La reunión de Pedro Sánchez con el canciller alemán, Friedrich Merz , en Moncloa fue un mero trámite, casi reducido a una visita de cortesía, en línea con la posición secundaria que el presidente del Gobierno ocupa en el actual contexto europeo. Lo mismo podría decirse de su encuentro a principios de mes con el primer ministro británico, Keir Stamer, que no tuvo ninguna repercusión para aumentar la presencia española en los foros europeos de decisiones. Aunque el Gobierno y el PSOE se empeñen en convertir a Sánchez en un líder moral mundial por su activismo contra Israel, la realidad lo trata como un dirigente poco fiable, inmovilizado por su precariedad interna y sujeto a una política de supervivencia. En este contexto personal, sus decisiones sobre asuntos internacionales carecen de relevancia y solo sirven para marginarlo de forma imparable. Con Merz solo hubo coincidencia parcial en la solución de dos Estados para parar el conflicto en Palestina, y el canciller alemán rechaza llamar genocidio a la acción militar israelí, como sí hace Sánchez.