Memoria del último dandi

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Más allá de un parentesco lejano –una tía abuela mía, Juana de Oteyza de la Loma, se casó con su tío abuelo Jesús de Ussía y Cubas, marqués de Aldama–, lo que verdaderamente me unía a Alfonso Ussía era su sentido del humor, ácido y corrosivo. La vis cómica se tiene o no se tiene. Y él la tenía. No en vano, era nieto de Pedro Muñoz Seca, el autor de 'La venganza de Don Mendo', aquella astracanada trufada de retruécanos que yo vi siendo un colegial en 'Estudio 1', cuando la televisión de entonces ponía una obra de teatro todas las semanas en 'prime time'. Para que luego digan... Descubrí a Alfonso Ussía en el 'Ya', donde publicaba unos versos satíricos, vitriólicos e irreverentes y posteriormente le seguí la pista con fidelidad canina en el ABC, en el que compartía doble página con Jaime Campany, separados ambos por la viñeta de Mingote, y entre los tres –no sabría decir cuál más– me endulzaban el día cada mañana arrancándome una sonrisa, cuando no una carcajada, mientras mojaba una magdalena en la taza de café con leche humeante. Decía Umbral que un escritor debe creer solo en tres o cuatro cosas para poder burlarse de todo lo demás. Y eso lo cumplía a rajatabla Alfonso Ussía, que creía en Dios –sin ser un meapilas–; en la monarquía –sin ser un cortesano–; en España –sin ser un patriotero ni renunciar a su anglofilia–; y en la libertad dentro de un orden. El resto es literatura... El Marqués de Sotoancho bebía en las fuentes de sus ancestros de Cádiz y Jerez de la Frontera, que trató estrechamente mientras hacía la mili en el campamento de Camposoto en San Fernando. Y también tenía algo de todos ellos. «Madame Bovary soy yo», dijo Flaubert. Ussía poseía hechuras de señorito madriles, de marqués trasnochado y decadente que bien podría estar acodado en la barra acolchada del Milford con un whisky 'on the rocks' en la mano mientras un limpiabotas sacaba lustre a sus mocasines burdeos. Pero pese a su apariencia frívola y superferolítica, pese a su porte aristocrático, no era un petimetre ni un pisaverde , sino un dandi en el sentido wildeano del término, es decir, expresaba, a través de la vestimenta, su disidencia con la sociedad que le había tocado vivir y, sobre todo, con el mal gusto rampante. A Ussía le espantaba la profusión de nuevos ricos que afloraron con el felipismo. Lo dijo Solchaga por aquel entonces: «España es el país del mundo en el que uno puede hacerse rico más rápidamente». Por eso, escribió su descacharrante 'Tratado de las buenas maneras', azote de essnobs, cursis y horteras que de la noche a la mañana tocaron pelo y tanto alipori le causaban. Aunque no corrió delante de los grises –por razones estéticas y porque correr es de cobardes–, nunca fue franquista y todavía menos 'antifranquista póstumo', como diría Víctor Márquez Reviriego. Su padre, el undécimo conde de los Gaitanes, formó parte del Consejo Privado de Don Juan de Borbon, enemigo del Generalísimo, y lo hospedaba en su residencia de La Moraleja cuando venía de Estoril a España. Sin embargo, hizo algo bastante más peligroso que arrojar adoquines a la policía diluido en el anonimato. «Figli di papa», llamó Pasolini a los estudiantes de Valle Giulia que apedrearon a la Celere en Roma la primavera del 68. Se enfrentó, a pecho descubierto y empuñando su pluma, a la banda terrorista ETA, que ya sabemos cómo se las gastaba: Goma 2 y bombas lapa. Se nos ha ido porque su mundo ya no era de este reino. 'Sit sibi terra levis', Alfonso.