“Las patas heridas, / las crines heladas, / dentro de los ojos / un puñal de plata”, escribió Federico García Lorca para aquella tragedia titulada Bodas de sangre que lo catapultó definitivamente a una fama que sus verdugos no hubieran imaginado jamás. La obra, de 1933, terminó cosechando un éxito inaudito al otro lado del Atlántico, en Argentina, en cuyo principal teatro de Buenos Aires se llevó meses como el principal espectáculo de la temporada. Para entonces, Federico no era ya solamente el director de La Barraca, la compañía teatral que se había empeñado en resucitar las joyas más preciadas de nuestro teatro clásico y pasearlas por la España de aquella II República llamada a reventar tan pronto, sino que era un intelectual inclasificable que había puesto en pie, como soñó, la poesía que él mismo había compuesto en los pentagramas imaginarios de su propio piano, el que tocaba en casa cuando aún no había decidido si quería pintar dibujos o versos, porque también fue pintor, y lo mismo le tocaba a La Argentinita que ponía a actuar a Margarita Xirgu. Federico era un torbellino.Acaba de aparecer la foto que acompaña este artículo en el archivo de Menéndez Pidal. Y me la envía mi amigo Javier Vidal con un comentario que bien podría ser uno de aquellos pies de fotos por los que valía la pena abrir el periódico cuando escribía Álvaro Cunqueiro: “Lorca no posa en las fotos. Siempre parece que quiere pasar al otro lado”. Y es verdad, absoluta, completa, terriblemente verdad. En esa curva de la vereda que es también una carretera de la época abierta en el barranco, reconocemos a Federico como lata en sardina en uno de aquellos coches que hoy nos parecen tan incómodos pero que serían el no va más en aquel arranque de los años 30. Ha sido el cineasta Manuel Menchón quien ha descubierto no solo esa foto, sino varias filmaciones inéditas del poeta granadino durante el rodaje de su próximo documental, según adelantaba ayer el periódico Ideal.Tiene el vehículo algo de transporte bélico, con su fisonomía castrense, la polvareda que levanta, la rueda de repuesto y ese color que no advertimos por el blanco y negro de la foto con casi un siglo pero que nos parece del mismo color negro de los ataúdes. Se distinguen otros dos rostros que miran igualmente a la cámara que viene detrás, probablemente en otro coche, o en una moto de aquellas con sidecar, quién sabe. Parece que hay más gente en el interior del coche, al margen del conductor que saluda con la mano, pero solo se ve con cierta nitidez a Federico y a esos dos compañeros. Y solamente él llena de luz el momento congelado. Lo hace con su tremenda sonrisa, que no solo se le advierte en la boca sino en los ojos, en los pómulos, en la frente, en la barbilla dispuesta para el ancho desparpajo de despertarles la felicidad a los demás.La foto inédita, como todo lo que ocurre con Lorca tanto tiempo después, posee la magia profética de los genios. Fíjense bien. El barranco, tanto tiempo antes de Víznar. Los árboles y las matas silvestres, desperdigados como en su propia poesía. El cielo esperándolos. La cuesta arriba. La matrícula, remata en el 39. Y sobre todo él mismo como despidiéndose de todos de una vez y para siempre, acompañado de esos dos muchachos cuyos cadáveres siguen sin aparecer y que bien podrían ser, hablando de magia, aquel maestro escuela y aquel banderillero con quienes terminaron fusilándolo aquella noche de agosto. Esa es la diferencia, que a Lorca lo mataron de madrugada y esta foto parece en plena luz del día. Pero, entre la madrugada remota del monte oscuro aquel de Soledad Montoya y el nuevo amanecer de otra Montoya que también lo cantó tanto, Federico vuelve a saludarnos, en la distancia –temporal y espacial- para recordarnos que la poesía no quiere adeptos, sino amantes, y que la poesía siempre acaba venciendo.“Duérmete, clavel”, podríamos cantarle hoy a él. “Que el caballo no quiere beber. / Duérmete, rosal, / que el caballo se pone a llorar”. Y él mismo nos contestaría, casi un siglo después desde ese otro barranco de la esperanza: “¡Si muero, dejad el balcón abierto!”.Lo hemos dejado, Federico, y fíjate.