La Casita, o por qué este bar sirve los mejores desayunos de Marbella

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En Marbella hay desayunos para todos los gustos: tostadas con manteca colorá, cafés de especialidad, propuestas healthy, brunch interminables o platos que viajan del solomillo al poké sin despeinarse. Pero hay un sitio que juega en otra liga. Un bar que rehúye las tendencias, que no presume de diseño, que ocupa una antigua casita de pescadores junto al puerto deportivo y que, sin embargo, se ha convertido en el secreto peor guardado de quienes desayunan de verdad. Ese sitio es La Casita, el proyecto personal de Jesús Muñoz, un cocinero formado en algunas de las mejores cocinas del país que un día decidió cambiar la alta gastronomía por una freidora de churros. Y menos mal que lo hizo. La Casita no parece, a primera vista, un templo del desayuno. Su encanto es sencillo: una terraza luminosa, la brisa del mar a cincuenta metros y un trajín constante de platos que salen de una cocina minúscula. Pero ahí dentro ocurre magia. Jesús Muñoz, que ha pasado por casas de cocineros como Martín Berasategui, David Olivas o Ferran Adrià , entendió que la excelencia no necesita manteles, sino producto, oficio y mirada. Aquí todo importa, desde el pan que llega de Coín, Montejaque o pequeños obradores; los huevos de Monda ; las masas hechas a diario; la técnica de quien ha trabajado en estrellas Michelin; y la intuición de quien ya solo quiere cocinar con libertad. Hay desayunos memorables en Marbella, sí, pero pocos empiezan con algo tan aparentemente simple como unos churros perfectos: crujientes, esponjosos, sin grasa, hechos al momento. En La Casita son un símbolo. Jesús se considera «churrero» por vocación , y se nota. La ración —seis unidades, tamaño generoso— obliga a compartir… o a rendirse y pedir otra bebida. Las porras, más finas que las madrileñas, son otro reclamo. Pero aquí se viene a desayunar más allá del churrero clásico. Hablar de La Casita sin mencionar sus molletes sería omitir lo esencial. Entre ellos destaca el 'No ni ná' , un mollete convertido en clásico contemporáneo, relleno de carne de cerdo ibérico en adobo, mayonesa aromática y un huevo frito perfecto, todo envuelto en humo de olivo. Es una de esas combinaciones que explican por qué este bar vive lleno incluso en días de entresemana. Hay más: panes multicereales con pastrami laminado a baja temperatura ; brioches con huevos revueltos; tostadas con mantequilla de oveja cordobesa o con mermeladas caseras; e incluso propuestas inesperadas como brioche con caviar para una clientela fiel que quiere empezar el día por todo lo alto. La tortilla , jugosa y estilo norteño, está también entre las mejores de la provincia. No es un eslogan, es una constatación que repiten quienes vuelven. Aunque este reportaje se centre en los desayunos , conviene advertirlo: en La Casita el almuerzo empieza a asomar sin que te des cuenta. Cuando el reloj pasa de mediodía aparecen la ensaladilla con huevo frito, las croquetas, pescados frescos, platos de temporada y recetas con boletus, gamba blanca o ventresca de atún rojo. Todo cocinado con una naturalidad que desarma. Es la consecuencia lógica de un cocinero que ha pasado por Londres, Sevilla, Marbella y media España acumulando técnica, pero que ha decidido volcarla en una cocina humilde y honesta. Quizá esa sea la clave del encanto de La Casita, la mezcla imposible entre bar de toda la vida y talento de alta cocina, entre churros y caviar, entre molletes y champán, entre desayunos contundentes y detalles técnicos que podrían pasar desapercibidos para quien solo busca un café y una tostada. Pero para quienes miran con un poco más de atención, La Casita es un regalo. Un bar donde cada plato tiene una historia. Un proyecto que nació en pandemia y echó raíces gracias a un cocinero inquieto y a un equipo que ha convertido la excelencia en costumbre. Un lugar al que se vuelve. Y del que se habla. Mucho. Por eso este reportaje se titula así. Porque si uno pregunta dónde se desayuna mejor en Marbella, la respuesta —cada vez más unánime— es sencilla: En La Casita.