Después de los cafés tomaron unos gintonics bastante cargados, pues, según Germán, "tras una comida copiosa se necesita un contundente digestivo". Tomando esas bebidas espirituosas salió el tema paterno. Abdón alargó a su hermano un sobre diciéndole sobre el legado del padre. — Sé que no es mucho -dijo Abdón con la lengua algo estropajosa- pero ya sabes que padre no era lo que se dice ningún potentado. Germán comprobó los trescientos cincuenta euros y miró a su hermano socarrón. — Anda, guárdate este dinero y déjate de herencias tontas. De sobra sé que padre no tenía nada, así que zanjemos el asunto. Brindaron. El sol de la tarde caía sobre la piscina fulgiendo el azulino de las aguas. Corría una muy leve brisa que tiritaba las hojas altas del seto. Apenas se escuchaba nada del exterior: el piar insistente de los pájaros o algún auto ocasional que pasaba fantasmal tras el seto. La criada ecuatoriana salió engalanada y subida a unos tacones finos que hacían a su figura oscilar en un temerario equilibrio. Les saludó agitando la mano repetidas veces mientras bordeaba la piscina. — Simpática y eficiente como ninguna esta Juani. -comentó Germán asintiendo y escudriñando a su hermano. — Pues de la eficiencia en cierto modo quería hablarte, Germán. Sentía la lengua pastosa, torpe, y tuvo que centrarse especialmente en las frases siguientes para no perderse en una torpeza dialéctica. Sabía lo que tenía que comunicarle a su hermano, el caso era poder expresarlo con una claridad que parecía ocultarse en la nebulosa de su cabeza. Le explicó su proyecto de gran librería. Convertir un modesto negocio cultural en plena plaza de Lavapiés en una referencia no sólo comunitaria ni nacional, sino mundial. Habló de la excelente preparación de Mamen, con quien quería formar una familia, y de su involucración en el proyecto al cien por cien. Era viable y fructífero. Confiaba en que él, Germán, les pusiera en contacto con los empresarios del ramo editorial, los cuales le constaba que, en su gran mayoría, eran clientes del banco donde trabajaba, con el fin de ofrecerles el proyecto. No podían excluirse en un negocio que beneficiaría a todos, además de la dimensión mundial que podía proporcionar una librería en el centro de Madrid con todos los canales abiertos y listos para difundirse. —…He decidido cambiar de vida, dejar todas mis veleidades aparte, y poner un nuevo rumbo junto a la mujer que amo. No quiero dinero, Germán, sólo te pido apoyo e intermediación. — Entiendo que abandonas la dramaturgia de una vez por todas. Abdón asintió con determinación. — Me alegro de tu decisión. Cuando no se tiene talento lo más sensato es dejarlo, aunque a mi parecer lo has hecho algo tarde. Hubo un largo silencio. Más dilatado de lo que Abdón deseaba. El gran esfuerzo para contarle a su hermano su visión de futuro le bañó en sudor y en una ansiedad ulterior que aliviaba dando sucesivos sorbos a la copa de balón. Germán se incorporó sin decir palabra. Fue hasta la mesita de bebidas y se volvió hacia su hermano. — Últimamente tengo la tensión algo alta y no debería, –dijo haciendo un inciso deliberado- pero como no está aquí Marifé, ¿nos ponemos otro pelotazo? Abdón, confundido antes y ahora, asintió, apurando su copa con una codicia que le reposaba. — En cuanto a tu plan, digamos, -dijo Germán yendo a la mesa con las bebidas- tenía previsto algo que creo que nos va a agradar a ambos. Dejó las bebidas sobre la mesa y desapareció unos instantes en el interior del chalet 72. Si en ese momento le hubieran preguntado a Abdón cómo se sentía, la respuesta hubiera sido al borde de la euforia. Creía haber seducido a su hermano y no dudaba que habría ido a por