El Gobierno de Donald Trump estudia la ampliación del control sobre los visitantes a Estados Unidos con la exigencia de que las autoridades de aduanas puedan acceder a los contenidos de sus redes sociales durante los últimos cinco años y así conocer, por el mismo plazo, las direcciones de correos electrónicos y los números de teléfono utilizados por quienes quieran entrar en el país. También quiénes son sus familiares, cuál su residencia y hasta sus fechas de nacimiento. El plan afectará a los ciudadanos de países incluidos en el programa de exención de visados. Por el momento, son medidas en estudio, pero no enteramente nuevas, porque ya se exigía a los estudiantes extranjeros que mantuvieran en modo abierto sus perfiles en las redes sociales para optar a un visado. Esto va más allá de los conocidos cuestionarios que todo turista o visitante tenía que rellenar antes de pasar por las aduanas. El plan de la Administración Trump es un salto cualitativo y cuantitativo en la restricción de acceso a Estados Unidos y, aunque se justifique como una estrategia para impedir la entrada de terroristas o personas que pongan en riesgo la seguridad del país, resulta ser una invitación disuasoria a cualquier extranjero que no tenga más intención que la de visitar el país. El grado de intromisión en la vida privada de los viajeros, si este plan se aprueba y entra en vigor, resultaría desproporcionado para la finalidad perseguida, y el cumplimiento de los requisitos que puedan exigirse tampoco garantizaría la seguridad en el acceso a territorio estadounidense, porque quedaría en manos de las autoridades fronterizas la valoración discrecional de los datos conocidos. Cualquier comentario crítico con Trump, una broma en un mensaje entre amigos o una estancia en un país 'sospechoso' podría ser considerado como la prueba de un riesgo para la seguridad nacional y derivar en la prohibición de entrada o, peor aún, en una detención previa a la deportación. Nadie cuestiona la necesidad de proteger las fronteras y de prevenir cualquier atentado terrorista. De hecho, la Unión Europea puso en marcha hace tiempo un registro de pasajeros que se comparte con otros países, entre ellos Estados Unidos, lo que supone una preocupación común por el terrorismo y las estrategias de seguridad colectiva. Esta exposición de la vida privada en un país con una legislación de protección de datos mucho más relajada que la europea resulta desalentadora. Es una iniciativa que dice poco del liderazgo democrático mundial al que aspira Donald Trump para su país, porque trata a decenas de países –entre ellos, sólidos aliados– como fuente de potenciales sospechosos. De Estados Unidos cabía presumir un sistema de inteligencia e información al más alto nivel tecnológico para lograr los objetivos que se persiguen con este 'cacheo digital' retrospectivo al que queda sometido cualquiera que tome un vuelo para el gran país americano. Lejos queda aquel discurso de Ronald Reagan, en enero de 1989, que definió a su país como «la ciudad que brilla en la colina» y cuyas puertas estaban «abiertas para cualquiera que tuviera la voluntad y el corazón para llegar hasta aquí». La seguridad es necesaria, más aún en una nación que ha sufrido y combatido el terrorismo en primera línea, pero estas medidas de vigilancia masiva, y a disposición ilimitada por las autoridades, pueden convertir a Estados Unidos en un país poco grato para el intercambio cultural, el turismo, la movilidad profesional o, simplemente, la celebración de grandes eventos deportivos, como el campeonato mundial de fútbol previsto para el próximo año, compartido con Canadá y México.