Rondarían las seis menos veinte de la tarde del pasado sábado cuando, el mundo, o al menos el mío, se detuvo. La ansiedad lacerante dio paso a una explosión de alegría sin igual: nació Martina, mi primogénita. El acontecimiento, simple y hasta cotidiano en la naturaleza biológica que albergan las cuatro paredes de un paritorio, se sintió como una explosión