Jamal Abu Amer se tambalea bajo el peso de dos contenedores de agua atados a su bicicleta, pedaleando lentamente por los concurridos caminos de Deir al Balah, en el sur de Gaza. El niño de 11 años ha esperado dos horas en la cola de la mayor estación desalinizadora de Gaza. Ahora, que ha conseguido abastecerse, debe recorrer el kilómetro que le separa de la tienda de su familia, de ocho personas, sin derramar ni una gota, porque cada litro cuenta. Seguir leyendo