Alguien dijo en su día que debiéramos asaltar el cielo, y yo, sin estar completamente en desacuerdo con esta afirmación, añadiría que sí lo debiéramos hacer, siempre y cuando llevemos con nosotros un paracaídas, un buen abogado y un botiquín de primeros auxilios. El escritor estadounidense Mark Twain, autor de grandes obras literarias como "El príncipe y el mendigo" o "Un yanqui en la corte del Rey Arturo, en el ámbito de los temas celestes nos dejó una cita bastante pertinente a la par que certera: "El cielo se gana por favores; si fuera por méritos, usted se quedaría afuera y su perro entraría" (que sería lo mismo que decir que si el mundo fuese realmente un lugar justo, todos y cada uno de nosotros tendríamos que estar crucificados). Lo último de Alberto Martín Méndez se titula "La verdadera dimensión del cielo" (ediciones Rilke). Con este novísimo poemario, el autor pontevedrés -mostrándose con un estilo intimista y de crítica social- nos habla detenidamente y con ciertos aspavientos meramente líricos, sobre su visión del cielo, de la Tierra y del mundo actual en el que sobrevivimos a base de ansiolíticos, gas mostaza, genocidios absolutamente vergonzosos y, por suerte, esperanza y empatía. La obra, que se divide en tres partes y remata la jugada versificadora con un poema a modo de epílogo, succiona a pecho descubierto y adecuadamente las emociones más profundas, tanto propias como forasteras, convirtiendo estos sentires en versos que consiguen que el lector recapacite sobre las cuestiones fundamentales de su paso por el planeta Tierra. Hay en este libro imágenes muy potentes que lograrían que se desmallase un rinoceronte blanco en medio de la sabana africana; al mismo tiempo, nos topamos una detallada manera de embellecer, algo que convierte al poeta en una voz particular y verdaderamente reconocible por sus ya asiduos lectores, una voz -o frecuencia lírica- que maneja el hilo de los versos con letras minúsculas y pocos signos de puntuación, a excepción de un único poema dentro del libro que estamos tratando. En el poema "Paula" (pág. 14), por ejemplo, el poeta se atreve a situarnos dentro y fuera de un sentimiento que rasga las rarezas y reconcilia lo cotidiano con lo primordial al decir: "Yo te llevaré a los templos donde reza la música"; acaso sea esta una promesa con tintes tranquilizadores o tan sólo una muestra de afecto con la que es imposible competir por mucho que las obligaciones del día a día nos pidan lo contrario. La poesía es, ante todo, una forma de expresión emocional. A través de ella, los poetas plasman sus sentimientos más profundos y los comparten con todos aquellos lectores que estén dispuestos a "sufrir" una catarsis. La poesía nos permite examinar en profundidad y sin tapujos el amor, el dolor, la alegría, la tristeza… siempre de una manera que pocas otras formas de arte pueden lograr. La poesía es un lenguaje del espíritu que trasciende los muros del tiempo, del sentimiento y del espacio, vinculando a las personas a un nivel profundamente humano y, esto, si se me permite aseverarlo, lo consigue muy fielmente Alberto Martín con esta obra que, a nivel personal, logró remover mi psiquis mientras la iba degustando, leyendo, como quien lee o relee un cosmos repleto de agujeros negros y estrellas que piden una tregua o simplemente un momento de calma cósmica. Y, ante lo anteriormente mencionado, acabar diciendo que esos sentimientos que nos hacen seres que transcienden más allá de lo usual son, en definitiva, lo que consigue representar Alberto Méndez con su escrita, cual rapsoda insurgente y benévolo que no acepta fácilmente las normas de una sociedad de pecadores que juzgan a otros pecadores por pecar de forma diferente.