algún documento para facilitarle su propuesta. Al poco le vio regresar. Tenía una expresión en el rostro grave, decidida, las cejas algo fruncidas y la mirada baja con escasa emoción. — Traigo un talonario de cheques. -le dijo en tono solemne y buscando sus ojos- Vamos a ponernos de acuerdo en una cantidad importante que sufrague tu idea de futuro. Como comprenderás, no puedo comprometer mi pasado intachable, ni mi trayectoria profesional en el banco, además no quiero mezclar mi nombre para nada con tus aspiraciones personales. Es el deseo de Marifé y, por supuesto, el mío. Estoy seguro que con la cantidad que acordemos llevarás a buen puerto tu idea. Sobre todo me satisface tu unión sentimental con la tal Mamen. El matrimonio te llevará por el camino de la sensatez, hermano. — Pero no hablaba de dinero, Germán -terció alarmado. Tintinearon sobre la mesa las copas vacías- Sólo tu apoyo con esa gente importante del sector editorial. Su hermano alzó la mano imperioso pidiéndole silencio. Rellenó el cheque, firmándolo, a excepción de la cantidad. Suspiró y levantó los ojos buscando la cara de su hermano. — Con este dinero que acordemos -anunció en tono protocolario- hay una condición inexcusable: no vuelvas a recurrir a nosotros jamás. Construye tu futuro, cásate, abre esa librería emblemática, pero hazte a la idea de que estamos muertos. No suena muy bien, lo sé, sin embargo los dos sabemos que nada nos une excepto la casualidad de la sangre. Ahora vayamos al grano. Abdón estaba paralizado. Aunque la conversación fue introduciéndose por vericuetos inquietantes, nunca pudo pensar que su hermano sería tan drástico. No había en él pizca de delicadeza, sólo resquemor y dureza. Dentro de sí, su mezcla efusiva se disolvía en sueño, unas ganas tremendas de cerrar los ojos para huir de aquella casa beligerante. Estaba decepcionado, fracasado, una vez más, y humillado en lo más profundo de su ser. Sonó el móvil de Germán. — Perdona, ahora seguimos para dejar todo zanjado. Se levantó y sacó el móvil de sus pantalones cortos. — Sí, soy yo. -contestó escuchando con atención- En efecto, sí. ¿Cómo dice? Por favor, repítamelo……..Pero, no es posible. Salió de casa poco antes de las dos y….. y….. No, no, no puedo creerlo. ¡Dios mío! ¡¡Joderrrrr!! Se le cayó el móvil de las manos. Con los brazos enlazados sobre su cuerpo apoyó la cabeza en uno de los contrafuertes que jalonaban el porche. Germán lloraba desconsoladamente. Abdón había ido junto a él y le preguntaba insistente cogido por el hombro. — ¡Joder, Marifé ha muerto en un accidente de coche! –dijo hipando, mesándose los cabellos- ¡No puede ser verdad! ¡¡Noooo!! ¡Es imposible! ¡Y ahora tengo que ir a reconocer el cadáver! ¡Joder, joder, joder! De súbito, se quedó rígido. El llanto congelado y la boca abierta requiriendo aire. Boqueaba agarrado a su hermano y emitiendo un silbido salido de la profundidad de su pecho. Agitaba las manos impetuoso sin poder hablar. Pálido y espasmódico fue escurriéndose de entre los brazos hasta topar con el suelo del porche. Abdón escudriñaba el móvil de su hermano y la figura retorciéndose de este. El suelo era un mapa con los contornos cada vez más delimitados. Alternaba la visión sin moverse, aterido, sin alterar en absoluto el paso fatal del tiempo. Cuando Germán fue una inerte marioneta, fue hasta la mesa para desprender el cheque del talonario. También cogió el bolígrafo y el sobre con los trescientos cincuenta euros. Guardó todo con sumo cuidado. Luego, recogió del suelo el móvil de su hermano y marcó el 112. Antes de fumarse el porro que reservaba, entró en el chalet para dejar el talonario en lo que le pareció el despacho de su hermano.