El vigilante de seguridad se agarra la cintura, se sube el pantalón y arquea las cejas. Jane, una turista de 43 años, insiste. Vuelve a pedirle explicaciones. Ha invertido más de 150 euros y 13 horas y media de avión. Su familia ha llegado a París desde Texas y la visita al museo era el punto álgido del viaje. La guinda del pastel, dice ella juntando el índice y el pulgar. “Pues no abriremos”, intenta zanjar el empleado el lunes, primer día de huelga en el Louvre esta semana. Jane no se lo puede creer. Tampoco varios centenares de personas que hacen cola ―y ridículas posturas en un frágil equilibrio sobre las peanas de cemento para tomarse fotos― ante la pirámide que el arquitecto chino Ieoh Ming Pei diseñó en 1993 para modernizar el museo y agilizar la entrada de visitantes. Fue hace casi 33 años. Tiempos dorados. Desde entonces, todo ha ido a peor. Seguir leyendo