La Alameda de Hércules, en la espiral de su transformación 450 años después

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La Alameda de Hércules de hoy no le gusta al actual gobierno del Ayuntamiento de Sevilla, empezando por su alcalde, José Luis Sanz (PP). Ese modelo basado en grandes estructuras hormigonadas, líneas modernas y tanto adoquín simulador del antiguo albero se suma al abandono y suciedad de los quioscos ya cerrados que jalonan el espacio y a la descentralización de ciertos monumentos como los dedicados a La Niña de los Peines, Manolo Caracol y Chicuelo. Unos monumentos arrinconados desde la última gran reurbanización del paseo —considerado el jardín público más antiguo de toda Europa— hace solo 17 años, cuando el gobierno de aquella coalición entre el socialista Monteseirín y el comunista Torrijos dieron por concluida la gran reforma urbanística de un barrio —obra de los arquitectos Elías Torres y José Antonio Martínez Lapeña— que se había desprendido por fin, y casi 12 millones de euros después, de su última fama de lupanar. El caso es que, aunque haya transcurrido tan poco tiempo, el actual alcalde anunció antes de este verano, durante la gala de los Premios COAS Arquitectura y Sociedad que se celebraron en Artillería, la creación de un consejo asesor de arquitectos y la convocatoria de un concurso de ideas para intervenir una vez más en este jardín urbano que fue tomado como referencia para la construcción de las principales alamedas de Lima (Perú) o Ciudad de México en el tránsito de los siglos XVI y XVII, cuando Sevilla seguía siendo la gran metrópoli europea y la puerta de entrada y salida hacia el Nuevo Mundo. El metro cuadrado se cotiza caro en este barrio cuya antigua vecindad convive con el turismo a diario. JUAN CARLOS TOROLa Alameda de Hércules, concluida por primera vez el día de los Inocentes de 1574 y que tiene su origen remoto en el propio cauce del Guadalquivir, es sin duda uno de los lugares más simbólicos de Sevilla, y va a volver a ser “objeto de reflexión colectiva”, según ha repetido en alguna que otra entrevista radiofónica durante este verano el director de la Gerencia de Urbanismo, Fernando Vázquez, allanando el terreno de lo que se avecina y pensando en el concurso que busca propuestas que “respete la identidad del espacio pero que también lo proyecte hacia el futuro”.Difícil paradoja en espiral sobre sí misma para un paseo con tanta historia y que, para los más conservadores, debería recuperar la estética de salón que tuvo en el último tercio del siglo XIX, es decir, no reurbanizarse de nuevo sino más bien volver a su orígenes. “La Alameda es un cruce de culturas, generaciones y estilos de vida”, reconoce Vázquez, “y no se trata de cambiarla, sino de entenderla mejor”. La decana del Colegio de Arquitectos de Sevilla, Nuria Canivell, por su parte, ha subrayado la importancia de que el pliego del concurso, cuando salga, contemple la complejidad social del lugar, ya que aquí conviven los bares de todo signo, el mercadillo, los turistas y las manifestaciones de penitencia y de gloria. “Es un espacio de libertad y expresión que no puede perder su carácter”, concluyó Canivell. Estatuas de Chicuelo y Manolo Caracol en la Alameda de Hércules.  JUAN CARLOS TOROEl propio regidor sevillano, consciente de que la Alameda es hoy por hoy un referente del ocio juvenil y el lugar más emblemático para determinados eventos como la celebración del Orgullo Gay o las concentraciones de aficionados en las previas de los partidos, insistió hace unos meses en que su objetivo es “potenciar el grandísimo talento que hay en la ciudad y dar oportunidad a propuestas de calidad”. Empezar por la peor calleDe momento, y antes de recuperar determinados espacios ajardinados y redistribuir los veladores de los bares para la ulterior reurbanización que dicte el ganador del pretendido concurso, el Ayuntamiento ya ha movido ficha como una especie de punto de partida: la puesta en venta de tres solares que constituyen casi una manzana entera en la vía más degradada de todo el barrio, la calle Vascongadas, entre el Espacio Santa Clara y la propia Alameda. El plan, en principio, es que se construyan edificios residenciales para evitar por ahí la decadencia de un entorno en el que la vivienda, por culpa de la turistificación, se está yendo por las nubes tanto para comprar como para alquilar. Las parcelas en concreto son los números 4, 8 y 14 de esta estrecha