Un experimento británico ha demostrado que la piel humana es capaz de captar perturbaciones minúsculas en materiales como la arena y detectar objetos enterrados sin contacto directo. Este “tacto remoto”, comparable al de algunas aves costeras, amplía los límites conocidos de nuestra percepción y plantea nuevas posibilidades para la robótica, la neurociencia y hasta la exploración planetaria.