Algunos de los tópicos en torno al suicidio que están muy extendidos que siguen formando parte de la creencia popular son más dañinos que disuasorios. Uno de ellos es la idea de que no es positivo hablar del suicidio porque hacerlo ejerce un llamamiento a que otras personas quieran intentarlo, Es lo que se conoce como « efecto Werther » y según aclara la Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra y psicoterapeuta especializada en trastornos afectivos y directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias ; al contrario de lo que se piensa, en realidad hablar con claridad cuando alguna persona expresa directa o indirectamente preocupaciones relacionadas con la muerte provocada constituye una oportunidad única para tratar este tema. La explicación está, según aclara, en que si se da el caso de que esta persona haya sacado este tipo de conversación porque ella misma ha tenido ideas suicidas (algo que no se suele expresar directamente), esto puede convertirse en una oportunidad de darle apoyo y evitar que se sienta en soledad, incomprendido y con una sensación insuperable de desesperanza. Esta posibilidad, la de brindar una escucha en estas circunstancias es lo que la experta denomina « efecto papageno « (nombre tomado del personaje del mismo nombre de 'La Flauta Mágica' de Mozart) o efecto preventivo es un fenómeno mediante el cual la exposición a modelos de conducta y a ejemplos de personas que inicialmente han pretendido quitarse la vida pero que finalmente han renunciado a dicha idea y superado las crisis, la angustia o las dificultades que se los provocaron genere en el espectador un efecto preventivo del suicidio. «En psiquiatría y psicoterapia sabemos que es precisamente poder hablar del malestar (psíquico, emocional, relacional…) lo que abre la puerta a poder darle una solución. Nombrarlo para poder comprenderlo y reconocerlo es el primer paso para que la persona afectada pueda ver que ese malestar (que no siempre viene por una patología sino por un estado transitorio como puede ser la tristeza) es pasajero y relacionado con un episodio o episodios concretos», argumenta. En el caso concreto del acoso escolar, por ejemplo, la psicoterapeuta revela que si se consigue que el menor pueda ver que no tiene por qué soportarlo, que no es culpable de que le suceda y que su malestar, miedo y pérdida de ganas de vivir vienen de ahí, eso hará que pueda ver la luz y pueda en algún momento agarrarse a la solución. Lo que sí conviene aclarar, según apunta la Dra. Sanz, es que no todos los suicidios ni todos los intentos obedecen a una enfermedad mental, sino que más bien responden a circunstancias personales, familiares y sociales muy desfavorables que llevan a esa persona a no ver una salida. «Un intento de suicidio suele tener avisos previos que, o han permanecido en secreto, o se han minimizado o malinterpretado», recuerda. Las víctimas de acoso escolar pueden guardar cicatrices emocionales que duren muchos años o incluso toda la vida, según asegura la directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias, que además está especializada en trastornos afectivos, ansiedad, infancia y adolescencia. Y eso sucede también, según aclara, con otros tipos de maltrato , pues el riesgo de que aparezca alguna variante de depresión perdura durante largos periodos de tiempo aunque haya cesado el maltrato o incluso aunque ese maltrato se haya producido a muy temprana edad. «Si nunca se habló ni se validaron los sentimientos de la persona afectada, esa herida seguirá latente y puede despertar en alguna forma, con más o menos gravedad, en cualquier momento o a raíz de experiencias complicadas, que a todos nos llegan en algún momento de la vida», argumenta la Dra. Sanz. En este sentido la psiquiatra y psicoterapeuta revea que la etapa de la primera infancia, hasta los 6-8 años, es muy importante para prevenir futuros comportamientos de acoso y abuso. De hecho, explica que las agresiones escolares son más frecuentes en torno a los 11-13 años, pero que se sabe que este fenómeno comienza a edades más tempranas. Y no son pocos los estudios, según añade, que informan de conductas sistemáticas de acoso en guarderías, tanto de forma directo, física y verbalmente, como de forma indirecta, a través de la exclusión, por ejemplo. Esta cuestión la aborda más ampliamente en su libro ' Resiliencia y acoso escolar ' (2014), donde también señala que tanto el acoso presencial como el ciberacoso prácticamente triplican el riesgo de suicidios entre menores y adolescentes. Aunque el acoso por vía digital (redes sociales, grupos de Whatsapp, etc.) no solo se da entre los menores y adolescentes, en realidad son el grupo más vulnerable, ya que tiene características que lo hacen más dañino: es más constante, más anónimo, deja menos lugares para protegerse, se hace más público, pues los canales digitales tienen más alcance. «Todo ello hace que los efectos negativos psicológicos sean más perniciosos y el riesgo de suicidio mayor», advierte la Dra. Sanz. Ser blanco de la agresión, el ninguneo, la degradación en suma por parte de los que debieran ser compañeros, ya sea en la etapa escolar, en el trabajo o en grupos de amigos, supone con frecuencia destrozar la autoimagen personal, la pérdida absoluta de confianza en el valor de uno mismo y a veces en la capacidad de ser apoyado por el resto, pues con excesiva frecuencia ante el acoso la respuesta sigue siendo la minimización y el silencio . «Ello implica la sensación no solo de que uno no vale sino la desesperanza de que se hace frente a un rechazo que no tiene salida y que se puede repetir una y otra vez, vayas a donde vayas», explica la experta. Por eso la Dra. Sanz recuerda que para abordar en consulta la pérdida de ganas de vivir de un paciente, es importante mantener una conversación franca y que no evite ningún aspecto por molesto que pueda parecer. Así, suele insistir en el hecho de que hablar con claridad no es un riesgo que aumente los deseos de suicidarse, sino todo lo contrario. «Y esa es la única manera de conocer detalles muy concretos y fundamentales: si las ideas son pasajeras, si se han hecho búsquedas concretas de métodos para intentarlo, si se contemplan alternativas que sujeten a la vida o si esa es la única salida que se contempla, si se tienen a mano medios para dañarse y si ya se ha intentado», argumenta. En el caso de los menores la familia es un elemento primordial de apoyo. Según aconseja la psiquiatra y psicoterapeuta, debe estar cercana pero a la vez debe evitar agobiar o reprender; apoyar los tratamientos sugeridos y facilitar espacios donde poder hablar sin miedo sobre lo sucedido, evitando los tabúes o la sensación de vergüenza o culpa en el menor. Finalmente, la experta recuerda que es fundamental implicarse en las visitas de seguimiento, de modo que la familia pueda aportar su punto de vista, pero siempre respetando la intimidad de las consultas que haga el protagonista.