Durante años pensé que la figura del Grinch era una exageración amable, un personaje pensado para que los niños aprendieran una moraleja sencilla: no seas gruñón, no odies la Navidad, acepta el ruido y el colorido como parte inevitable de la felicidad colectiva. Con el tiempo he comprendido que quizá no lo entendimos bien. O, al menos, que no lo