La verdad , de Florian Zeller , es una comedia elegante y punzante que demuestra -con la precisión de un cirujano y la ligereza de un prestidigitador- que la mentira no solo sostiene las relaciones humanas, sino que las mantiene en pie como los andamios invisibles de la convivencia. Cuatro personajes atrapados en un laberinto de engaños convierten la infidelidad y la manipulación en un vodevil contemporáneo donde la verdad nunca es absoluta, sino un espejismo que cambia de forma según quién lo formule. La obra es hermana y complemento de otra titulada La mentira . Dos comedias gemelas: una se centra en la infidelidad y el autoengaño, la otra en la convivencia social y la amistad. Ambas coinciden en un diagnóstico tan incómodo como certero: la sinceridad es frágil, y la mentira, inevitable. En La verdad , el dramaturgo plantea con contundencia que sin mentiras no existirían el amor, el matrimonio ni la convivencia; que la verdad es relativa, manipulable y siempre dependiente de quién la cuente; y que, tanto en la obra como en nuestra sociedad, las «mentiras piadosas» y los secretos son el aglutinante que mantiene unida la vida cotidiana . La trama se construye como una arquitectura, donde cada escena corrige o contradice la anterior y el espectador nunca sabe si lo que oye es cierto o si se encuentra ante una nueva máscara. El protagonista, Miguel, es un mentiroso compulsivo que engaña a su esposa con la mujer de su mejor amigo. Laura, la esposa, sospecha y comienza a cuestionar cada gesto y palabra. La amante. Alicia, y el mejor amigo, Pablo, completan el cuarteto, todos ellos son hilos de un ovillo que teje mentiras, verdades, medias verdades y silencios. La obra puede leerse como una actualización de la barroca comedia de enredos , pero con un trasfondo filosófico que nos lanza una pregunta incómoda: ¿es preferible saber la verdad o callarla? La respuesta no se ofrece en bandeja: se insinúa, se contradice y se oculta, hasta que el espectador se descubre a sí mismo atrapado en el mismo juego que los personajes. El espectáculo es muy resultón para el público por la brillantez del juego escénico y especialmente por lo dialógico, que se desarrolla con un dinamismo inusitado; por un lado es interesante la utilización de un lenguaje ágil y un humor ingenioso para tratar temas serios como la traición y la confianza; y por otro lado, las situaciones que se plantean son tan reconocibles para la generalidad de los espectadores que da la sensación desde el patio de butacas de que todos somos parte activa de la función, unas veces como jueces y otras como víctimas de las mentiras , y siempre atrapados en el mismo juego que los personajes desarrollan sobre la escena. En definitiva, La verdad es un espectáculo que funciona como un espejo incómodo : nos reímos de Miguel y compañía, pero en el fondo nos reconocemos en sus trampas domésticas. El público sale del teatro con la sospecha de que la mentira no es un recurso dramático, sino la política oficial de la vida cotidiana. Y aquí la ironía se vuelve casi académica: Zeller nos recuerda que la verdad es un concepto tan frágil como un programa electoral, tan maleable como una encuesta de opinión y tan efímero como una promesa en campaña. El patio de butacas se convierte, por tanto, en una especie de hemiciclo improvisado: unos espectadores actúan como jueces, otros como víctimas , y todos como votantes resignados en ese gran plebiscito de la mentira. Porque si en la política la verdad se negocia, se maquilla y se oculta, ¿por qué habría de ser diferente en el matrimonio o la amistad? Con todos estos ingredientes -que no son precisamente escasos- Juan Carlos Fisher levanta un espectáculo marcado por una energía escénica que convierte cada diálogo en un duelo vivo y cambiante. La estructura de escenas a dos voces (marido y esposa, marido y amante, amigo y marido, etc.) se convierte en un mecanismo de relojería donde la dirección imprime ritmo y tensión, evitando que las réplicas se reduzcan a un mero intercambio verbal. Los actores se desplazan con precisión, las pausas se cargan de sentido y los silencios resultan tan reveladores como las palabras. La puesta en escena potencia la comicidad sin renunciar a la hondura del conflicto , logrando que el espectador oscile entre la risa y la incomodidad. Esa dinámica, que combina fluidez narrativa con un pulso casi cinematográfico, hace avanzar la obra como un juego de espejos en el que la verdad se resiste, con coquetería, a ser atrapada. La interpretación, inteligente y bien diferenciada, de Joaquín Reyes , Alicia Rubio , Raúl Jiménez y Natalie Pino t convierte el texto en un trasunto a la vez gracioso, turbador y divertido de nuestras relaciones, donde la mentira aparece tanto como mecanismo de supervivencia como veneno cotidiano . Reyes se adueña de la escena con su vis cómica, su ironía albaceteña y su humor corrosivo, transformando a Miguel en un personaje tan patético como entrañable. Natalie Pinot encarna con fuerza la sospecha y la vulnerabilidad de la esposa, aportando además un matiz propio al engaño. Raúl Jiménez ofrece un contrapunto de ingenuidad y dignidad herida, aunque en el fondo comparte la impostura común a todos. Alicia Rubio destaca por insuflar vida y jovialidad a la amante, con una mezcla de candidez, seducción y amenaza. Entre todos consiguen que lo que podría derivar en drama se quede en comedia , donde el público ríe y, si se atreve, se enfrenta a preguntas incómodas sobre la sinceridad en la vida cotidiana. El conjunto se erige, con naturalidad y humor lúcido y sutil, en un monumento a la interpretación de la hipocresía. El marco escénico lo compone la sobria y funcional escenografía de Ikerne Giménez , que con ligeros movimientos de módulos de madera articula los cambios de escena y el juego de diálogos. La iluminación de Felipe Ramos , sin excesos, subraya con los focos cenitales los momentos de tensión y revelación, mientras que el vestuario de Elda Noriega refuerza la idea de cotidianidad de unos personajes tan comunes como reconocibles. La conclusión es tan mordaz como inevitable: en esta propuesta de 'Barco Pirata' con el texto de Zeller, como en la vida misma, la mentira no es un defecto, sino un lubricante social . Y aunque nadie lo confiese en voz alta, todos sabemos que sin ella el engranaje se atascaría. Así que, entre carcajadas y reflexiones, el espectador abandona la sala con una certeza hoy muy oportuna: la verdad, esa palabra solemne, quizá no sea más que otra mentira bien contada. Título: La verdad . Autor: Florian Zeller . Dirección: Juan Carlos Fisher . Intérpretes: Joaquín Reyes, Natalie Pinot, Raúl Jiménez, Alicia Rubio . Escenografía: Ikerne Giménez. Iluminación: Felipe Ramos . Vestuario: Elda Noriega . Sonido: Manu Solís . Música: Joan Miquel Pérez . Producción: Barco Pirata Producciones. Escenario: Teatro de Rojas.