Tabla de salvación

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Se cumplen 100 años del nacimiento de Carmen Martín Gaite, una de las autoras más notables del siglo XX, quien afirmó: “De todos los trances amargos que he pasado en la vida, siempre me ha salvado la palabra. La literatura nos salva la vida”.Quizás sea arriesgado traer esta afirmación en tiempos en los que algunas personas presumen de no leer y menosprecian a quienes lo hacen, pero voy a asumirlo como un ejercicio de prueba. De una forma simple y aproximada, podemos decir que la palabra nos permite expresar y comunicarnos. Escribir conocimientos, pensamientos, experiencias y sentimientos nos pone frente a un espejo, porque hurgamos en nuestro interior, tomando conciencia de lo que hacemos y de quiénes somos. Puede que no termine de convencernos lo que vemos y avancemos un paso más, construyendo con palabras el lugar al que nos gustaría llegar, la persona que nos gustaría ser. Es posible que ese tipo de persona esté a nuestro alrededor y, entonces, la describamos o dialoguemos con ella; o bien, que ese otro lugar se nos represente como próximo y lo estudiemos, repasando sus bondades y otros aspectos menos positivos. Cabe la posibilidad de que todo sea fruto de nuestra invención y alcancemos a crear un universo en el que –al modo de un arca de Noé– incluyamos perfiles humanos a los que dotemos de una vida y unos sentimientos propios, explorando su modo de relacionarse y de afrontar las dificultades.Al otro lado del espejo, habrá otro ser humano lector que seguirá el curso de nuestra invención, la cuestionará, la compartirá o la desechará; en todos los casos, desde el sofá, la hamaca o la cama, bajo la luz del sol o de una lamparita, estará formándose una silenciosa legión de seres que, interesados, aburridos, solitarios, expectantes, tristes, enamorados, serenos o angustiados, se habrán encontrado y reconocido en las páginas de un libro.Puede que la literatura no nos salve, ni la lectura nos haga mejores, pero suponen un acto de confianza en la palabra, nos ayudan a empatizar con otros seres humanos y a soñar con que otro mundo es posible. Y eso, en estos tiempos convulsos, resulta tan noble como necesario.