calle dominada por la suciedad y las pinturas vandálicas contra las que nada ha podido hacer últimamente la famosa brigada antigrafiti. Más allá de que también han sido inmuebles ocupados durante épocas, este particularísimo Callejón del Gato sevillano también se ha convertido en colonia de gatos, que viven donde los dejan. Las tres parcelas tienen una clasificación de suelo urbano, una altura de dos plantas y una superficie total de 880 metros cuadrados repartidos de modo dispar y que, en un futuro, podrían dar para la construcción de hasta una veintena de viviendas de renta libre. La Gerencia de Urbanismo no descarta vender las tres parcelas a la vez por algo más de dos millones de euros. Ahora solo falta que salga el promotor. El joven Gabriel, vecino de la Alameda desde que nació, frecuenta El viajero sedentario.  JUAN CARLOS TORODos columnas y un destino Fue el asistente Francisco Zapata y Cisneros, que pasaría a la Historia como el Conde de Barajas, el que drenó con acequias los terrenos en los que iba a construirse la alameda para que dejaran de inundarse cada vez que se desbordaba el río. Había empezado el año 1574. En primavera, colocó en el extremo sur dos columnas prevenientes de un edificio de la calle Mármoles y, antes, probablemente de Itálica.Sobre ellas se pusieron dos esculturas realizadas para la ocasión por el escultor Diego de Pesquera: una de Hércules, el fundador mítico de la ciudad que en aquel momento quería representar al emperador Carlos I, y otra de Julio César para que representase al emperador de entonces, Felipe II. Fue el primer monumento civil de Sevilla, que buscaba resaltar la grandeza pasada de la ciudad y desde luego su vínculo con la nueva monarquía que, con solo dos emperadores, padre e hijo, había dejado de ser tan nueva.No sería hasta 1876 —van a cumplirse ahora 150 años— cuando los pedestales de ambas columnas se protegieron con verjas. En aquella misma época se colocó junto a las columnas, como puede apreciarse en la famosa pintura anónima del siglo XVIII que donaron precisamente el año pasado al Museo de Bellas Artes el hispanista John Elliot y su esposa, una fuente de mármol que enseguida fue conocida popularmente como “la Pila del Pato”, que antes se encontraba junto al Ayuntamiento, en la Plaza de San Francisco y que hoy se ubica en la plaza de San Leandro. Esta manzana de la calle Vascongadas es la más degradada del barrio. JUAN CARLOS TOROAlmacenes municipales como este, parecidos a los quioscos, están ocupados por personas menesterosas. JUAN CARLOS TOROSiempre inundadaLa Alameda, en todo caso, no se libró de las inundaciones hasta su última remodelación, la de hace 17 años, que, si bien no terminó con un aparcamiento subterráneo, al menos sí incluyó un llamado “tanque de tormentas” a 24 metros de profundidad y que hoy, con una capacidad de 11.500 metros cúbicos, es capaz de absorber las aguas de la lluvia en las peores tormentas de los últimos años. Hasta entonces, la Alameda inundada era una estampa típica de todos los inviernos. La última inundación notable fue la de 1961, durante la riada del Tamarguillo y en la que las aguas alcanzaron el nivel más alto que se recuerda. Treinta años atrás, el escritor y conservador del Alcázar Joaquín Romero Murube titulaba uno de sus primeros artículos en el diario ABC de Sevilla La Alameda de Hércules, y se refería a ella como “aquella gran laguna que en tiempos lejanos fue la Alameda de Hércules sigue aún siendo laguna… (…) laguna amable de unos ojos, un dulce bienestar efímero, de esquife que resbala sobre la tersura de un cuerpo, y barro, mucho barro y, a veces, cieno en el cuerpo y en el alma”. En el recuerdo del autor de Los cielos que perdimos, se conservaba ya entonces -junio de 1930- una mañana de lluvia en la que “amanecía la Alameda convertida en río ancho y caudaloso. Para nuestro infantilismo, eran aquellos unos días felices. Las barcas bajaban por las calles solemnes, majestuosas, igual que en aquellas postales enviadas desde Italia por esa persona amiga de todas las familias que pasó por Venecia camino del Padre Santo. Parecía Sevilla una ciudad nueva, labrada sobre el agua”.La hamburguesería La Carnívora, uno de los establecimientos hosteleros de la Alameda. JUAN CARLOS TOROSin embargo, el presente del paseo entonces, hace ahora 95 años, ya era muy distinto para el articulista: “La Alameda tiene color de lujuria y un vasto sensualismo grosero que derrumba todos