El arzobispo de Toledo insta a la Iglesia a acoger en una sociedad «bastante podrida»

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La Catedral de Toledo ha puesto este domingo el broche final al Año Jubilar con una solemne eucaristía presidida por el arzobispo, Francisco Cerro Chaves, en la festividad de la Sagrada Familia. Una celebración marcada por un mensaje claro, la necesidad de que la Iglesia sea, hoy más que nunca, un espacio que acoge, que cuida y que no renuncia a la esperanza en medio de una sociedad «desanimada» y «bastante podrida». Ante una Catedral llena de fieles procedentes de parroquias, comunidades, movimientos y cofradías de toda la Archidiócesis, Cerro Chaves subrayó que la comunión eclesial «no es negociable» y articuló su homilía, como es costumbre, en torno a tres claves para el tiempo que se abre tras el Jubileo. La primera, insistió, es una Iglesia que acoge, «como la Sagrada Familia», una Iglesia que recibe la vida , que transmite la fe y que se esfuerza por no perder «lo más grande de la vida, que es Jesucristo». «El que se pierde a Jesucristo se pierde lo mejor de la vida», afirmó el arzobispo, recordando que Cristo llega incluso «en nuestras noches y oscuridades». Frente a un contexto social marcado por el desaliento , Cerro Chaves defendió la hospitalidad cristiana como antídoto frente al endurecimiento del corazón y la pérdida del sentido de la vida. La segunda clave fue la prontitud en el amor, diferenciándola de las prisas. Inspirándose en el pasaje evangélico de la Visitación, el arzobispo señaló que el bien exige decisión y diligencia, pero no precipitación . «El bien hay que hacerlo aprisa, que el mal no pierde momento», recordó, citando a Pemán, para subrayar la urgencia de cuidar «el mayor tesoro, Jesucristo, incluso a costa de perderlo todo». En este punto, Cerro Chaves abordó sin rodeos la realidad del sufrimiento y el clima social actual. «El sufrimiento es patrimonio de la humanidad» , afirmó, pero advirtió de que una vida sin Dios convierte ese dolor en un «infierno», porque priva a la persona de esperanza. «Estoy seguro de que los que más sufren son los que no tienen a Dios», añadió, enlazando esta idea con su diagnóstico de una sociedad «bastante podrida», necesitada —dijo— «más que nunca de la obra de Dios y de su entrañable misericordia». La tercera clave fue la comunión. En este sentido, recordó los grandes encuentros jubilares vividos en Roma y la importancia de caminar unidos en el próximo curso, marcado por el sínodo diocesano , el Jubileo de la Catedral y el Jubileo de Guadalupe. «Es una familia que se ama y que se quiere», afirmó, evocando ejemplos de fe sencilla y compartida que permiten superar las dificultades. Cerro Chaves cerró su homilía con una imagen cargada de simbolismo: los túneles de la vida. « No hay una noche que dure toda la vida ni un túnel que no tenga salida», aseguró, proclamando que, aunque la cruz y las dificultades tengan la penúltima palabra, «la última la tiene el amor de Dios». La eucaristía fue concelebrada por el decano del Tribunal de la Rota Romana, el arzobispo Alejandro Arellano , natural de Olías del Rey, y por el obispo auxiliar de Toledo y secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Francisco César García Magán . Una clausura jubilar que, más que un final, se presentó como un punto de partida: el de una Iglesia llamada a acoger sin condiciones en tiempos de incertidumbre y desgaste social.