La Biblioteca de Alejandría estaba en Magaluf, pero no nos habíamos dado cuenta

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Hay algo que Miguel Ángel Blanca hizo bien en 'Magaluf ghost town'. Tuvo la oportunidad de ser la persona más graciosa del mundo y la aprovechó: definió la ciudad como el 'Twin Peaks' español. Lo llevamos más allá: es el 'Silent Hill' mallorquín. Al menos, de día. De noche, aunque la cosa se anima, entre las luces de neón, los turistas quemados hasta los párpados, las discotecas silenciosas, la oferta de «dos tatuajes por el precio de uno», o que se acerque un hombre a ofrecerte ver «algo que nunca has visto» -que yo no vi, porque salí por patas-, Magaluf sigue pareciendo una rave compuesta por Akira Toriyama. El hecho de que se pueda leer la ciudad así, revela, en realidad, que Magaluf tiene mucha más literatura de la que aparenta. Este último fin de semana, el FLEM -Festival de Literatura Expandida a Magaluf- se ha convertido en prueba de ello. Concebido por la librería Rata Corner y el hotel INNSiDE by Meliá, el festival nace con la voluntad de sacar la literatura de sus espacios tradicionales y ponerla en contacto con públicos nuevos. Y lo hace en un escenario cargado de ironía: un lugar asociado durante décadas al turismo de excesos que ahora se reinventa como territorio cultural: charlas, conciertos, rutas, arte y encuentros con escritores conviven aquí con cócteles y piscinas. «Los libros son para todos», dice Helen Fielding, la autora de 'El diario de Bridget Jones ', que, aunque admite haber sido turista típica de Mallorca más veces, toma este festival como una reivindicación. El primer acto político es que la camiseta de 'I love drinking in Magaluf' se ha convertido en 'I love reading in Magaluf'; ¿acaso está prohibido desfasar y a la vez ser un cultureta? Si cogemos y modificamos un poco la frase de cierta rubia de Benidorm: si es fin de semana y no lees un libro en Magaluf, viene la policía a sacarte del hotel. Aunque a veces parezca que sí, mucha gente olvida que se puede tener más de un hobby. El elitismo lector ha hecho mucho daño. Mientras que internet llena la figura del lector de un esnobismo horripilante, Siri Hustvedt está deseando darse una vuelta por Magaluf cuando termine su jornada en el festival. Que alguien me confirme que Oscar Wilde no se tomaría algo en el Coco Bongo's, que Jane Austen no estaría evaluando las camisetas con bromas sexuales desde su terracita, y que las discotecas vacías no serían un escenario perfecto para Poe. Que la lectura sea vista como algo solitario no significa que tenga que pertenecer a personas solitarias. La entrada es gratis: todo el mundo está invitado a sucumbir a Magaluf. Por el hotel se paseaban niños con patinete, señoras mayores cogidas de los brazos formando una barrera inquebrantable, veinteañeros modernos, y las superestrellas de la literatura, que coexisten tan pacíficamente con el resto de una manera que hace creer que la fama del escritor es la más cómoda. Pero claro, desayunar al lado de Bob Pop o Blanca Lacasa hace que los mires de reojo inevitablemente. Esto también implica que en la comida, en la mesa de al lado estará Marta Jiménez Serrano hablando del matrimonio como un contrato social, y un par más hacia delante, Isaac Rosa diciendo tres verdades sobre por qué no podemos dormir. Los extranjeros no tenían mucha idea de qué iba esto, pero todos se habían llevado un libro para leer en la piscina. También hay que resaltar a los fascinantes hombres lectores futboleros, especialmente a aquel que señaló mi camiseta del Barça -en una noche que jugaba el Real Madrid- y no solo me dijo que me iban a salir granos; sino que los del Barça no sabían leer. Como me encantó que hiciese una referencia al festival, le perdoné el insulto, me reí, y no dije que ni siquiera soy del Barça: soy de Rosalía, y la camiseta es de la colaboración con 'MOTOMAMI'. Fácilmente, el FLEM ha sido los pulmones de la ciudad este fin de semana. El hotel te recibe con un puesto donde venden libros casi todo el día; a sus lados, un puesto con souvenirs del propio festival; café de especialidad; y una cama doble custodiada por una pantera, supongo que para sacar al animal interior de cada escritor que se sienta en la mesa de al lado para firmar. Allí, los lectores hacen cola para que autores como Megan Maxwell -cuyo animal interior se desborda en todas sus novelas-, Rita Bullwinkel -que, con 'Golpe de luz', probablemente se lanzaría a una palos con la pantera-, o Javier Cercas -que seguro también alberga una pantera metafórica en su interior- estampen su firma en los libros. Se monta un carnaval curioso. Quizá cuando el hombre que menciono en el primer párrafo me propuso ver «algo que nunca he visto» se refería a qué había dentro de las Secret Rooms del hotel. No, ¿verdad? Bueno. Al menos, esto sí que lo vi. El FLEM se ha dedicado a decorar íntegramente unas habitaciones selectas: un cuarto entero tematizado de Jane Austen, un estudio de tatuaje, una habitación cursi para parejas aún más cursis -aquí hay que dar de comer a todos-, o Patricia Bolaños retratándote como si estuvieras en Nueva York. El reto es aburrirte. Por la noche esto no acaba, precisamente porque parte de la magia que tiene el festival es lo que hay en sus alrededores. Los sets de DJs que consiguen atraer a gente que ni siquiera conocía la existencia del festival. Un grupo de chicos -ingleses, alemanes, o noruegos- se acercaron al hotel por la música y para ver si había cerveza. Cuando se pararon a hablar conmigo para saber qué era y les expliqué que era un festival literario, les parecía imposible que en Magaluf cupiera un solo libro, pero en realidad caben unos cuantos. Magaluf es una ciudad arrebatada, ahora reservada a ser un espacio vacacional que funciona como un universo paralelo a Mallorca, donde el verdadero distintivo es la pulsera de un hotel. El FLEM habla de que la literatura es para todos, sí, pero en el fondo está recuperando temporalmente un lugar que parece que ya no le pertenece a nadie, recordándonos que incluso en los lugares más insospechados todavía se puede hacer literatura.