En la aldea de San Pedro, en el concello orensano de A Bola, los vecinos se cuentan con los dedos de la mano. Todos se conocen, desde hace décadas, casi como si de una pequeña familia se tratase. El único historial oculto en esta comunidad bien avenida es el de un nuevo habitante que aterrizó el pasado febrero y al que todos, sin dudarlo, tendieron la mano. Su nombre lo precede, aunque borrado por años a la sombra. Antonio Gali Balaguer, valenciano de 73 años, es un asesino en serie que empezó a matar en los ochenta y que ha pasado más años entre rejas que en libertad. Los últimos veinte estuvo ingresado en la cárcel de A Lama por asesinar a una prostituta en Orense. Antes había acabado con la vida de una niña de 11 años, amiga de una de sus hijas, a la que agredió sexualmente en Zaragoza para después asfixiarla en una bañera. En su currículum también figura otro crimen, su primer asesinato, el de un pastor que era marido de una mujer con la que Gali mantuvo una relación sentimental. Tráfico de drogas, robos y violaciones a menores acaban de completar un pasado que la puesta en libertad de este convicto ha desempolvado, desatando la tensión en su nuevo hogar. Las primeras semanas del ex reo en San Pedro pasaron desapercibidas para sus habitantes, más allá de la ayuda desinteresada que empezaron a prestar a un septuagenario que entró a vivir en una casa sin ningún tipo de comodidades, con el tejado caído y las tuberías rotas. En estos primeros compases de su vida en la calle, a Gali le ayudaron a adecentar la estancia, le cargaron varias veces la batería del coche y hasta le intentaron conseguir una nevera para que los alimentos no se le pudrieran. La liebre saltó cuando moviendo papeles en la mancomunidad para ayudarle con el frigorífico, su expediente se hizo público. «Salió la ficha de quién era, sería mayo o junio, y a raíz de eso ya avisaron a la alcaldesa» detalla a ABC una de las vecinas de la localidad, que junto a otros habitantes apunta las claves de la llegada de este controvertido residente. «A partir de ese momento, hay gente que no quiso saber más de él» comenta evidenciando lo que supone tener a un asesino en la puerta de al lado. «No sabemos cómo llegó aquí, suponemos que se vino a pasar lo que le queda de vida» comenta otro lugareño, que matiza la relación de los vecinos con Gali. «Él —arranca— no quiso amistad con nadie, desde el primer día se cerró bastante». Ahora, con la atención puesta sobre él, casi no sale de casa. Apenas una hora a la semana para hacer la compra. «Sube las bolsas con una cuerda porque salió con las piernas rotas de la cárcel, lleva dos muletas y no se maneja, físicamente no vale para nada porque tiene las piernas destrozadas» explica otro vecino, que incluso recuerda que han tenido que ayudarlo a levantarse varias veces de la calle. «Con esa edad no se va a reinsertar y el temor está» resuelve un tercero que, pese a todo, censura los «bulos» que se han lanzado en las últimas semanas. «Mi nieta —lo releva una vecina— llegó diciendo que tenía miedo de venir a la aldea porque en Celanova dicen que va en coche por los parques mirando a los niños, y eso es falso, es una mentira porque nosotros lo vemos y no sale de casa. Antes se asomaba a la ventana y se ponía ahí fuera, pero ya ni eso» intenta aclarar. Además, una patrulla de la Guardia Civil suele pasar a diario por la aldea. Entre el recelo por su pasado y la consciencia de que «ha cumplido con la justicia», en San Pedro conviven con un dilema que mantiene a los vecinos divididos. Unos no quieren saber nada de un hombre capaz de violar y matar; otros explican que «es una persona que ya pagó con lo que pagó, y ya bastante tiene viviendo como vive». Hasta su llegada a A Bola, Gali Balaguer pasó dos décadas encerrado, sin permiso alguno, en la prisión de A Lama. De su vida intramuros, los funcionarios consultados por ABC hablan de un preso «ejemplar» y «camaleónico» que siempre estuvo en los llamados módulos de respeto y convivencia. «Es un tipo de interno muy peligroso delincuencialmente, pero que en la cárcel sabe esconderse para no llamar la atención» analizan. El trato de Gali con los funcionarios siempre fue bueno, hasta el punto de que era normal que ocupase puestos de confianza, sin desafiar las jerarquías carcelarias. Una de sus características, explican quienes pasaron los últimos años con él, es que le gustaba tener a otros internos bajo sus órdenes, «buscaba a presos vulnerables intelectualmente y se rodeaba de ellos, los hacía sus perros falderos» indican. Las crónicas de la época conservan el momento en el que un tribunal popular declaró a Gali culpable de su último crimen. «Escuchó la sentencia mirando al frente, pero giró la cabeza hacia la portavoz del jurado cuando pronunció la palabra 'asesinato'. Y al levantarse para abandonar la sala, susurró un 'me cago en la puta'». El veredicto no advirtió arrepentimiento en el procesado, al que calificaron de «persona sádica». Cumplida su pena, Antonio Gali Balaguer, el que fuera uno de los criminales más peligrosos de España, estrena libertad en una aldea dividida.