La política hoy en día es el artefacto de proferir palabras sin sentido, ignorantes, incluso imbecilidades aberrantes para quedar bien con los tuyos, para azuzar las emociones de toda índole, para convertirnos en títeres descerebrados.Frente a este ejercicio diario de “me entra por el móvil y se me fija en el cerebro como verdad inmutable”, propongo algo más pasado de moda: Por un oído me entra y por otro me sale. El ejercicio diario de no dejarnos anidar por palabrería y usar nuestras neuronas para reflexionar, para escuchar, ver y leer con sentido crítico; usar nuestra ética para calibrar lo que vemos, oímos y leemos conforme a nuestros principios, no en función de lo que nos dicen que está bien o mal, quienes son los buenos y los malos; utilizar nuestra sinceridad para no autocensurarnos, para discrepar cuando lo consideremos necesario; estimar una palabra-actitud tan desaparecida como “templanza”, para expresarnos sin dañar gratuitamente; emplear nuestro corazón en algo más que la regulación de nuestro flujo sanguíneo: regular nuestra capacidad de empatía y compasión, para que fluya.Agradezco a Eduard Fernández unas palabras que le he escuchado en la recogida del Premio Nacional de Cinematografía: “Gaza es un espejo donde salimos todos, lo queramos o no, no hace falta ponerse, el que se ponga de espaldas, está de espaldas...”. Me he parado en ellas y mi mente remarca ese TODOS. En ese espejo estaremos de frente, de perfil o de espaldas. Unos de pie, prepotentes, sacando pecho y barbilla adelantada; otros, resilientes y erguidos, de todas las edades, manteniendo la mirada; algunos postureando a ver cómo queda mejor la imagen reflejada o discurseando con la mirada de reojo hacia el sillón codiciado; aquellos procurando no salir, escondiéndose, escondiendo sus manos manchadas de consentimiento y omisión, pusilánimes, no vaya a ser que los de pecho y barbilla adelantados les riñan; también refleja una multitud con gesto compungido y boca abierta en un grito que no llega a oídos y las voces estentóreas de unos cuantos avasallando y pugnando por aumentar su imagen hasta abarcar el espejo por entero.[articles:340223]Gaza, Palestina, es un espejo que refleja quienes somos como sociedad concluido el primer cuarto del siglo XXI, una imagen que será devuelta a la sociedad de años venideros con fidelidad o deformada como en una barraca de feria, donde entre tanto espejo deformante no se reconoce la imagen real de quien se asoma a ellos. Confío en que la Historia, así, con mayúsculas, el Periodismo, el auténtico que no morirá, y la Literatura, laque es crónica de un tiempo a través de sus personajes, sean capaces de devolver una imagen lo más fiel posible de lo que hoy somos, de lo que hoy es y ocurre, para aprendizaje de posteriores generaciones.No confío mucho en ello, pero no deseo perder la fe en la humanidad. El término genocidio se adoptó a mediados del siglo pasado para denominar los actos que se cometen "con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso", y su origen estuvo en la necesidad de nombrar las atrocidades y matanzas cometidas por la Alemania nazi sobre comunidades específicas: romaníes, discapacitados, negros, judíos, homosexuales, etcétera. Para resumir: quienes no eran como “ellos”. Un término bien delimitado para advertirnos de lo que no debe volver a suceder, para evaluar y mirar con lucidez a fin de que no vuelva a ocurrir lo que ya aconteció una vez.Y esto, ahora, no parece servir de mucho cuando hay quien niega lo que a cualquier persona corriente le salta a la vista a través de la realidad que ve, oye, lee desde hace muchos meses; cuando hay quien ignora las conclusiones a las que ha llegado una comisión de investigación de la ONU (y, anteriormente, el último informe de la Relatora Especial de Naciones Unidas para los territorios palestinos); cuando hay a quienes les importa más su imagen de Narciso en el río político que el sufrimiento humano. Pero quiero confiar en que se salven palabras e imágenes nítidas y claras, que se transmitan de generación en generación por un medio tan poco tecnológico como la compasión, que traspase el muro de los años y el olvido y muestre los caminos que no se deben volver a transitar.