Si es cierto aquello de que los artistas hablan siempre del mismo tema en todas sus obras, el de Alauda Ruiz de Azúa es, sin duda, la familia. Siempre abordado desde otro asunto de calado social, ya sean los cuidados como en Cinco lobitos o la agresión sexual en Querer, en el fondo su filmografía siempre acaba interesándose por la familia, esa institución imbatible, el sostén donde todo sucede. Los domingos, que se estrena el próximo 24 de octubre, no es una excepción. Nos atrae desde su sinopsis por su premisa misteriosa ya que es la historia de Ainara, una joven de 17 años que le plantea a su núcleo familiar las dudas que alberga desde hace tiempo sobre si hacerse monja. Pero el filme no busca resolver el porqué de esa impactante decisión sino explorar cómo la noticia cala en cada uno de los miembros de la familia y qué hacen estos para afrontarla.Ainara no tiene madre. Su padre (Miguel Garcés, perfecta decisión de casting) acepta las dudas de su hija de forma pretendidamente ambigua, aunque para quien escribe no hay lugar a dudas y ese intento de sustituir al padre por el “Padre” sea demasiado explícito, robándole cierto misterio al “Misterio”. Detrás de ese aparente respeto a la posible decisión de Ainara hay una motivación económica, o así lo deja claro en esas comidas familiares en la que siempre se habla de sus deudas.El personaje mejor escrito, en ese sentido, es el de la tía de Ainara, interpretado por una Patricia López Arnaiz que vuelve a demostrar que es una de las mejores actrices del cine español actual. Maite es una mujer tenaz, acostumbrada a conseguir lo que se propone, atea. Representa a la razón en esa vieja confrontación con la fe que ya existía desde los tiempos de San Agustín. Quizás lo más interesante de Los domingos, junto a esa banda sonora que mezcla música coral con regetón o el inteligente uso de la elipsis, es atender a su lucha dialéctica y semántica con el universo religioso, donde los mecanismos son otros, más profundos y misteriosos. Y, tal vez, el culmen de esta dinámica esté en el duelo entre Maite y la madre priora del convento donde Ainara se plantea ingresar, que es también un elegante duelo interpretativo entre López Arnaiz y Nagore Aranburu, que repite con Alauda Ruiz de Azua tras el éxito de Querer. En la escritura de este último personaje, así como el del guía espiritual, la directora y guionista sí consigue alcanzar esa ansiada ambigüedad, poniendo al espectador en el brete de decidir si están manipulando a Ainara o simplemente creen tanto como ella. Igual de fascinante resulta el empleo de ese vocabulario que utilizan las monjas o futuras monjas, de “la sed de amor” a “las esposas o siervas del señor”.A lo largo de una serie de eventos familiares, muchos de ellos católicos y por tanto reveladores de una hipocresía social frente a la religión, Alauda Ruiz de Azúa indaga en la familia como ese microcosmos imperfecto, sobre todo si se compara al religioso, donde el amor divino es tan puro como incomprensible para los que no tienen fe. Es muy bonito ese retrato en paralelo de la vida familiar de Maite, las grietas con su pareja, frente a ese amor inconmensurable que dice sentir Ainara por Dios.