los sentimientos y pone en tensión las cuerdas de la tristeza de la carne. Hieren las miradas, y los ojos buscan siempre la desnudez del pecado eterno”. "Ahora parece esto la periferia"En un paseo con comisaría de la Policía Nacional frente al enjambre de bares de todos los estilos imaginables, muchos vecinos –los pocos de verdad que quedan- se sorprenden a sí mismos reclamando más seguridad, aunque otros reconocen que el clima de convivencia incluso con los mendigos es sostenible. Gabriel, por ejemplo, que nació en la Alameda de Hércules y sigue aquí con 26 años gracias a que vive en el piso que sus padres compraron a comienzos de la década de los 90, solo se queja de los precios.“No solo los alquileres, que están por las nubes, sino todo, hasta la cerveza”, dice sonriendo en una de las mesas de un establecimiento que resiste en la Alameda después de más de una década, El viajero sedentario. Se trata de una particular cafetería que acoge a una heterogénea clientela que representa la totalidad del paseo por las tardes: muchos estudiantes jóvenes con vocación de alternativos, mucha bici, mucho chaleco colorido y muchos guiris practicando el idioma. Algunos se toman algo y comparten un pastelito mientras dibujan en un cuaderno. Otros han tomado un libro de la generosa biblioteca del establecimiento y se han puesto a leerlo, aunque lo devuelvan al salir. En varios carteles se anuncia que es un espacio “libre de ordenadores”, lo cual significa “pantallas”.El Ayuntamiento sacará a la venta varios inmuebles de la calle Vascongadas para arrancar la reurbanización del barrio.  JUAN CARLOS TOROEs verdad que todo el mundo charla, lee o imagina, como antes. “Lo malo de la Alameda hoy en día es que ya apenas quedan negocios que se llamen la tienda de Chari o de Antonio; ahora todo tiene que ser en inglés”, sostiene Gabriel, refiriéndose asimismo al inevitable proceso de gentrificación del barrio. Otros son más duros en su análisis, como Elizabeth, que trabaja en una clínica veterinaria y que, “en cuanto salgo, me piro porque no aguanto el ambiente de gente chuga y tanto niñateo”. Esta sevillana asegura que “nunca he visto la Alameda pero que ahora” porque “aunque yo me he criado en la periferia, esto parece ahora la periferia”. La opinión de Cleo, camarera en El Dilema, no es tan drástica: “Me gusta la Alameda tal y como está en líneas generales”, dice, y pone mala cara cuando se le informa de que hay voluntad municipal de darle un cambio de aire. Inma y José, que van con el tiempo contado, echan de menos más sombra. Y es verdad que la alameda, literalmente entendida, sombrea más bien poco. Hay muchos árboles enfermos o resquebrajados. Hace un par de semanas, la gigantesca rama de uno de ellos se cayó sobre varios viandantes y provocó heridos.Luis y Alejandro, por su parte, reconocen que lo necesita. Ambos trabajan en la hamburguesería La Carnívora –hasta hace dos años, un restaurante- y ya echan de menos otro tipo de clientela familiar que cada vez se prodiga menos porque “aquí abunda demasiado la gente que vende droga o la consume”. “Desde que está ese centro del Pumarejo que en teoría ayuda a esta gente, se vienen aquí, y claro…”, dicen, quejosos de que haya ocupas incluso en los abandonados quioscos tendiendo ropa…El público joven ocupa las terrazas de la mayoría de los establecimientos en la Alameda. JUAN CARLOS TOROLas columnas, rematadas con las figuras de Hércules y Julio César, representaron a su vez en el siglo XVI al emperador Carlos I y a su hijo.  JUAN CARLOS TOROUno de los que ha convertido uno de esos quioscos en su hogar –en realidad es un pequeño almacén municipal- es Rodrigo, sevillano de 54 años al que la vida se le torció hasta el punto de que lleva en ese escondrijo cuatro años. No quiere que lo fotografíen porque ya lo sacaron en algún medio de comunicación y “me trajo problemas”, pero mientras encaja la puertecilla que no termina de ocultar un colchón, un almanaque, unos paraguas y unos cubos de fregona, cuenta que el Ayuntamiento lo tiene denunciado en el juzgado pero él no puede hacer otra cosa que esperar que “me den una casa”. “No tengo dónde vivir”, se queja, y el trasiego de la tarde va trayendo nuevos paseantes, repartidores con prisa, estudiantes sin ninguna, gente curiosa, parejas de enamorados, algún anciano despistado, ciclistas que parecen flotar entre cientos de reclamos artísticos o publicitarios pegados por todas partes, como peces de ciudad.