Lauren, ante la indiferencia de su propuesta, se acercó, vaso en la mano, al equipo de música. No indagó mucho en los cds y cogió uno al azar. Era de jazz: Yardbird Suite, de Charlie Parker. Ante las primeras notas musicales, a Lauren le pareció sumamente acertada su azarosa elección. La música estaba a un volumen bastante moderado e invitaba, según su parecer, a una cierta relajación en el ambiente. Esbozó una media sonrisa mirando a su alrededor y suspiró como si fuese un ángel redentor tras una buena obra. Y es que Lauren estaba convencido que era un experto moderador al igual que una excelente persona y así se lo ratificaban, por ejemplo, sus empleados en la empresa de transportes en la que trabajaba. Un hombre bueno, conciliador donde los haya, ponderado a más no poder. Nadie puede decir de mí que no me ocupe de sus problemas laborales, ni que no haga la vista gorda cuando la circunstancia lo requiera y no perjudique a la empresa. Don Néstor, el dueño de la misma empresa, se lo dijo en varias ocasiones con motivo de sus treinta años al servicio del negocio: "Lauren, tiene usted madera de líder dado su comportamiento empático y su visión ecuánime para regir al personal." Y así lo llevaba él por la vida, como estandarte y seña de identidad. Él para nada se conducía con malicia y deseaba el bien para todos los que le rodeaban. Era su versión de si mismo. Luego estaba lo de Su. Joder. Esta mujer es que no me comprende y ni lo intenta. Yo creo que ya se está pasando con el tonteo con el desgraciado de Max. Ese pensamiento malévolo, impropio en él, según su criterio, le llevó a tomar la decisión de acercarse a Osorio. Este conversaba con Juanma de algo preocupante, a juzgar por la concentrada seriedad de sus rostros. Eso no le impidió que tomara a Osorio por el brazo y, haciendo un guiño a Juanma, se lo llevara a un rincón. — Pero ¿quién coño a puesto esa música machacona? -dijo Osorio, desviando sus ojos hacia el equipo de música. — No busques a ningún culpable porque he sido yo -le comunicó Lauren, dándole unas amistosas palmaditas en la pechera, sobre la cual notó la humedad de la bebida que le arrojó su esposa- Relaja el ambiente, ya lo verás. Pero no te he traído aquí para hablar de música, sino para comentarte algo sobre Max. Osorio le encaró con una mueca de desconcierto. El nudo de su corbata relucía por los efectos del remojo. — Si me vas a decir que es un tanto extravagante, ahórratelo. Lo sé desde que éramos chavales. ¿Tú no? — No, no. Te cuento. Max anda en el paro. Ya sabes que siempre fue algo tarambana y dado a elucubrar abstracciones, sin embargo creo que le podríamos echar una manita. Y he pensado en ti y en tu puesto en Hacienda a ver si, por ahí o por allá, encontraras un huequecito para él. No sé, algo en la cafetería o en las limpiezas. Algo que no te comprometa directamente como es lógico. Luz, nada más ver a su marido solo, fue hacia él sin dilación. Juanma bebía observando el torrente que caía afuera, a pesar de que estaba lejos del ventanal. — ¿Me puedes explicar lo que ha dicho esa borracha? -le espetó sin contemplaciones y con la cara marcada por la adustez. Juanma se volvió y le sonrió brevemente. Ella no tuvo más que detenerse en su mirada vidriosa para saber que estaba algo ebrio. — Vamos, cariño. ¿Te vas a creer todo lo que diga una achispada con el cerebro de un mosquito? Juanma intentó una caricia pero ella dio un respingo para esquivar su mano. — Lo sé, lo supe en el momento que desaparecisteis aquella noche. Fue en casa de Su y Lauren. Noté vuestras caras satisfechas cuando volvisteis. Eres un hijo puta, sabes, y un mamón que a partir de ahora va a saber quién soy yo. — Pero, Luz, escucha……. — No te quiero escuchar mentiras -cortó ella muy brusca- A partir de esta noche duermes en la cama de nuestro hijo. — Escucha, amor, si lo que…. — ¡Qué te vayas a la mierda! Luz se dirigió al bar presurosa. Apenas había bebido en toda la noche, pero le pareció oportuno servirse una generosa copa de un coñac francés que reposaba orgulloso y preponderante sobre una de las baldas. Sorprendidos, mudos, la escudriñaron Osorio y Lauren mientras se acercaban. A un dedo de derramarse el preciado líquido de la copa, Luz echó la cabeza hacia atrás y la bebió casi entera. Luego, volvió a rellenarla. — Cuidado, Luz, que esas copas las carga el diablo. -comentó socarrona Su. Max les vio dirigirse a él de lejos, aunque la visión se le hacía pesada. — Contigo queríamos hablar, caballerete -dijo Lauren demasiado jocoso. Osorio, con su ridículo traje mojado, optó por seguir el ejemplo de Luz y cogió la botella de coñac haciendo una ligera reverencia a la mujer. — Osorio te quiere proponer algo que, supongo, será sustancioso para tu estado laboral. Lauren escudriñó al anfitrión. — Sí, sí, claro. -dijo paladeando el coñac- Es fantástico. El más caro y mejor coñac francés…. Y del mundo, posiblemente. Max los miraba alternativamente sin saber con quién quedarse. Se sentía demasiado borracho, iracundo, perdido. Su se fue deslizando del grupo y se unió a Luz. Fueron a sentarse en unas complicadas y estilosas sillas escandinavas sobre las que colgaba un lienzo de un puerto medieval envuelto en una tormenta. Mientras tanto, Charlie Parker hacía delirar a su saxofón. — Me ha contado Lauren de tu situación laboral -comenzó Osorio, acercándose varias veces la copa a su nariz- Este país está hecho una pena, amigo. Pero creo que puedo colocarte, si lo ves bien, en la empresa que se encarga de la limpieza en el Ministerio. Tal vez no ganes mucho de entrada, pero el caso es meter la cabeza en un sitio que dé seguridad. ¿Qué te parece? Max miraba, entre una nebulosa más o menos densa, sus rostros colorados y festivos. Esperaban, acomodados en su magnanimidad, degustando los segundos que, poco a poco, se les hacían largos. Él terminó su copa de un trago contundente para depositarla con brío sobre la barra del mueble-bar. — Os odio -dijo con reconcentrado desdén- Lo sensato es que no hubiera venido a esta cena de podridos, pero me hubiera perdido lo mejor: escupiros a la cara. Max subió el tono de su voz acallando el saxo de Parker y llamando la atención de todos. — Os detesto por el joven que machacasteis sin compasión. ¿Alguno de vosotros leyó mi novela? ¡¡¿Alguno de vosotros, miserables hipócritas, se tomó esa molestia?!! — ¡Yo la leí y es una puta mierda! -exclamó Juanma desde su lejanía- ¿Qué puede escribir un ignorante como tú? ¡¡Basura, engreído esperpéntico!! Max se fijó en su figura acicalada de corte intelectual. Sus gafas redondas de alambre, su traje informal con arrugas patentadas, su barba de tres días perfilada bajo el cuello, su tono contenido de timbre pajaril. — Estoy seguro que no la leíste -siguió Max, colocándose en el centro de todos ellos- ¿Quién iba a dedicarle tiempo a un imbécil como yo? ¡A uno que no quería ser igual a vosotros! ¡A uno que os servía para creeros mejores! ¡A uno que nunca sería nada en la vida! En ese instante apareció Samanta junto a un hombre de su misma nacionalidad. Estaban empapados de cintura para abajo y sofocados como si hubiesen estado luchando. — Perdonen los señores –comenzó medio sollozando, mientras el hombre le tomaba del brazo- pero es que….es que…. el garaje está totalmente inundado. Los autos, los cuartos, la escalera…. ¡Es horrible! Se cubrió la cara con las manos presa de un llanto histérico. El hombre la rodeó con sus brazos y cerró los ojos con vehemencia.