Aknes, el gigante agrietado de Geiranger

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En el fiordo noruego de Geiranger se encuentra una de las montañas más monitorizadas del planeta. No en vano, Aknesfjället —o Aknes— amenaza con el desprendimiento de millones de metros cúbicos de roca que si caen al agua podría generar un tsunami dentro del fiordo, un muro de agua que barrería poblaciones y atracciones turísticas en minutos. Modelos y estudios han mostrado escenarios con olas que alcanzarían Geiranger y Hellesylt en cuestión de minutos, con alturas que en algunos puntos podrían superar varias decenas de metros. Una posibilidad que ha convertido a Aknes no sólo en objeto de investigación académica, sino en prioridad de protección civil en Noruega. Durante muchas generaciones la grieta no era más que una curiosidad que los niños bordeaban echando piedras para escuchar el eco. Pero con el tiempo la fractura se alargó y se abrió, y al revisar fotos históricas y mediciones, los científicos confirmaron una progresión alarmante. Entre los siglos XIX y XX hubo episodios de desprendimientos menores en la zona; las mediciones modernas, más precisas, revelaron que el área activa abarca cientos de metros de longitud. Allí la ciencia ha aprendido a escuchar la montaña como si tuviera pulso: microtemblores que antaño se ignoraban ahora son pistas, la humedad en las juntas de roca, la rotura de pequeñas placas, la aceleración lenta y sostenida de la grieta... El proyecto Aknes/Tafjord, iniciado a comienzos del siglo XXI y consolidado en la última década, ha ido desplegando una red tecnológica que combina instrumentos de campo y sensores remotos. Se han instalado estaciones GPS y extensómetros para medir desplazamientos puntuales; tecnología para reconstrucciones topográficas de alta resolución; redes sísmicas y geófonos que detectan microseísmos asociados a movimientos internos; y sistemas InSAR (radar satelital) y GB-InSAR y fotogrametría aérea para captar deformaciones a mayor escala. Además, los sensores y columnas ancladas en el macizo, envían información en tiempo real a un centro de alerta que procesa datos durante 24 horas todos los días de la semana. Una gran superposición de métodos que hace posible distinguir patrones, validar anomalías y establecer umbrales de alarma. La vigilancia no es sólo científica, las autoridades noruegas en colaboración con institutos geotécnicos y los municipios han diseñado protocolos de evacuación y sistemas de alerta temprana. El objetivo no es predecir con certidumbre absoluta un colapso, que a día de hoy sigue siendo imposible de prever, sino obtener señales robustas como aceleraciones en la velocidad de desplazamiento, picos de microsismicidad o cambios en la respuesta hidráulica del macizo, que permitan emitir avisos con suficiente antelación para evacuar a residentes y turistas que ocupan las riberas del fiordo. En simulaciones, las ventanas de tiempo son estrechas: en algunos modelos la primera ola alcanzaría Hellesylt en menos de cinco minutos y Geiranger en menos de diez, por lo que la capacidad de alerta y reacción debe tener precisión cronométrica. Por todo ello, Åknes se ha convertido en laboratorio vivo de monitoreo de laderas inestables aportando metodologías aplicables a otros lugares con un riesgo similar.