de vigilancia que incrementa el gasto energético basal. Las mitocondrias reducen su eficiencia, la inflamación sistémica aumenta, la disponibilidad de energía celular disminuye y la fatiga se vuelve crónica. Lo que normalmente se interpreta como cansancio psicológico o agotamiento emocional es, en realidad, un cambio fisiológico profundo: el cuerpo está pagando un precio energético elevado por sostener un estado de alerta permanente.Filippi, Krähenmann y Fissler han mostrado que nuestras sensaciones subjetivas de energía o fatiga están estrechamente ligadas a procesos bioquímicos: a la capacidad de producir energía celular, a la regulación del sistema nervioso autónomo, a la función mitocondrial y al estado inflamatorio. Cuando el estrés se vuelve crónico, estas sensaciones dejan de ser indicadores fieles del entorno y se transforman en señales de alarma: el cuerpo está exhausto. Las funciones superiores ,memoria de trabajo, autorregulación emocional, atención sostenida, deliberación racional; comienzan a deteriorarse porque consumen mucha energía y el organismo la reserva para funciones básicas de supervivencia.A nivel cognitivo, este deterioro se manifiesta en un aumento de los sesgos. El principio de Landauer, formulado en física de la información, afirma que todo proceso de borrado o actualización de información implica un coste energético mínimo. Aplicado metafóricamente a la cognición humana, significa que cambiar de opinión consume energía. Vodret  ha mostrado cómo este principio puede utilizarse para comprender la dinámica de toma de decisiones. Actualizar las creencias es un proceso termodinámicamente costoso. En tiempos de crisis, cuando equivocarse tiene consecuencias graves, el coste energético endosomático de actualizar las creencias aumenta aún más. El organismo se vuelve conservador: prefiere mantener creencias incorrectas antes que pagar el coste energético de revisarlas. Esto no es irracional: es adaptativo. Es una estrategia metabólica de ahorro.De esta forma hay que ver que los sesgos cognitivos (sesgo de confirmación, de disponibilidad, de anclaje, polarización afectiva, aversión a la pérdida) no son anomalías de la racionalidad, sino atajos energéticos: respuestas que reducen el gasto cognitivo en entornos donde pensar se vuelve demasiado costoso. Cuando la vida se precariza, cuando la incertidumbre se hace insoportable, cuando la pérdida acecha, la mente elige la opción metabólicamente más barata: aferrarse a lo que ya conoce, simplificar, dividir el mundo en amigos y enemigos, reducir la complejidad a consignas, delegar el pensamiento en ideologías rígidas.El problema se agrava a nivel social. El estrés crónico individual se transforma en entropía social. Cuando millones de personas pierden energía cognitiva, la sociedad pierde capacidad de deliberar, de cooperar, de planificar a largo plazo. La polarización, desde esta perspectiva, no es un fenómeno estrictamente político: es un fenómeno energético. Aparece cuando la cooperación ,que exige señales costosas, tiempo, esfuerzo, empatía; deja de ser viable para un número creciente de individuos.La teoría de las señales de Zahavi ilumina este proceso con una claridad extraordinaria. Zahavi demostró que en los sistemas biológicos las señales más fiables son las más costosas: solo un organismo sano, con suficiente energía disponible, puede permitirse emitirlas. La cooperación humana depende de señales costosas: la escucha, la paciencia, la generosidad, la capacidad de matizar, de perdonar, de sostener la ambigüedad, de reflexionar antes de reaccionar. Todas estas señales requieren gasto energético.Pero cuando la energía escasea, cuando el estrés se generaliza, estas señales se desploman. En su lugar proliferan señales baratas: indignación instantánea, hostilidad tribal, moralización superficial, agresividad verbal, suspicacia permanente. Son señales que no requieren procesamiento complejo. Brotán desde circuitos límbicos ancestrales que consumen menos energía. Lo que desde fuera parece crispación moral es, desde dentro, una economía de guerra metabólica.El individuo aislado, desconectado de redes comunitarias, afronta esta carga de manera aún más intensa. La alienación individualista, tan presente en las sociedades contemporáneas, no es solo un fenómeno cultural, sino también energético. Una persona sola debe procesar, interpretar, regular y soportar una carga cognitiva que, en otras épocas, se distribuía en la comunidad. La individuación extrema (esa coraza emocional que confunde autosuficiencia con supervivencia) despoja al individuo de los amortiguadores naturales que proporcionan los vínculos afectivos. El agotamiento no es solo interior sino  es estructural.A nivel colectivo, este agotamiento se traduce en desconfianza. Y la desconfianza destruye las señales costosas que hacen posible la vida social. Las instituciones se erosionan, la deliberación democrática se vuelve imposible, las narrativas compartidas se disuelven. Cada sujeto, encerrado en su cápsula energética de supervivencia, deja de percibir que su bienestar depende del bienestar del colectivo. El individualismo, como el tabaco, mata: porque mata la cooperación, mata la confianza, mata la inteligencia