Confieso que no tengo «buena» ni «mala» orientación: sencillamente no tengo orientación. Si en una bifurcación mi instinto dice «izquierda», la opción correcta será, sin excepción, «derecha». Crecí en una ciudad relativamente pequeña y manejable, La Coruña, en la que prácticamente siempre sabes donde estás, y si te despistas, te caes al mar. Madrid es mucho más grande de lo que mi cerebro puede abarcar. Pero ya si además me metes en un túnel sin referencias visuales, mi cerebro se convierte en un generador constante de decisiones erróneas, y puedo acabar en cualquier sitio. Con la M30, era una pesadilla: entraba en sus túneles y, de repente, el GPS desaparecía, el navegador recalculaba presa de un aparente ataque de pánico, y me quedaba a merced del azar o de mi propio instinto, en mi caso completamente inexistente. Durante años evité la M30 por eso mismo, a pesar de que en Madrid es, para muchísimos trayectos, la mejor opción, como es lógico siendo una vía de circunvalación. Por eso llevo una buena temporada celebrando algo que ha cambiado mi vida cotidiana: el Ayuntamiento ha activado en los túneles de la M-30 un sistema de balizas Bluetooth que permite a Google Maps, a Waze y al GPS de mi coche guiarte adecuadamente sin perderse ni un metro bajo tierra. Ahora entro en un túnel, el GPS no se «muere» ni me muestra indicaciones peregrinas creyendo que estoy atravesando bloques de casas en diagonal, y simplemente sigo las instrucciones. Paz al volante. La mejora no es menor: hablamos de 1,600 balizas desplegadas a lo largo de 48 kilómetros de túneles, con una inversión municipal de 141,000 euros, y la extensión a otros 38 túneles urbanos hasta alcanzar 2,700 dispositivos en toda la ciudad. Es una colaboración con Waze y Google (la misma compañía desde 2013) que resuelve un problema clásico de las ciudades modernas: la navegación en entornos donde no hay visibilidad de satélites. El sistema empezó a funcionar este 17 de septiembre de 2025 y, a diferencia de los repetidores de señal, utiliza emisiones unidireccionales de bajo consumo que no rastrean al usuario. Bien hecho. Para el usuario la experiencia es trivial: activar Bluetooth y, en el caso de Google Maps, encender la opción de «balizas de túnel» en los ajustes. A partir de ahí, nada de «¿y ahora cuál era la salida?». La app triangula la posición a partir de las balizas y mantiene el guiado como si estuviésemos en superficie. La implantación madrileña ha llegado justo cuando Google ha incorporado oficialmente esta función que Waze llevaba años ofreciendo, algo que por fin democratiza su uso. Incluso El País detalló en abril que el despliegue estaría listo en verano de 2025 y que, por razones técnicas, Apple Maps todavía no es compatible. Obviamente, no es un invento exclusivo de Madrid: Waze inició pilotos hace años en túneles como los de Pittsburgh y anunció despliegues en ciudades como París, Bruselas o Nueva York, y ahora Google Maps soporta esas mismas balizas. Que Madrid se sume, y lo haga de manera amplia y con cifras serias, habla bien de una administración que entiende que la infraestructura urbana debe conversar con la tecnología que de verdad usamos los ciudadanos. Desde el punto de vista técnico, las balizas son una respuesta sensata a un problema bien estudiado: el posicionamiento en «entornos GNSS (Global Navigation Satellite System) denegados». La literatura académica compara enfoques y concluye que, en túneles, sistemas basados en Bluetooth Low Energy, inerciales y otras técnicas híbridas ofrecen mejoras claras en precisión y seguridad. Estudios recientes exploran configuraciones multidireccionales de beacons y métodos diferenciales de potencia recibida para estimar posición y velocidad de vehículos a alta rapidez. Es exactamente el tipo de capa que complementa al GPS cuando la señal no existe. La implicación urbana es importante. Llevo décadas defendiendo que las ciudades deben adaptarse a las tecnologías que usamos a diario: si todos navegamos con apps, la infraestructura debe facilitarlo. Igual que se baliza una curva para hacerla más visible o se ilumina un paso de peatones, se baliza el subsuelo para que el guía digital no se desoriente. Y no es solo comodidad para inútiles como yo: hablamos de reducir maniobras de última hora, salidas perdidas y frenazos absurdos, es decir, de seguridad vial y de tráfico más fluido. Cuando medio millón de conductores utilizan a diario la parte soterrada de la M-30, cada pequeño error evitado suma. Además, esto prepara el terreno para la próxima capa de automatización: los vehículos de conducción asistida o autónoma que combinan sensores y cámaras con geoposicionamiento. Mejorar la fiabilidad del posicionamiento en túneles reducirá la dependencia exclusiva de sensores en el vehículo, permitirá fusiones de datos más robustas y ofrecerá resiliencia frente a condiciones adversas. Europa, de hecho, ya refuerza la seguridad de la señal GNSS con la autenticación OSNMA de Galileo, y cuando esa señal falta, soluciones como las balizas aportan continuidad. La ciudad que invierte en ello no simplemente «pone gadgets«: construye capacidad para la movilidad del futuro. En mi caso, el cambio es tangible: he dejado de perder el tiempo en semáforos yendo siempre por la superficie de Madrid para «no meterme en líos» y vuelvo a usar la M-30 como lo que es, una vía pensada para conectar rápido unos puntos con otros. Entro en un túnel y el coche me avisa de que «en 300 metros, tengo que tomar la salida a la derecha», y por primera vez, mi cerebro no lo discute. No necesito adivinar, no necesito «sentido de la orientación». Necesito una ciudad que entienda cómo nos movemos hoy y que ajuste su infraestructura a esa realidad. Madrid, con estas balizas, lo ha hecho. Y se agradece. Mucho.