Cádiz debería ser conocida por su patrimonio, su historia o su mar, en cambio, hay algunos que están decididos a que pase a la posteridad como la ciudad donde la acera es un lujo y la terraza del bar un derecho fundamental. La "Tacita de Plata" corre el peligro de convertirse en la “Terraza de planta”, porque aquí el espacio público ya no es de las ciudadanas y los ciudadanos: es un gran negocio de hostelería donde lo que importa no es caminar, sino consumir.El anterior gobierno municipal, tan criticado por algunos por poner freno al desarrollo económico y turístico, cometió el pecado mortal de recordar que las calles y plazas son de todos y de todas, no del primero que abra una sombrilla y coloque una mesa con dos sillas. Se le acusó de querer hundir la economía, de asfixiar al turismo, de odiar al turista y de pretender que la ciudad se arruinara. En realidad, lo que hizo fue elaborar una ordenanza de manera consensuada, en la que participaron todos los sectores implicados y que buscaba un equilibrio entre dos derechos tan básicos como tomar un café y poder andar sin tener que evitar obstáculos como si estuviéramos en una gincana.Pero llegó el cambio de gobierno, el Partido Popular tomó el bastón de mando y, casi del tirón, la ordenanza pasó a ser un bonito pdf olvidado en algún disco duro. Hosteleros que llevaban años midiendo al centímetro para no sobrepasar el límite, de pronto descubrieron que podían ampliar terrazas impunemente. Y ahí siguen, felices, ocupando lo que no les pertenece. La plaza de San Francisco es un ejemplo de este despropósito: no hay más que fijarse atentamente en lo diferente que son unos modelos de mesas y sillas de los otros, para darse cuenta de cuales se compraron después, para aprovechar el chollo que les ofrecían los nuevos próceres municipales. Mientras los peatones se pelean por un pasillo libre de tres metros que, según la ordenanza, debería existir pero que como el Templo de Hercules, tampoco nadie lo ha visto nunca.En la esquina de la calle San Francisco con Beato Diego, un hostelero ha decidido innovar: terraza a un lado, barril y taburetes al otro, y que se busque la vida el que quiera para pasar. La calle Nueva, por su parte, ha estrenado la modalidad “Ponga una terraza dónde quiera”, algo tan expresamente prohibido por la ordenanza como permitido por la indiferencia municipal. Y en la calle Novena, un local ha colocado una rampa de acceso (muy necesaria, nadie lo discute), pero con tanta gracia que para evita que tropieces, se acompaña de dos carteles publicitarios. Así, puedes elegir: tropezar con la rampa o con la publicidad. Democracia en estado puro.El caso de la calle Pelota merece capítulo aparte. Allí, en un arranque de rigor administrativo, el Ayuntamiento optó por la solución más simple: retirar todos los expositores, tanto de los que tenían permiso como de los que no. Justicia salomónica, pero injusticia práctica. Porque si algo no necesita Cádiz es un gobierno que confunda gobernar con culpar indiscriminadamente.Algunos dirán que la ordenanza permite excepciones. Sí, claro. Pero la única excepción válida debería ser que las personas puedan pasar libremente por la vía pública. Que Cádiz disfrute de su clima y de sus terrazas, perfecto. Que la hostelería funcione y dé trabajo, faltaría más. Pero todo ello no puede construirse a costa de expropiar las aceras y plazas a quienes quieren pasear, vivir y disfrutar de la ciudad.Hace años se logró un consenso que parecía imposible: hosteleros, asociaciones ciudadanas y Ayuntamiento acordaron unas reglas de juego justas para todos. Se hizo lo más difícil, ahora queda lo más sencillo. Hoy lo único que se pide es que esas reglas se apliquen. Nada más. Porque el espacio público, por definición, es público. Si lo convertimos en una prolongación de negocios privados, Cádiz corre el riesgo de que sus calles dejen de serlo para convertirse en una interminable terraza con servicio de mesas.Y entonces, cuando un peatón no pueda cruzar con normalidad, tal vez alguien recuerde que la ordenanza no era un capricho: era un pacto de convivencia. Uno que ahora se incumple cada día, a plena luz, con la complacencia del Ayuntamiento y la resignación de los vecinos y vecinas. Cádiz merece algo más que caminar a codazos entre mesas. Merece ser una ciudad, no un bar al aire libre.