colectiva de la que depende cualquier proyecto común.Frente a este panorama, surge una paradoja: las soluciones más necesarias son también las que más energía demandan. Abordar la policrisis con un enfoque complejo ,como exige la realidad, requiere sistemas cognitivos entrenados para manejar ambigüedad, analizar causas múltiples, resistir simplificaciones y articular estrategias de largo plazo. Pero una sociedad agotada carece de esa energía ¿Cómo pedir complejidad a quien está cansado? ¿Cómo demandar pensamiento sistémico a quien solo puede pensar en sobrevivir mañana? ¿Cómo convocar cooperación a quienes no tienen energía ni para sostenerse a sí mismos?Aquí, paradójicamente, entran en juego dos vías inesperadas de restauración cognitiva: el humor y la poesía. Freud describió el chiste como una “elipsis psíquica” que libera tensiones mediante un ahorro energético interno. La risa reorganiza el sistema nervioso autónomo, suspende momentáneamente el miedo, reduce el estrés y permite acceder a formas más flexibles de percepción. El humor abre espacio donde antes había constricción. Es un respiro fisiológico. Un alivio metabólico. Un acto de inteligencia colectiva.La poesía, por su parte, condensa complejidad en imágenes. La metáfora no es solo un recurso estético: es un ahorro energético cognitivo. Permite captar relaciones profundas sin procesar grandes cantidades de información lineal. La poesía reorganiza la percepción de un modo que reduce la entropía emocional. Por eso, en tiempos de crisis, proliferan los lenguajes poéticos: porque permiten sostener el caos sin colapsar. Ambos ,humor y poesía, son dispositivos bioculturales de eficiencia cognitiva. Mecanismos de ahorro energético. Formas de sostener complejidad sin destruirnos.Pero no nos pensemos tan naïf como para proponer una respuesta adaptativa a base de chistes y sonetos  endecasílabos que aminoren la densidad y complejidad del entorno, que suturen la brecha metabólica o que genere puentes en el desajuste evolutivo. No. De lo que hablamos cuando hablamos de humor y poesía es de bañar con una perspectiva humorística y poética todo nuestro discurso y nuestras estrategias persuasivas y pedagógicas. Algo así como lo que hace la extrema derecha autoritaria que baña todos sus discursos desde le odio y la venganza , pero al revés. Estrategias cómicas y estrategias poéticas como alivios entrópicos ante un entorno saturado de entropía. Por esos es un error innovar alerta  antifascistas cada cuarto de hora  o estimular el voto con el miedo a la derecha extrema.De este modo, el estrés no puede abordarse únicamente desde la psicología individual ni desde la política institucional. Es un fenómeno bio-socio-cultural que opera en varias escalas simultáneamente. La crisis económica intensifica la amenaza material; la amenaza activa el estrés; el estrés deteriora el metabolismo energético; el deterioro reduce la capacidad cognitiva; la reducción de capacidad cognitiva amplifica los sesgos; los sesgos agravan la polarización; la polarización erosiona la cooperación; la falta de cooperación agrava la crisis económica. Todo está conectado mediante circuitos de retroalimentación.Comprender este sistema exige un enfoque metabólico. El ser humano, desde esta perspectiva, no es un sujeto racional soberano que toma decisiones en un vacío social, sino un organismo bioenergético situado en redes materiales y simbólicas. Su capacidad de pensar depende de su fisiología. Su fisiología depende del entorno social. El entorno social depende de la estabilidad energética. Y la estabilidad energética depende de decisiones que requieren pensamiento complejo. Es un círculo de círculos entrelazados.La pregunta no es si la crisis es económica o psicológica, política o cultural. La pregunta es energéticamente más profunda: ¿cuánta energía dispone un cuerpo y una sociedad para sostener la complejidad que exige la vida moderna? Porque una sociedad agotada es una sociedad vulnerable a la polarización, a los extremismos, a las soluciones simplistas, a las narrativas apocalípticas. Y también es vulnerable a perder la capacidad de pensar en común.Reducir el estrés social no es solo una cuestión ética, sino termodinámica. Implica garantizar estabilidad material, reducir la incertidumbre, crear instituciones confiables, fomentar redes comunitarias, promover lenguajes culturales que ahorren energía, reencantar la vida cotidiana con humor y poesía, ofrecer espacios de reposo cognitivo, desintoxicar el ecosistema informacional y reconstruir las señales costosas que hacen posible la cooperación. No se trata de pedir más esfuerzo, sino de permitir que la energía vuelva a circular.Pensar, cooperar, crear, deliberar, escuchar, perdonar, coordinarse: todo ello es energéticamente costoso. Cuando la energía escasea, estas capacidades se colapsan. Pero cuando la energía se recupera, la inteligencia colectiva resurge con fuerza. La tarea histórica no es solo política. Es biológica. Es metabólica. Consiste en reconocer, finalmente, que no hay sociedad fuerte sin cuerpos energéticamente sostenidos, ni democracia sin cerebros capaces de soportar complejidad, ni cooperación sin energía disponible para las señales costosas de la vida común.