Una abuela de 84 se atreve a volar en paratrike: «Cuando se lo cuente a mis compañeras de residencia van a flipar»

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«Cuando se lo cuente a mis compañeras de residencia y a mis nietos van a flipar, bueno dirán que estoy loca seguramente, pero la locura da la libertad ». Así de contenta estaba Pilar, nada más aterrizar tras su vuelo en paratrike (aparato que combina la emoción del parapente con la estabilidad de un triciclo motorizado) por la zona de Sabiñánigo (Huesca). Después de una vida muy vivida, esta mujer se alegraba de haber vivido una experiencia nueva, radical incluso para los más jóvenes, en la que se lo había pasado «fenomenal» y no había tenido «nada de miedo». A sus 84 años, María Pilar Pallás, ha demostrado que la edad no es un límite para cumplir sueños. Más bien, asegura, al contrario: «Mientras estemos aquí, en este mundo, podemos descubrir cosas nuevas, disfrutar. He trotado por el mundo, he hecho muchísimas cosas, y ahora estoy en otra etapa de mi vida, pero abierta a experiencias que sigan llegando, incluso iría a la Luna», advierte, al otro lado del teléfono, con una voz mucho más joven de lo que le corresponde por edad y que, sin duda, deja traslucir su actitud ante la vida. Ella fue, de hecho, la única de la residencia Albertia Valdespartera (Zaragoza) , en la que reside desde hace un año aproximadamente, que dio un paso al frente cuando surgió la oportunidad de subirse a un paratrike. Y así fue cómo, gracias a la propuesta de la Fundación 'Adopta un abuelo' y Civitatis , Palllás ha vivido una aventura que difícilmente olvidará jamás. La jornada comenzó con el cielo despejado y una sonrisa que lo iluminaba todo. Desde el momento en que se colocó el casco, Pilar lo tuvo claro. «Siempre fui muy aventurera, subí montañas, viajé... Y ahora a mis 84 años no iba a ser menos». Toda una declaración de intenciones al despegar. Minutos después, el viento en la cara y el paisaje montañoso extendiéndose bajo sus pies, la emoción se convirtió en felicidad. «El chico que lo conducía -relata- tenía un 'teléfono' con el que me iba avisando: 'Pilar, a lo mejor al salir te impresiona. Y si te sientes mal, me lo dices, que bajamos'. Después, una vez arriba, él me iba diciendo: 'mira nos vamos a aproximar a la montaña, pero no la vamos a subir' o 'vamos a bajar para que nos vean las compañeras'». Nos hicieron fotografías, me lo pasé fenomenal y no estuve nerviosa en ningún momento. Más bien al contrario: estaba muy tranquila y que la impresión durante el vuelo fue buenísima. Sobre todo, lo que más me llamó la atención fue el silencio que había ahí arriba». «La gente me dice: ¡Qué valiente! Pero no hay que ser tan valiente para hacer esto. No, no es para tanto…», reconoce humildemente, y entre risas recuerda cómo «me ayudaron en el asiento porque no podía meterme, pero una vez sentada, y atada de piernas y brazos, me lo pasé súper bien». Ella le recomendaría a la gente de su edad que se anime y pruebe cosas nuevas: «Mientras se viva -concluye- hay que disfrutar todo lo que se pueda». Las ganas de vivir de Pilar se observan también en todo lo que acontece en la residencia. «Voy a los cursillos que proponen, me meto en todas las actividades que puedo, no me aburro para nada». Aquí, apunta, «hay mucha gente que no se mueve del sillón. Pero ha venido un nuevo residente que practicaba 'baile en línea' en Pamplona y con el que voy a intentar introducir esta actividad entre los compañeros, aunque sea sentados, agarrados a una silla, a una barra o a un andador. A ver si transmitimos un poco de alegría. Ha venido con un aparato de música impresionante, me sé todas las canciones. Ya hemos hecho las primeras pruebas. Yo les animo, porque parece que la gente a determinada edad se vuelve miedosa o cautelosa. Pero mientras estás aquí, en la tierra, hay que aprovechar el momento».